Opinión Nacional

Tolerancia, democracia y gobernabilidad

Nota bene: Los temas señalados serán tratados rápidamente y “al vuelo”; por su extensión e importancia, no se pretende ni se puede examinarlos en profundidad ni con minuciosidad; se intenta tan sólo delimitar un marco histórico y teórico general para estimular la reflexión.

A manera de introducción

No se me ocurre nada mejor, para iniciar una aproximación el tema, que este texto de Bobbio:

“…es necesario dar una respuesta a la pregunta fundamental (…): si la democracia es fundamentalmente un conjunto de reglas procesales, ¿cómo creer que pueda contar con “ciudadanos activos”? Para tener ciudadanos activos, ¿no es necesario tener ideales? Ciertamente son necesarios los ideales; pero, ¿cómo es posible que no se den cuenta de cuáles han sido las grandes luchas ideales que produjeron esas reglas? ¿Intentaremos enumerarlas?

El primero que nos viene al encuentro por los siglos de crueles guerras de religión es el ideal de tolerancia. Si hoy existe la amenaza contra la paz del mundo, ésta proviene, una vez más, del fanatismo, ó sea, de la creencia ciega en la propia verdad y en la fuerza capaz de imponerla. (…) Luego tenemos el ideal de la no violencia; jamás he olvidado la enseñanza de Karl Popper, de acuerdo con la cual lo que esencialmente distingue a un gobierno democrático de uno no democrático es que solamente en el primero los ciudadanos se pueden deshacer de sus gobernantes sin derramamiento de sangre. Las frecuentemente chuscas reglas formales de la democracia introdujeron, por primera vez en la historia de las técnicas de convivencia, la resolución de los conflictos sociales sin recurrir a la violencia. Solamente allí donde las reglas son respetadas el adversario ya no es un enemigo (que debe ser destruido), sino un opositor que el día de mañana podrá tomar nuestro puesto. Tercero, el ideal de la renovación gradual de la sociedad mediante el libre debate de las ideas y el cambio de mentalidad y la manera de vivir (…) Por último, el ideal de la fraternidad. (…) En ninguna parte del mundo el método democrático puede durar sin volverse una costumbre; pero, ¿puede volverse una costumbre sin el reconocimiento de la fraternidad que une a todos los hombres en un destino común? (BOBBIO, N. El futuro de la democracia. FCE, México, 2.000, pp. 47 – 48).

Siguiendo por esas líneas, al hablar de tolerancia me referiré a, en primer lugar, lo que podría llamar un sentido “débil” del término, a un valor fundamental y fundamentante de la convivencia social en todas las civilizaciones y culturas: es decir, tolerar las opiniones ajenas, así como reclamamos el derecho a sustentar las nuestras; y, con ello, el reconocimiento del Otro, como ser social que merece respeto, vinculado a su reconocimiento como ser natural, “humano”. De allí de donde nace directamente tanto la noción de hermandad de todos los seres humanos, como derivará, posteriormente, el concepto de la existencia de unos derechos naturales del hombre, que le son propios e inalienables.

En este primer sentido, la idea de tolerancia aparece desde un inicio íntimamente vinculada (a menudo, de manera indisoluble y hasta indiferenciable) con otras ideas y otros valores éticos y culturales: la justicia (como lo que corresponde a cada ser social), la bondad, la piedad, la caridad, la compasión, la “solidaridad” – aunque emplear este último término, al referirse a un primer momento de desarrollo de las culturas y civilizaciones, tal vez no sería correcto, desde un punto de vista epocal y filológico -, socorrer al pobre y al enfermo, etc. Por lo tanto, es difícil tratar el tema como si se pudiera separarlo claramente, “quirúrgicamente”, de esos otros que le están relacionados.

Por otra parte, me referiré al mismo tiempo a su función como valor fundamental y fundamentante de las grandes religiones y, desde los inicios, del pensamiento filosófico (ético, político, científico): el reconocimiento del Otro como creación (=“criatura”) de la Divinidad es reconocimiento y, a la vez, expresión de voluntad divina; la relación entre los hombres debe, pues, regirse de acuerdo con de la observancia de los designios divinos. Así, pues, la noción de hermandad de todos los hombres, de la que hablábamos, tiene que ver no sólo con el ámbito social, sino también con esta condición de criaturas (= creaciones) de la Divinidad. Aunque, en verdad, tal distinción entre estos dos ámbitos – el social-político y el religioso-cultural – obedece a esquemáticos criterios modernos, buenos (necesarios) para el análisis histórico; pero, en la realidad viva de la mentalidad antigua (no sería correcto decir “primitiva”), la relación es casi siempre (con muy pocas excepciones) indisoluble: son dos caras de una misma moneda, y hasta puede decirse que no hay dos nociones, sino tan sólo una que, en sí misma, incluye los dos aspectos del problema.

Me referiré de seguidas a lo que llamaré un sentido “fuerte” del término: es decir, a cómo el reclamo del derecho a sustentar las propias opiniones y el respeto y reconocimiento de las opiniones ajenas, se traducen directamente en el consiguiente libre examen y debate de las distintas opiniones en el seno de una vida política democrática (sea cuales sean sus límites y deficiencias). Es pasar del mero “tolerar” las opiniones ajenas y su convivencia con las nuestras, a una concepción de interacción fructífera entre ellas; en su ausencia, puede haber un cierto diálogo, pero más formal que real, más ritual que funcional: un auténtico “diálogo de sordos”.

Reseñaré luego, de manera rápida y somera, cómo estos “sentidos” se han ido “construyendo” a lo largo de una historia larga y difícil, en medio de batallas a menudo sangrientas, consiguiendo logros y conquistas duraderas. Y, por último, intentaré abordar la cuestión de cómo esos logros conseguidos a lo largo de esa historia de conquistas han llegado a convertirse tanto en valores rectores y fundamentales, como mecanismos operacionales imprescindibles para la convivencia social y la vida política democrática.

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(*): Conferencia dictada en el taller: Tolerancia política y derechos ciudadanos. (FIEL) 24 de Abril, 2004

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