Opinión Nacional

Un Cubano en las Tiendas Grafitti

Tal vez halla sido el ritmo dulzón del mambo que lo “empujó” más allá del umbral de la mega tienda o las ofertas con las que a diario insiste el Mundo Grafitti en los comerciales de la TV; pudo atraerle, quizá, el brillo del mármol Guayanés que decora el piso de la tienda o la luz fría y blanca que crea una atmósfera totalmente aséptica en el ambiente.

Esas u otras circunstancias, pero estaba allí. De contextura fornida y piel oscura como el petróleo, el hombre “llevaba” el compás de la música rozando levemente los dedos índices y pulgar; mientras, con la pierna izquierda, ejercía una pequeña pero constante inflexión con la que simulaba un bailao muy del Pingüino Dámaso Pérez Prado. No hubo necesidad de escucharle la voz para saber que era de nacionalidad cubana. No hubo necesidad de preguntarle a qué se dedicaba porque uno de los que le acompañaba le comentó al vigilante del estacionamiento – donde habíamos coincido por primera vez – que: “El camarada vino a enseñarnos a leer”.

Se le veía complacido. Pudiera aventurarse uno y decir que el hecho de saber que no tendría que presentar en caja la tarjeta de racionamiento le dibujaba la sonrisa en sus labios; también que como en Venezuela el bolsillo es el límite para hacerse de las camisas y cualquier otra prenda de vestir sus posibilidades se ampliaban tanto como a las que se reducía la oportunidad de cubrir sus necesidades básicas en el “mar de la felicidad”.

Una cosa excluía la otra; él estaba aquí para cumplir una “labor de patria”, para callarle la boca a quienes se quejan por los 53 mil barriles diarios que Venezuela “vende” a cuba diariamente, para que sepamos lo que es una verdadera revolución, para que no sigamos confundiendo los amapuches entre los comandantes como una cuestión de oportunismo o de enamoramiento tardío; y, pobrecitos, para enseñarnos a leer. De manera que la compra que efectuaba en Grafitti estaba reñida con la Misión para que la que fue asignado. No obstante le explicaba a su acompañante – un mozalbete trajeado con una franela estampada con la imagen del Che Guevara – que las ofertas eran irresistibles y que “pensaba regalarla” en el barrio donde tenía que efectuar su tarea.

Y su tarea era enseñarnos a leer. Pero eso sí, no para que después andemos leyendo la basura que se escribe en los periódicos ni en los libros de los enemigos del proceso bolivariano. A esa gente, ni agua. Seguramente le afirmaba el cubano.

Más allá de la ficción que pudiera encerrar esta crónica hay un hecho incontrovertible: el gobierno de Chávez no le interesa erradicar el analfabetismo en Venezuela; así como no le interesa atacar a la delincuencia ni implementar políticas sociales orientadas a disminuir los índices de pobreza. Su meta es otra: cultivar la ignorancia, y catequizar a hombres y mujeres – en su gran mayoría gente de buena fe, que espera y desea un cambio – para mantenerse en el poder. De allí que la “bondad de Fidel” para con los venezolanos no debe hacernos olvidar que el modelo cubano es odioso al ser y sentir del venezolano. Mucho menos olvidar que en la cartilla del régimen autocrático, despótico, y decrepito de Fidel – el poder político, militar, y económico en Cuba es vitalicio y hereditario: Raúl, su hermano, sólo espera la muerte del comandante para coronarse emperador de la isla -, encierra la formulita que le ha permitido oprimir a un pueblo por más de 40 años.

Y no se crea que, al escribir estos renglones, nos asiste algún sentimiento xenofóbico. No, muy por el contrario, los venezolanos – así, en plural – sentimos especial simpatía por los nacidos en la tierra de Marti. Lo que sucede es que se nos hace difícil olvidar que Fidel Castro lo único que ha impulsado con éxito en Venezuela es el crimen. Si no recuerden sus esfuerzos por derribar el gobierno, legítimamente electo, de Rómulo Betancourt cuando armó y estimuló la lucha armada que llenó de sangre la década de los 60 en Venezuela.

Lo dejo hasta aquí. Aquello de que el que está picado de culebra cuando ve un bejuco se espanta, es un refrán. Nada más.

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