Opinión Nacional

Un caos en llamas

El espejo de la mentira todavía contaba con reflejos efectivos. Sin embargo, un año después se han hecho notorias las costuras de la descomposición política, económica y social, potenciada a lo largo del siglo XXI, y ante todo ello la hegemonía roja responde con represión y más represión. Pareciera que ya no saben, no pueden, o no quieren hacer más nada sino reprimir.

Pero no se trata de un autoritarismo ordenado, si cabe la expresión, tipo los regímenes de fuerza convencionales de variado signo que se han conocido en América Latina y en la Venezuela anterior a la República Civil. No. Se trata de una mandonería descuajada por los conflictos internos y por el despliegue del hamponato armado del oficialismo, lo que le agrega arremetidas anárquicas a la violencia de Estado. O más precisamente, al terrorismo del Estado. Al Estado que queda prácticamente reducido a intimidar, cercar, aterrorizar a la nación.

Lo peor de lo peor. O lo más peligroso de lo peligroso. A la pregunta obvia de quién manda en Venezuela, la respuesta no lo es tanto. Se sabe que el régimen es teledirigido desde La Habana por los hermanos Castro Ruz y su entramado de poder despótico, pero el «funcionamiento» de la estructura interna del bolivarismo se encuentra muy afectado por el desmadre económico-financiero, la presión popular, la debilitada imagen de Maduro y compañía, y las sombrías perspectivas de la situación venezolana, incluso a corto plazo. Y no se trata de especulaciones interesadas, porque hasta encuestas encargadas por el poder lo están señalando claramente.

La bonanza petrolera ya no alcanza para mantener los niveles de depredación y la masiva publicidad ha perdido la eficacia persuasiva de otros tiempos. La mega-botija de la corrupción chavista no tiene la misma dimensión ni los mismos fondos. En el 2012 la bolioligarquía se embolsilló 25 mil millones de dólares –nada más que estafando a Cadivi–, y en consecuencia esas ollas raspadas ya no logran preservar el ensamble de respaldos y lealtades de otrora. Ante semejante panorama, todo lo se intenta hacer para parapetear el tinglado, no pasa de pañitos calientes. Verbigracia, Sicad II.

La realidad de que Venezuela se cae a pedazos, es cada vez más agobiante y más claramente percibida por la generalidad de la población, incluso más allá de las fronteras de las preferencias político-electorales de cierta data. Y en esa realidad y percepción, Maduro tiene una responsabilidad mayúscula, pues ha logrado superar a su predecesor en las embestidas demoledoras de la democracia y del potencial socio-económico del país.

Venezuela no es que acerca al caos, es que ya está inmersa en él. El caos de la explosión de violencia criminal, de la parálisis económica (¡con el barril de petróleo en 100 dólares!), de la anomia social y en gran medida, también, política, porque la satrapía se está descomponiendo en tribus de violencia represiva, en una especie de regresión primitiva y barbárica. Por eso el caos va camino de un caos en llamas.

 

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