Opinión Nacional

Transparentes abusos

DE TODO EL ASUNTO de Wikileaks, que espero sea por lo menos rentable para sus promocionadores, lo único realmente importante es que remacha la evidente imposibilidad de esconder nada en el mundo actual: hagas lo que hagas siempre habrá una cámara filmándote, escribas lo que escribas (a quién escribas y dónde escribas) siempre terminará por salir a la luz pública. Como los documentos sustraídos pertenecen a la diplomacia americana, nos confirman que los americanos cuidan sus intereses, estudian mejor o peor la realidad de acuerdo con ellos y procuran obtener ventajas de los demás países: supongo que algo semejante habría salido a la luz si los papeles hubieran sido de diplomáticos franceses, rusos… o españoles. Si no, más vale despedirlos.

En cuanto a la relevancia de tales soplos, pues la misma que garantías tenemos de su autenticidad: nula. Por ejemplo, este gran titular: “EEUU desconfía de la capacidad de Zapatero para gestionar la crisis”. O sea, como usted, como yo, como casi todos los españoles. La noticia hubiera sido que el Departamento del Tesoro americano considerase a Zapatero un genio de las finanzas, capaz de sacar a su país y de paso a media Europa del abismo. Ese sí que sería un documento estremecedor, una amenaza para el mundo libre. Afortunadamente, piensan lo mismo que nosotros. Y en el resto de los temas, piensan lo que cualquier ser dotado de razón podría suponer que pensaban, aunque a veces disimulan. Como cada cual hace en su vida. ¡Bah!

De modo que Wikileaks es tan revelador en el terreno político como el agujero de la cerradura respecto a la higiene íntima de las personas. En cambio nos ha permitido conocer que gente aparentemente razonable es partidaria de lo que llaman “transparencia”, es decir el derecho de todos a saberlo todo: que no haya secretos y reservas que puedan contrariar la curiosidad de alguien… caiga quien caiga y perdamos en el camino lo que perdamos. ¡Asombroso! Ateniéndome a mi experiencia personal: he estado en muchos tribunales universitarios de cátedras o tesis que, al ir a deliberar, invitaban a salir de la sala al público asistente, sin saber que atentábamos contra doña transparencia; he asistido a muchas reuniones editoriales en un gran diario, dando por supuesto la confidencialidad de lo hablado y sin saber que pecaba de antitransparente; por razones de seguridad llevo escolta policial y confío en que no revele mis itinerarios por Internet, aunque me temo que habría interesados en conocerlos… por transparencia, claro.

Pues bien, las cosas claras. Hay dos tipos de transparencia, la de gestión y la de opinión o deliberación. La primera es imprescindible en democracia: queremos saber a qué destinan los gobernantes nuestros impuestos, cómo defienden nuestras garantías y derechos, cuál es la justificación de sus decisiones políticas, etc…; la segunda es una agresión totalitaria contra el buen funcionamiento de las instituciones y la privacidad de las personas, ocupen cargos públicos o sean simples particulares. Confundirlas es parte de la actual imbecilización social, a la que no es ajena la maquinaria espléndida pero a veces devastadora de Internet. Última observación: dejando aparte a Berlusconi, Putin, los hermanos Castro y alguno más, no hay político que me resulte tan sospechoso y tan poco fiable como el señor Julian Assange… y sus partidarios.

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