Opinión Nacional

Tortura

La Constitución venezolana vigente (1999) establece en su artículo 46, numeral 1, que “Ninguna persona puede ser sometida a penas, torturas o tratos crueles, inhumanos o degradantes (…)”. Este principio, especialmente en lo tocante a la tortura y los maltratos físicos, constituye una larga tradición en la legislación venezolana, con rango constitucional. La Constitución de 1811, primera de nuestra etapa republicana, en el art. 2º de su Capítulo 8º dice: “El uso de la tortura queda abolido perpetuamente”. Desde entonces ha sido consecuentemente establecido en casi todas las constituciones posteriores, aunque unas veces con más énfasis y mayor precisión que en otras.

Sin embargo, el que la tortura esté prohibida por la Constitución, de este o de cualquier otro país, no significa que no se la utilice contra muchas personas detenidas legal o arbitrariamente. Las leyes, y las constituciones no son la excepción, no pasan en muchos casos de ser letra muerta.

Ahora bien, qué es tortura a. El vocablo, no obstante su enorme e impactante carga semántica, a veces resulta un poco confuso e impreciso. Con frecuencia se tiende a extender su significado a todo tipo de maltrato físico o moral, aunque de hecho no es así. Por supuesto, la diferencia entre el concepto de maltrato en general, y el específico de tortura no es de orden moralmente jerárquico, pues ambos configuran un tipo de conducta vil y abominable por quien los inflinge a una o más personas, aunque de hecho la idea de tortura es más fuerte, se ofrece a la sensibilidad humana con mayor dosis de vileza y de vesania que la más genérica de maltrato.

Entre maltrato, en general, y tortura en particular, hay sobre todo una diferencia en cuanto al propósito que se persigue y a los procedimientos con que se aplican. Centremos nuestra atención en el caso específico de la tortura. Esta puede ser de tipo físico o de tipo moral. La primera es, por supuesto, más notoria, y quizás por ello mismo despierta más que la otra la indignación y el horror. Por regla general la tortura física, conocida también como tormento, se utiliza con el propósito de obtener del torturado alguna información, o la confesión de un delito cuando se trata de un indiciado o sospechoso. Pero también puede aplicarse como castigo o venganza, lo cual no la hace menos abominable. Durante los tiempos sombríos de la Inquisición, la iglesia católica usó la tortura, valiéndose para ello de todo un arsenal de máquinas e instrumentos infernales, o bien para lograr la confesión de herejía que pudiese “justificar” la subsiguiente muerte del hereje, o la delación de otros herejes. La muerte de estos, generalmente en la hoguera, era de hecho una prolongación excesivamente cruel del tormento.

Durante los tiempos de la esclavitud, la tortura era utilizada más que todo como castigo, bien en forma de azotes, bien mediante el cepo y otros instrumentos adecuados, cuya aplicación muchas veces provocaba la muerte.

Durante la conquista de América por los españoles se aplicaron métodos de tortura de la más horrenda barbarie. Quizás el más despiadado fue el empalamiento, aplicado especialmente para dar a la víctima una muerte atroz. Consistía en sentar al condenado a muerte, desnudo, sobre una estaca puntiaguda, la cual iba penetrando por el recto y destrozando las entrañas, hasta salir la punta de la estaca por la parte posterior del cuerpo, a la altura de la nuca. Víctima muy destacada del empalamiento durante la conquista de Chile fue el cacique mapuche Caupolicán, cuya horrorosa tortura y muerte narra con gran patetismo Alonso de Ercilla en La Araucana.

En Venezuela, de hecho, la tortura ha sido una constante. No hay, hasta el presente, gobierno alguno que en este aspecto pueda lanzar la primera piedra. Bajo dictaduras desembozadas, como las de Cipriano Castro, Juan Vicente Gómez y Marcos Pérez Jiménez –para referirme sólo al siglo XX–, se aplicaba de manera sistemática, particularmente a los presos políticos, tanto para arrancar confesiones y delaciones, como por venganza, y aun para el regocijo de los torturadores, que, por definición, son seres anormales.

En los tiempos de Castro y Gómez se usó, por ejemplo, el tortol o tortor, consistente en un trozo de soga con sendos lazos en los extremos, que se colocaba alrededor de la cabeza de la víctima, y mediante un palo o una varilla de hierro que se pasaba por los dos lazos se iba torciendo, de modo de ir apretando la soga sobre la cabeza, lo cual producía un dolor inmenso, que podía llegar a enloquecer al así torturado, como, en efecto, ocurrió más de una vez. También se llegó al extremo de colgar al preso por los testículos de una fina cuerda. Y el solo hecho de que los presos llevasen pesados grillos sobre sus pies era una forma de tortura permanente.

Bajo la dictadura de Pérez Jiménez los instrumentos de tortura fueron más refinados, aunque no menos brutales y vesánicos. El más común fue un ring de automóvil sobre cuyos bordes paraban al preso descalzo y desnudo. A medida que el tiempo iba pasando, los bordes del ring se iban encajando en los pies del torturado, provocándole un dolor muy intenso, y abriéndole surcos profundos en la piel, que muchas veces se infectaban y agusanaban. También era común la aplicación de cigarrillos encendidos, o descargas eléctricas en diferentes partes del cuerpo, especialmente en los genitales y en los senos de las mujeres.

Pero en los regímenes no dictatoriales, desgraciadamente, también se ha aplicado la tortura, aunque no siempre sistemáticamente en contra de los presos políticos. No son pocos –en materia como esta nada es poco, un solo caso es mucho– los asesinatos cometidos por las fuerzas policiales mediante la tortura a, a veces, quizás, sin el deliberado propósito de matar, sino porque el tormento alcanzó tales niveles de vesania y crueldad que el torturado no los resistió. Lo cual, por supuesto, no podría tenerse ni siquiera como atenuante de la vileza e insania del torturador.

Comúnmente se conocen los casos de presos o detenidos políticos torturados, y se protesta ante ellos, con toda razón. Pero casi nadie se refiere a las torturas s que en los cuerpos policiales se inflige, casi de modo sistemático, a los presos comunes, sobre todo a los de baja condición social. La gran mayoría de las confesiones de sus delitos por delincuentes comunes se obtienen mediante tortura.

Últimamente ha aparecido una nueva modalidad de la tortura, que es la que aplican, con diversos propósitos, ciertos delincuentes comunes a sus víctimas, como en los casos de secuestro, o en los de atraco, en que a la persona atracada se le obliga mediante tortura a decir, por ejemplo, dónde está el dinero que se busca. A menudo, también, se descubren cadáveres de personas que no sólo han sido asesinadas, sino que presentan además signos de haber sido torturadas.

La tortura, como se sabe, se vincula directamente con los derechos humanos. Posiblemente la tortura sea la más abyecta manera de violar los derechos individuales de una persona, cualquiera que sea su condición social, étnica, ideológica, religiosa o lo que sea.

El DRAE define la palabra tortura de la siguiente manera: “Grave dolor físico o psicológico infligido a alguien, con métodos y utensilios diversos, con el fin de obtener de él una confesión, o como medio de castigo. || 2. Cuestión de tormento. || 3. Dolor o aflicción grande, o cosa que lo produce. || 4. Desviación de lo recto, curvatura, oblicuidad, inclinación”.

La tortura psicológica consiste en infligir a alguien un grave dolor moral, mediante insultos, amenazas y demás procedimientos, destinados a intimidar y hacer flaquear a la persona así torturada, con un determinado propósito. Es frecuente que en estos casos las amenazas proferidas no sean directamente contra la persona torturada, sino contra familiares cercanos.

Es frecuente que el sustantivo tortura, y su derivado natural el verbo torturar, se empleen en sentido figurado, con valor metafórico. De alguna situación irregular y calamitosa, en el trabajo, en el hogar, en la relación con otras personas, suele decirse que es una verdadera tortura. Y el verbo torturar se conjuga incluso en forma pronominal (torturarse), para decir, por ejemplo, que a Fulana le encanta torturarse pensando siempre lo peor.
Tortura es palabra vieja del Castellano. Aparece ya en el Diccionario de Autoridades (1737), como sinónimo de tormento. Corominas lo documenta hacia 1250, pero no figura en el Tesoro de Cobarruvias (1611). Proviene del vocablo latino tortura a, que a su vez deriva del verbo torqueo, que en Latín significa torcer.

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