Opinión Nacional

Un Bolívar, ida y vuelta

El Paraíso Burlado
(Venezuela desde 1498 hasta 2008) II
El Paraíso en Llamas
(Venezuela durante la Guerra de Independencia)
Un Bolívar, ida y vuelta

Salvo para los que tienen como verdad absoluta, verdad de fe, que Bolívar es el único dios y el demagogo de turno su profeta, la actitud del futuro Libertador con respecto a Francisco de Miranda siempre caerá bajo un espeso manto de sospechas. Sus enemigos presentan como prueba de su traición a Miranda un párrafo del informe presentado por Monteverde unas semanas después de los hechos, párrafo que dice así: Yo no puedo olvidar los interesantes servicios de Casas, ni de Bolívar y Peña, y en su virtud no se han tocado sus personas, dando solamente al segundo sus pasaportes para países extranjeros, pues sus influencias y conexiones podrían ser peligrosas en estas circunstancias. (Citado por Gil Fortoul)

Además de por lo escrito por Monteverde, la sospecha aumenta porque Bolívar hizo exactamente lo que Miranda habría dicho que quería hacer, y, por lo tanto, el arresto de Miranda, que terminó en su prisión y su muerte, le quitó al joven caraqueño un obstáculo en su camino hacia el mando supremo. Obra en favor de Bolívar la actitud de los hijos de Miranda, que no sólo no lo acusaron de nada, sino que al llegar a hombres fueron sus seguidores. El caso es que Bolívar, luego de la detención de Miranda y gracias a las gestiones del realista Francisco Iturbe o al agradecimiento de Monteverde, logró que le otorgaran un pasaporte y partió hacia Curazao. De Curazao fue a Cartagena, desde donde remitió a las autoridades de Santa Fe de Bogotá su famosa Carta, que además de interesantes explicaciones contenía un pedido de apoyo y ayuda para emprender una campaña que reconquistara Venezuela, sobre la premisa, muy cierta, de que Venezuela en manos de los españoles constituía un amenaza muy seria para la Nueva Granada. Y fue oído. Luego de una exitosa campaña en el Bajo Magdalena y de tomar Ocaña, partió hacia Cúcuta, que estaba amenazada por las fuerzas del coronel Ramón Correa, yerno del gobernador Fernando Miyares (y de la nodriza de Bolívar). El 28 de febrero de 1813 venció Bolívar a Correa en Cúcuta, y se preparó para ingresar a Venezuela, aun con la resistencia tenaz del jefe neogranadino de la región, Manuel del Castillo y Rada, que inicialmente le había pedido ayuda pero que ahora trataba de frenarlo por considerarlo su rival. A pesar de los esfuerzos de Castillo, el 30 de marzo le llegó al caraqueño la autorización para entrar a territorio venezolano, pero con la orden de no pasar de La Grita. Bolívar rechazó aquel límite, aduciendo que si se detenía, las fuerzas españolas podrían recuperarse e impedir el éxito de su campaña. Como respuesta extendieron el territorio hasta Trujillo, y Bolívar emprendió su campaña, según algunos, convencido de que al llegar a Trujillo se encontraría con la autorización de seguir adelante y, según otros, dispuesto a contravenir esa orden que no le convenía. El 14 de marzo (de 1813) salió de Cúcuta en rumbo hacia Bailadores y Mérida. Su primera división iba al mando del coronel Atanasio Girardot y la segunda al mando de su tío político José Félix Ribas. Iban también con él Rafael Urdaneta, Pedro Briceño Méndez y otros oficiales.

Aunque inicialmente Bolívar planeaba dividir sus fuerzas, de modo que Ribas se separara de él y fuese, desde San Cristóbal, hacia Barinas y Guanare, posiblemente para seguir luego rumbo a San Carlos, en tanto que Bolívar iría por los Andes, hacia Mérida y Trujillo, para seguir después a encontrarse con Ribas, las limitaciones del permiso dado por la autoridad de Santa Fe de Bogotá lo obligaron a dejar de lado ese plan y llevar todas sus fuerzas por la cordillera, tumbo a Trujillo.

El 17 de mayo (de 1813) llegó Bolívar a La Grita y luego de permanecer apenas dos días siguió hacia Mérida, a donde llegó el 23 en la mañana. En Mérida se le unieron varios hombres importantes, como Vicente Campo Elías, y también recibió un buen aporte económico, además del título de Libertador, que sería el que realmente más apreciaría en su vida. De Mérida despachó una vanguardia al mando de Girardot para limpiar de enemigos el territorio de Trujillo. Las fuerzas de retaguardia, mandadas por José Félix Ribas partieron desde San Cristóbal con la intención de alcanzar al resto en Trujillo. El coronel Correa se vio forzado a dejar aquellas latitudes e irse hasta Maracaibo. Las fuerzas de Bolívar tomaron Trujillo el 9 de junio, y fue allí en donde Bolívar, al enterarse de la muerte violenta del Diablo Briceño, emitió su famoso Decreto de guerra a Muerte, que revela su claro interés en que aquella contienda dejara de ser guerra civil y se convirtiera en guerra entre Venezuela y España, entre Colombia y España, entre americanos por un lado y españoles por el otro. Poco después Ribas, que estaba ya en Mérida, partió hacia Boconó, mientras los hombres de Bolívar aseguraban el territorio. Desde Trujillo, Bolívar tomó rumbo a Barinas, en donde campeaba el español Antonio Tíscar, y el 1º de julio entró a Guanare, y cinco días después tomó Barinas, luego de que Tíscar se retiró un tanto asustado hacia Guayana. En esos mismos días, Ribas vencía al español José Martí en Niquitao, y poco después tomaba rumbo hacia El Tocuyo y Barquisimeto.

Como reflejo del primer plan, Bolívar entró a San Carlos el 26 de julio (de 1813). El 29 de julio, el ya titulado en Mérida Libertador, atacó con todo a los realistas, rumbo a Valencia, en el valle de Taguanes, cerca de Tinaquillo. Esa victoria del 31 de julio en Taguanes dejó a los patriotas libre el camino a Valencia, de donde Monteverde se retiró en plan de derrotado hacia Puerto Cabello, a hacerse fuerte con la esperanza de iniciar una contraofensiva en cualquier momento. El 2 de agosto el general Bolívar hizo su entrada a Valencia, y el 4 ya estaba en La Victoria, en donde recibió a los comisionados de los españoles: el famoso marqués de Casa León, Marcos Ribas, hermano de José Félix, Felipe Fermín Paúl, el hermano prudente de Coto Paúl, don Francisco Iturbe, el que le había conseguido el pasaporte, y José Vicente Galguera. Allí transaron, y el 6 de agosto de 1813 entró, triunfante, Bolívar a Caracas. Ya era el jefe. Ya era, no sólo por mor de un título, sino de su acción y sus victorias, el Libertador.

El cronista del otro bando (José Domingo Díaz) pinta un cuadro terrible de pavores y desolación entre los suyos: “Viendo ya nuestra suerte decidida volví a mi casa a las tres para abandonar mi patria con mi familia, compuesta de una esposa y dos hijos, uno de ellos de catorce días de nacido. En aquella confusión no era posible encontrar suficientes medios de conducción para atravesar las cinco leguas de las altísimas montañas que median hasta La Guaira, y a las seis de la tarde estaba en camino en unos malos jumentos. Fuera ya mi familia de la ciudad, volví a ella para salvar los hospitales. Eran las ocho; necesario atravesarla toda, y aún no se notaba una grande agitación. Llagué a los hospitales y estaban abandonados de todos sus empleados. Se hallaban en aquel momento en mi casa buscándome para asesinarme, y ocupados en hacer en ella todos los daños posibles, y en dividir entre sí todo lo que contenía. A las diez volví para el camino y ya entonces me fue necesario correr las calles con una pistola en la mano. Ellas presentaban un aspecto pavoroso: reinaba un silencio de muerte, y en medio de la oscuridad sólo se divisaban grupos de hombres encapotados, semejantes a las sombras.

“Aún me hace estremecer la memoria de aquella funesta noche. Todavía parece resonar en mis oídos los lamentos y alaridos de seis o siete mil personas, hombres, mujeres, viejos y niños, que a pie o a caballo cubrían el camino, llevando por todos bienes los que sus fuerzas les permitían. Yo llegué al amanecer a La Guaira. No existían en el puerto sino siete buques de 100 a 200 toneladas, e incapaces de contener la cuarta parte de la emigración. Por fortuna me embarqué a la una de la tarde, abandonando en el muelle cuanto había podido conducir conmigo. Fui el último que tuvo la felicidad de embarcarse.”

No es precisamente la prosa de un Tolstoi.

La Campaña Admirable de Bolívar no fue la única acción exitosa que de los independentistas en ese año de 1813. Es la más conocida porque significó la retoma de la capital del país, pero, casi paralelamente, se produjo otra, tan exitosa como ella, en el Oriente del país. No hay que olvidar que el Oriente se había incorporado a Venezuela apenas treinta y tres años antes del 19 de abril, de modo que no era fácil que los orientales se identificaran del todo con los caraqueños. Y sin embargo, Cumaná estuvo entre las primeras ciudades en hacer lo mismo que había hecho Caracas en busca de la Independencia política. Y también fue pronto vencida por la reacción realista. Pero con presteza los orientales recuperaron la iniciativa. Santiago Mariño, que había nacido en la Villa del Espíritu Santo, en la isla de Margarita, el 25 de julio de 1788, es decir, era cinco años menor que Bolívar, fue el que se encargó de las acciones del Oriente. Muy niño se había ido a vivir con sus padres a la isla de Trinidad, y a raíz del movimiento de abril de 1810 regresó a la isla que ya era británica a buscar el reconocimiento del gobernador británico, gestión que no tuvo mayor éxito. Como capitán, sirvió a las órdenes de Manuel Villapol en defensa de la primera república. Caída esa primera república, volvió a Trinidad y, a pesar de la hostilidad del gobernador inglés, logró organizar una expedición para retomar Cumaná. Esa aventura se conoce como la Expedición de Chacachacare, por el nombre del islote ubicado entre Trinidad y Güiria, en donde tenía una finca su hermana, Concepción Mariño. Allí, el 11 de enero de 1813 se firmó el Acta de guerra de Chacachacare, en la que, luego de empeñar su palabra de caballeros en que vencerían o morirían en la tarea de salvar la patria de la dependencia española y restituirle la dignidad, se nombraba Jefe Supremo con plenitud de poderes al coronel Santiago Mariño, que actuaría como Presidente de la Junta, en tanto que como secretarios actuarían Francisco Azcue, José Francisco Bermúdez, Manuel Piar y Manuel Valdés. Y así, un puñado de hombres salió hacia las costas venezolanas, en donde conquistaron Irapa, Yaguaraparo, Río Caribe, Carúpano y, finalmente, Cumaná, que cayó en poder de los independentistas el 3 de agosto de 1813, tres días antes de que Bolívar entrara triunfante a Caracas.

El 14 agosto, a pocos pasos de la casa en donde nació, Simón Bolívar, que había recibido en Mérida aquel título de Libertador, lo ve ratificar. Eso fue en el templo de San Francisco, y uno de los momentos más felices de su vida:

“Reunidos el 14 del presente el Presidente del estado, la Municipalidad, los Notables de esta Ciudad, y empleados Superiores, por voto unánime aclamaron al C. Simón Bolívar por capitán general de los Exércitos y lo condecoraron con el título de LIBERTADOR DE VENEZUELA. En este grandioso acto no se vieron sino pruebas repetidas de sensibilidad y reconocimiento, en todos los que componían tan respetable asamblea, y no se oyeron sino discursos vehementes sí; más animados del deseo de manifestar el más grande interés por el héroe que había logrado superar tantos obstáculos, y vencer tantos riesgos por la libertad a su Patria. Cada uno sentía la necesidad de que el intrépido Bolívar acabase de expurgar el territorio de los enemigos que aún le perturban, y cada uno al ponerle a la cabeza de los exércitos pensaba en su propia conservación. Jamás se ha dado tan espontáneo voto, jamás los sentimientos de una asamblea han sido tan universales como en la que fue proclamado General C. Simón Bolívar. Tal es el imperio de la virtud, del mérito, y del reconocimiento! Formada el acta en la que se le proclamaba General y se le distinguía con el bien merecido título de LIBERTADOR DE VENEZUELA, dos Diputados pasaron a cumplimentarle y ponerla en sus manos de parte de la asamblea. El la recibió con toda la distinción debida a las corporaciones que se la dirigían, y respondió en los términos siguientes.

Señores: La Diputación de VSS. me ha presentado la Acta de 14 del corriente, que a nombre de los pueblos me trasmiten VSS. con la debida recompensa de las victorias que he conseguido, y han dado la libertad a mi Patria. He tenido, es verdad, el honor de conducir en el campo de batalla, soldados valientes, Gefes impertérritos, y peritos, bastantes por si solos a haber realizado la empresa memorable que felizmente han terminado nuestras armas. Me aclaman VSS. capitán general de los Exértitos, y Libertador de Venezuela: título más glorioso y satisfactorio para mi que el cetro de todos lo imperios de la tierra; pero VSS. deben considerar que el Congreso de la Nueva-Granada, El Mariscal de Campo, José Félix Ribas, el coronel Atanacio Girardot, el brigadier Rafael Urdaneta, el Comandante D’Eluyar, el Comandante Elías y los demás Oficiales y tropas, son verdaderamente estos ilustre libertadores. Ellos, Señores, y no yo, merecen las recompensas con que a nombre de los pueblos quieren premiar VSS. en mi, servicios que éstos han hecho. El honor que se me hace es tan superior a mi mérito que no puedo contemplarlo sin confusión. El Congreso de la Nueva-Granada confió a mis débiles esfuerzos el restablecimiento de nuestra República. Yo he puesto de mi parte el zelo. Ningún peligro me ha detenido. Si esto puede darme lugar entre los Ciudadanos de nuestra Nación, los felices resultados de esta campaña que ha dirigido mis órdenes, es un digno galardón de estos servicios, que todos los soldados del Exército han prestado igualmente baxo las banderas Republicanas. Penetrado de gratitud, he leído la Acta generosa en que me claman, sin embargo, Capitán de los Exércitos, y Libertador de Venezuela. Yo sé cuánto debo al carácter de VSS., y mucho más a los pueblos, cuya voluntad me expresan, y la ley del deber, más poderosa para mi que los sentimientos del corazón, me impone la obediencia a las instancias de un pueblo libre, y acepto con los más profundos sentimientos de veneración a mi Patria, y a VSS. que son sus órganos, tan grandes munificiencias. Dios&c. 18 de octubre. 3º. y 1º.”

Era un cuadro bucólico, demasiado distinto al que pintó José Domingo Díaz. Contemplaba la escena la bella imagen de San Francisco de Asís. Y las sonrisas de todos los presentes hablaban de victoria, de una victoria que no permitía ni siquiera imaginar que pronto terminaría aquel cuadro de felicidad. Las hermanas arditas, venidas de la montaña cinética, y los hermanos cristofués y los hermanos cardenalitos escucharon los aplausos de los hermanos humanos y supusieron que entre ellos estaba el más dulce y humano de todos, el hermano Francisco de Asís. Pero no estaba.

Estaba sí, el niño Simón, que se veía a sí mismo, admirado por todo el camino que había recorrido, pero sin saber todavía el que le faltaba por recorrer, que era mucho más largo, mucho más arduo y terminaba en su muerte, que lo haría inmortal.

Pero también estaba, agazapado y listo para acabar con toda aquella engañosa felicidad, José Tomás Boves.

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El Paraíso en Llamas
(Venezuela durante la Guerra de Independencia)
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La óptica del otro
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