Opinión Nacional

Transcripción no autorizada de un diálogo hasta ahora mantenido en secreto

Introducción.

A continuación vamos a transcribir un diálogo entre dos importantes y avezados políticos, llamémosles A y B. Queda en manos del lector identificar a los personajes, pues el organismo público por el cual se obtuvo esta documentación (y al que no podemos identificar) no nos autorizó para dar la identidad de los sujetos, empero, creemos que resultará sencillo inferirla en base al texto; no se cuestione, en todo caso, cómo se obtuvo la conversación (no podemos involucrar a quienes sirvieron como fuente de la información): simplemente considérese su pertinencia para el momento actual del país y las graves consecuencias que de esto se desprenden.

Hay momentos de la charla en que algunas expresiones resultan francamente inconvenientes para este medio, de manera que debido a ésta y otras peculiaridades de vocabulario, se transcribe suprimiéndose algunas palabras, mas respetándose totalmente el sentido original, por lo que si bien se han tenido que parafrasear y eliminar algunas frases, se ha mantenido al máximo el texto de la conversación.

Estamos conscientes, desde luego, del riesgo que corremos al hacer público este documento, mas creemos que la verdad histórica se encuentra por delante de la conveniencia personal. Finalmente, aunque no nos fué posible obtener la fecha exacta de la conversación, parece evidente que debe haber tenido lugar antes de diciembre de 1998, cuando se llevaron a cabo las elecciones presidenciales en Venezuela.

El diálogo (locación desconocida).

B: -Supongamos entonces que llegas al poder mediante unas elecciones: ¿qué hacer?
A: -Debo partir de la hipótesis de que me encuentro con una República empobrecida, envilecida y desengañada, pues ése es el legado de estos gobiernos. Aunque en esa forma de gobierno al parecer sería de esperar una resistencia casi invencible, en las ideas, las costumbres y las leyes.

B: -Sí, sería sumamente difícil una transformación revolucionaria profunda en una sociedad contemporánea. O sea, un cambio de poder no traería aparejado necesariamente un cambio en las instituciones: el poder pasa a otras manos y todo queda como antes.

A: -¿No… de veras crees semejante [tontería]?
B: -Bueno, demuéstrame lo contrario.

A: -OK. Mira: como te dije, al ganar las elecciones y decretar un estado de emergencia o similar, ya estoy en la situación en que he suprimido aunque sea momentáneamente cualquier poder que no sea el mío. Si las instituciones que aún subsisten pueden poner algún obstáculo, será sólo formal; en realidad, mi voluntad no tropieza ya con resistencia real; me encuentro, así, en esa situación extra-legal que los romanos llamaban dictadura. O sea que en este momento soy legislador, juez, ejecutor y Jefe supremo del Ejército.

B: -¡C…, pero [suprimido]!.

A: -Ahora, fíjate: primero, el país para ese momento tendrá ya una inmensa necesidad de reposo y no va a negarle nada a quien pueda brindárselo; y segundo, en medio de esta división de los partidos no existe ninguna fuerza real, o quizás sólo una: el pueblo.

B: -Pero el pueblo no va a controlar las instituciones públicas y privadas. ¿Cómo vas a manejar eso?
A: -Bueno, c…: porque no destruiré directamente las instituciones, sino que les aplicaré, una a una, un golpe de gracia imperceptible que les quebrará el espinazo. De manera que iré golpeando los puntos neurálgicos del sistema. Y a su turno le irá tocando a la organización judicial, la prensa, la libertad individual, la enseñanza…

B: -¿Y cómo se te ocurre pensar que puedes hacer eso pacíficamente?
A: -Fácil, viejo: por sobre las leyes primitivas haré promulgar una nueva legislación, la cual, sin derogar expresamente la anterior, en un principio la disfrazará, para después borrarla por completo.

B: -¿Olvidas que los pueblos, sobre todo luego de haber vivido en democracia, aunque sea pésima, tienen la debilidad de las constituyentes, que les encanta crearse sus derechos? [Fragmento incomprensible] en la situación que pintas, pese a todo tu poder, ¿no te das cuenta de que te verías en un p… si se llega a crear una matriz de opinión favorable a una Constituyente, con principios que seguramente serán opuestos a todo lo que me dices?
A: [Risas] -No chico, al contrario: para evitar lo segundo y aprobar lo primero, simplemente haré una nueva Constitución, eso es todo…

B: [Exclamaciones de asombro]: -C… ¿y no te das cuenta de que eso sería incluso más a…?
A: -No, para nada: ¿dónde estaría la dificultad? Lo que tengo que hacer es tomar la idea de una Constituyente como bandera: tiene dando vueltas por ahí como unos dos o tres años; bueno, la tomaremos y para cuando sea el momento, ya no habrá otra fuerza más que la mía… y tendré como base de acción el elemento popular: ¿sí o no?
B: -Bueno sí, está bien. Pero tengo una pregunta. Por lo que me dices, esa constitución tuya no va a ser precisamente un monumento a la libertad; ¿estás creyendo que una campaña electoral popular o un triunfo electoral te bastará para arrebatarle al país todos sus derechos, instituciones y sus principios?
A: -Un momentico, [suprimido]: no tan rápido. Te decía que los pueblos son como los hombres, que se atienen más a las apariencias que a la realidad de las cosas, de manera que los principios que se creen sagrados (y que no son más que una moda) no pueden ser un obstáculo insuperable para un proyecto que se presente como revolucionario.

B: -Pero los principios tienen que expresarse en las leyes.

A: -Mira, [incomprensible], y además no veo cuál es el problema de proclamar todos esos principios, y hasta lo haré, si es el caso, en el preámbulo de mi Constitución.

B: -¡Bueno! Ya me demostraste que eres un mago del c…

A: -No hay magia ninguna en todo esto: simple tacto político.

B: -Sí, pero ¿cómo, habiendo inscrito estos principios en tu Constitución, te las vas a ingeniar para no aplicarlos?
A: -Ah… pero espérate: te dije que proclamaría estos principios, no que los inscribiría expresamente…

B: -¿Y entonces?
A: .Bueno, a menos que resulte imposible, no entraría en ninguna recapitulación: me limitaría a declarar al pueblo que reconozco y confirmo los sagrados principios del derecho moderno. Al no nombrarlos específicamente, otorgo al parecer todos los derechos, aunque en realidad ninguno en particular, pues si los enunciase expresamente mi libertad de acción quedaría limitada.

B: -Claro…

A: -Fíjate, por otra parte, que algunos de estos principios competen a lo político constitucional propiamente dicho, pero otros a lo civil: esta es una distinción primordial. Son los derechos civiles los que la gente defiende sin saberlo, antes que los políticos propiamente dichos, y entonces siempre que pueda no los tocaré.

B: -¿Y los derechos políticos? ¿Qué le garantiza al ciudadano que si hoy le quitas la libertad política mañana no lo vas a despojar de la libertad individual?: hoy su libertad, mañana sus reales.

A: -No, no, no vale: estás exagerando. Mira: tú estás suponiendo que la gente tiene hambre de libertad. ¿No se te ocurre pensar que puede llegar el momento en que no la deseen más? ¿Le puedes pedir a un gobernante que se apasione por la libertad más que el pueblo? Si se hace hoy una encuesta todos van a contestar que no les interesa la política, que están hartos del gobierno, y que todos los políticos son la misma v…

B: -OK: supongamos entonces que estamos ya con una nueva Constitución aprobada a tu medida, mas sin un verdadero asentimiento popular.

A: -Pero te equivocas: es que no podría tampoco llegar hasta ese punto.

B: -¿Y entonces? ¿Tienes de veras la esperanza de asociar al pueblo realmente a la nueva “obra fundamental” que estás preparando? [Risas].

A: -Pero de b… que sí: ¡claro! ¿Por qué te extrañas? Fíjate que voy a hacer algo mucho mejor: ante todo, haré ratificar por el voto popular lo que en realidad es un abuso de mi autoridad en contra del Estado y las instituciones. O sea, que le voy a decir a la gente que todo estaba mal, que los partidos lo habían destrozado todo y que yo los he salvado…

B: -¿Y cómo? Libres bajo el peso del terror y de la Fuerza Armada…

A: [Fragmento incomprensible] – … seré aclamado, en realidad.

B: -Sí, claro, no lo dudo.

A: – …De manera que el voto popular, que me habrá servido de instrumento para llegar al poder, se convertirá en la base de mi gobierno.

B: -Ajá, pero entonces ¿de que manera harás que se vote tu Constitución? Si hay deliberación popular, está el peligro de que no se acepte todo lo que propongas. ¿Cómo se van a debatir entonces tantos artículos?
A: -Pero es que de ningún modo pretendo que se los discuta, creía que ya te lo había dicho… Mi constitución será presentada en bloque y será aceptada en bloque.

B: -Pero al actuar de esa manera todo el mundo quedará a ciegas. ¿Cómo, votando en esas condiciones, puede el pueblo saber lo que hace y hasta qué punto se compromete?
A: -Pero bueno, chico: ¿dónde has visto tú una constitución digna de ese nombre, de veras durable, que haya sido el resultado de una deliberación popular? ¿Cómo podría decidir tanta gente? ¿Y, total, para qué? Una constitución debe salir completamente armada de la cabeza de un solo hombre: si no, no es más que un mamotreto condenado a la nada. En la historia, las cosas nunca han sido de otra manera.

B: -Si te entiendo, los diferentes poderes del Estado serán concentrados en uno solo en tu gobierno, si bien conservándose las denominaciones, organizando las funciones alrededor de tí mismo, de manera que todo ese poder va a quedar concentrado en uno solo.

A: -Tienes razón, en parte: sería imposible actuar de esa manera sin peligro, pero lo que quiero decir es que los titulares de las instituciones serán designados directamente por mí.

B: -¿Y cómo? ¿Sin la participación de un Congreso?.

A: -Mira, el Congreso no ha sido más que una conjunción de cúpulas, escuela de rencillas, foco de agitación en que se consumen recursos que pudieran dedicarse a otros fines. Sustituyo teorías abstractas por la razón práctica, restituyendo al poder sus condiciones vitales. El poder no puede estar indiviso, mas que en la apariencia formal de lo institucional. Ya ves los resultados de la división de poderes, tan alabada por teóricos que jamás han gobernado ni su propia casa.

B: -Magnífico: por lo menos lo dices sin rodeos. Pero fíjate que quizás estás construyendo sobre la arena: ¿no me has dicho que la base de tu gobierno está en el sufragio popular? En ese caso no eres más que un mandatario, todo lo revolucionario que tú quieras, pero sometido a la voluntad del pueblo, pues en él reside la única soberanía.

A: -Pero olvidas algo: la soberanía no es de quien la debería tener, sino de quien en verdad la tiene. Pero te equivocas: si mi poder fuese perturbado, organizado como habrá de estar el Estado, sólo podría serlo por obra de las facciones, y contra ello estoy bien apertrechado por tres cuestiones esenciales.

B: -¿Cuáles son?
A: -Por mi parte, el derecho de apelar al pueblo y el de declarar el estado de excepción; y por parte de ellos, el tremendo desprestigio de los partidos y los políticos, que bien ganado se lo tienen.

B: -Pues eso parece infalible, desde luego, pero, fíjate que con respecto al Congreso, no sé cómo te vas a librar de dificultades.

A: -No hombre, olvidas que una Asamblea Constituyente lo podría disolver, y de hecho eso es lo que se hará.

B: -Pero, en todo caso, luego de esa Asamblea tendrá que crearse un nuevo Congreso, y éste tendrá siempre por lo menos el derecho de veto legislativo ante tus iniciativas de ley.

A: -Puede ser, pero recuerda dos cuestiones que se te pasan por alto: una, que si se lleva a cabo una disolución de los poderes por parte de la Constituyente, y eso será casi seguro, las nuevas autoridades serán designadas por nosotros, y éstas a su vez podrán reformar las leyes a nuestra conveniencia. Y otra, que se podría reducir el número de los miembros del Congreso, crear una suerte de “congresillo”, mucho más manejable que el anterior, nos reservaríamos el nombramiento de los presidentes y vicepresidentes de las comisiones, las sesiones de la Asamblea podrán ser restringidas a sólo unos meses, etc., y recuerda que como Jefe del Ejecutivo tendría el poder de convocar y disolver el cuerpo legislativo.

B: -[Exclamación aprobatoria].

A: -Aunque fíjate que la soberanía, al menos en lo que respecta a las apariencias, no puede asentarse sobre esas bases: es preciso que existan junto al verdadero soberano sujetos que despierten respeto por la dignidad de los títulos y la denominación de la institución: no es conveniente que la persona del Presidente esté en juego constantemente… podríamos incluso nombrar un Primer ministro o un Vicepresidente.

B: [Risas] -¡No, qué va! Con lo hablador que eres tú, nunca permitirías que otro te robe cámara: no dejarás que otros hablen por tí, y seguramente vas a ser el principal vocero de tu propio gobierno…

A: [Risas] -Su palabra vaya por delante…

Aclaratoria.

La conversación antes transcrita no es real: se trata de una paráfrasis de los diálogos Octavo y Noveno de la obra “Dialogue aux enfers entre Machiavel et Montesquieu” de Maurice Joly. El texto original se remonta a 1864 y le valió a su autor dos años de prisiones y una vida de exilio en su propio suelo, puesto que en su libro atacaba al Gobierno francés de la época, el de Napoleón III (edición española, “Diálogo en el Infierno entre Maquiavelo y Montesquieu”, Muchnik Editores, Barcelona, 1982, págs. 63 a 86).

Aunque se ha respetado el texto original de Joly (trad. Matilde Horne, 1974), en realidad han debido interpolarse peráfrasis, sinonimias y glosas a fin de adaptar el lenguaje decimonónico de los personajes de Joly a la época contemporánea. Por otra parte, se procuró ajustar el tono general a las condiciones de la Venezuela actual y su habla ordinaria, precisamente debido a su pertinencia como representación de hechos que pueden haber ocurrido en la época reciente. Empero, nótese con atención que nada de lo expresado atrás en la Introducción es falso: simplemente es lo suficientemente ambiguo; quizás valga aclarar también que, como es de suponer, la institución oficial de que se obtuvo la información -el libro- es… la Biblioteca Pública.

Nótese con atención que, a pesar del paso del tiempo, la estructura de los diálogos del texto se mantiene plenamente oportuna; así, se ha traído aquí este texto debido a la realmente asombrosa similitud entre los diálogos y lo que verosímilmente pudiera haberse conversado entre ciertos personajes en época muy reciente, de allí que no fue necesario alterar -salvo en un mínimo-, ni la estructura ni el contenido del original.

La utilidad que pueda tener el diálogo imaginario acá presentado puede darse en al menos dos sentidos: como mera parodia jocosa de la situación política del país, o como seria denuncia de los errores del actual statu quo. Que se lo interprete de una u otra manera queda en manos del lector, y la responsabilidad de quien esto presenta es la de un observador que se ha topado con graves similitudes entre una fantasía del siglo XIX y una realidad del siglo XXI.

De allí pues su relevancia para la actual situación política de Venezuela, en que los vicios de anteriores regímenes se ven no sólo repetidos sino seriamente exacerbados: a pesar de toda la buena voluntad que pueda haber en las más altas esferas del poder político, su ejercicio actual resulta muestra patente tanto de lo que los nuevos “revolucionarios” supuestamente han combatido, cuanto de la idiosincracia del venezolano. Y una cosa no es contradictoria con la otra.

Sirven en este sentido como indicadores generales tres cuestiones: el espectáculo de servilismo de los subalternos, que es francamente vergonzoso, tanto como lo es la concentración abiertamente absolutista del poder -sólo el político, por cierto-, y el grave cinismo de quienes diseñaron una Constitución sólo para luego violarla reiteradamente, en su propio beneficio.

Así pues, concentrar el poder en una cúpula de sólo dos sujetos, designar de ese modo a todas las autoridades principales, manejar el Estado a su personal conveniencia, ello nada tiene de revolucionario, de bolivariano ni de patriótico con respecto a lo que ya se venía practicando en el país, sino al contrario: se trata de una profundización, para peor, de los mismos métodos, ahora llamados “puntofijistas”, pero que simplemente, reconozcámoslo, son muy nuestros, muy criollos, muy venezolanos… muy venezolanistas puede decirse; digamos que ese estilo lo llevamos por dentro: ¿cómo, si no, es que funcionan la casi totalidad de la empresa privada y pública en Venezuela?. En ese sentido, se podría decir, ahora sí, que se trata de métodos muy patrióticos.

…por cierto: ¿quiénes creyó usted que eran los dos personajes?

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