Opinión Nacional

Un doble dolor de cabeza

Venezuela es un rompecabezas desde el ángulo por donde la miremos. Nos produce jaqueca no poder armar los pedazos de cartón del ex países que tenemos por habitación permanente, debido a que algunas piezas no encajan o pareciera que no existen. Llevamos cuarenta y nueve años tratando de armarlo, pero nada que ver. Entre el 60 y el 70 nos pareció que lo lográramos apoyándonos en la pacificación y en la primera bonanza petrolera, pero en el 80 colapsó y en el 90 apenas logró recuperar la imagen. Durante el quinquenio de Caldera Parte II no se hizo ningún intento por calzar los cartoncitos, por lo que en el 98 decidimos que era mejor desbaratar por completo lo logrado y comenzar desde cero. Es probable que la desgracia se deba a que los modelos que siempre elegimos durante ese medio siglo y el que corre, no se corresponden con las 26 millones de piezas que tenemos en los 912.050 km2 de territorio. Hoy, en pleno apogeo petrolero continuamos enfrascados en la misma diatriba, por lo que nos toca darle unas pinceladas al modelo de país que todos anhelamos y trazar sobre esa nueva figura tantos cortes como sean necesarios para extraer nuevas piezas y dedicarnos de una vez por todas a armar el rompecabezas antes de que la resaca del tsunami político y social nos alcance.

El nuevo modelo de país tiene que surgir del concurso de toda la dirigencia nacional con el aval de toda la nación. Es irracional e inviable sin que se produzcan alteraciones, que en pleno siglo XXI una sola persona se arrogue arbitrariamente ese derecho en nombre de 26 millones de almas, como si se tratara de una sociedad robótica y no de conglomerado de seres pensantes. Es imperativo dibujar con urgencia sobre los 912.050 km2 un modelo que no se deteriore al menos durante el presente siglo. Por encima de nuestras propias teorías socioeconómicas y manera de ver el mundo, tenemos que reconstruir a Venezuela midiendo conscientemente los alcances y las limitaciones reales de nuestras formulas. Es imposible que un pueblo dividido logre salir adelante como nación o triunfe en una guerra, por muchos pertrechos que le sobren. Quizás, tal vez, a lo mejor, como fracción cada cual por su lado alcance su objetivo político; pero no es moral condenar al atraso a toda una nación por complacer caprichos individuales, ya que esa acción sistemática constituye un homicidio colectivo por el que tarde o temprano tendrán que responder ante el país y el mundo tanto el ejecutor como los que le facilitaron el garrote para que nos propinara el siguiente madrugonazo.

En tal sentido, sugiero que el innombrable recoja sus 26 leyes antes de que la sangre llegue al río y vaya a tener que ir las aguas turbias. Qué convoque a los mejores pinceles del país, no para que le retoquen la bicha, sino para que le pinten angelitos negros al nuevo rompecabezas. Habrá que eliminar las palabras revolución, escuálidos, oposición, etc., y en sustitución graficar democracia social o bolivariana para que todos queden felices y contentos y Juan Bimba o el proletariado no sigan muriéndose de sed de justicia.

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