Opinión Nacional

¿Tropezar con la misma piedra?

En 1999, Chávez rescribió la historia, sin que nadie defendiera a la cuarta república: los interesados se escondieron despavoridos, repetía las acusaciones de Gómez y Pérez Jiménez que cubrieron de oprobio a los partidos. El antipartidismo nació con los dictadores y alcanzó su perfección con Chávez, quién se ha beneficiado de la abstención y del desprecio a los partidos.

En cada elección de la cuarta república aparecía una fórmula independiente, una opción frente a los grandes partidos: personajes populares fracasaron electoralmente, pero los partidos terminaron de rodillas frente a la sociedad. Sin embargo, los partidos en estos 11 últimos años fueron eficaces frente a Chávez. De los partidos surgieron los líderes que ponen nervioso a Miraflores.

Los males de los partidos son iguales, o menores, que los de la sociedad que los cobija. Los partidos representan a esa sociedad organizada de la forma eficaz para tomar el poder, pero como aspiran a los votos de los venezolanos no les dicen unas cuantas verdades en su cara. Pecaron por colonizar la sociedad, pero también la sociedad creyó que desapareciendo los partidos no aparecería un Chávez. Una estupidez.

Los partidos necesitan adquirir peso en la sociedad.

Poder, en una palabra, como les sobraba en los años sesenta. Poder del que abusaron en el pasado. No es tarea fácil, porque el final de Chávez no disminuirá el peso de los militares; al contrario, amenaza con volverlos los grandes electores. En la oposición hubo la esperanza oculta de que los militares nos salvaran del militarismo, como si fuera bueno saltar del sartén al fuego lo que ya se hizo en 1998. La plaza Altamira simboliza a la perfección esa creencia de que el militarismo se combate con más militarismo.

¿Qué hacer entonces? Llamar a María, o buscar que la unidad de la oposición se convierta en una unidad ideológica, se traduzca en formar dos grandes partidos. Sin unidad electoral, sin unidad perfecta, no hay posibilidad de triunfo. Pero, a continuación, si esa unidad no se vuelve algo más, una tesis, poco se habrá conseguido. El antiguo sistema de partidos venezolanos nació en un largo proceso impulsado por figuras de dimensión histórica, ayudado por el rechazo al militarismo y provisto de ideologías claras.

Esta vez el militarismo en Venezuela lo representa un líder de una habilidad política indudable y que además todavía no ha sido derrotado, a pesar de que una buena parte del país crea que debe cantar victoria antes de tiempo, no cese de darse razones a ella misma para mirarse satisfecha en el espejo. Una conducta semejante a la que muestra el que silba al atravesar de noche un bosque peligroso, para darse ánimos.

¿Volverán a cometer los partidos los errores del pasado? ¿Permitirán que una minoría se apodere de ellos? También la sociedad civil debiera evitar repetir el error de asesinar a los partidos. En Venezuela no sólo necesitamos partidos renovados, sino también una sociedad menos irresponsable, frívola, tan caprichosa como la que aplaudió a un golpista con tal de librarse de Carlos Andrés Pérez, quién, en su amargo final, se comportó democráticamente: fue de frente, dio la cara y terminó preso en su casa. A veces parece que tropezaremos una y otra vez con la misma piedra.

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