Opinión Nacional

Un hombre honesto

En términos generales se puede decir que es un jugador honesto. Nunca lo he visto fingir una falta, a diferencia del 99% de los futbolistas que apenas los roza un rival salen catapultados por los aires como si hubiesen pisado una bomba enterrada en el césped, para luego retorcerse de dolor frotándose todo el cuerpo menos donde supuestamente recibieron la patada. Sin embargo, el mejor futbolista del mundo tiene una mancha en su expediente. Algunos no lo llamarían mancha, sino más bien picardía. Cosas que se tienen que hacer dentro de una cancha de fútbol, todo sea por ganar.
Fue el 9 de junio del 2007, en el estadio Nou Camp. Se jugaba el clásico catalán, FC Barcelona frente al Espanyol de Barcelona. Arriba un gol a cero los visitantes. Hasta que al minuto 43 del primer tiempo vino un centro que fue cortado por un defensor del Espanyol, entonces Messi al ver que no alcanzaba la pelota, extendió la manopara anticiparse al portero y meter un gol que por increíble que parezca el árbitro dio por bueno. Eufórica, la gente tuvo otro motivo más para decir que había nacido el sucesor de Diego Armando Maradona.
En el Mundial de México 1986, en semifinales, Maradona anotó el gol más sorprendente de todos las Copas del Mundo. Incluso más sorprendente que el que habría de marcar minutos más adelante ese mismo día al burlar a medio equipo rival. Fue un rechace de un defensor inglés que salió hacia su portería, fácil para que el experimentado guardameta Peter Shilton lo sujetara por todo lo alto con sus casi uno noventa de estatura, entonces fue cuando Diego se levantó por los cielos cual basquetbolista liliputiense tratando ganar un rebote en el tablero. Maradona se amparó en el “Creador” de todo lo visible e invisible para justificar la trampa más evidente de toda la historia de los Mundiales. “La mano de Dios”, le bautizó. Salvo los ingleses, todos le aplaudieron.
Toda esta extensa introducción la hice porque el pasado día 10 de este mes, ocurrió un acto inverosímil. Con el partido empatado a uno, restando 10 minutos de juego, a falta de 4 jornadas para que finalice la temporada, su equipo jugándose la oportunidad de ascender a la primera división del fútbol alemán (a un punto de jugar la promoción), con todos los millones de euros que implica subir a la máxima categoría, un señor llamado Marius Ebbers va y le reclama airadamente al árbitro: “Exijo que anules mi gol”. Atónitos, compañeros y rivales, aficionados y comentaristas, presenciaron lo inaudito. Un futbolista reconocía que su gol era producto de la trampa. El balón fue centrado con tanta potencia y elevación que el portero se vio techado, así que Marius Ebbers aprovechó para cabecear solo frente a la portería, con el pequeño detalle de que a él también lo sobrepasó la pelota y por eso tuvo que ayudarse con la mano para meter un gol que en primera instancia los árbitros dieron como legítimo por creer que el jugador lo había rematado con la cabeza.
Hace pocos meses, el sábado 28 de enero para ser exactos, aquí en México, ocurrió algo similar. Corría apenas la jornada número 4. El Cruz Azul iba abajo dos goles a uno en su visita a Cancún. Restaban 5 minutos de partido. Entonces el delantero argentino Emanuel Villa metió un gol con la mano que le dio el agónico empate a su equipo. Villa se sinceró, obviamente después del partido, declarando ante los medios de comunicación, que sí, había metido el gol con la mano (infracción más que evidente incluso sin la ayuda de las múltiples repeticiones en cámara lenta). Acto seguido, la Comisión Disciplinaria lo suspendió un juego y le impuso una multa de 5 mil 600 pesos. Todo un precedente pues nunca antes se había castigado a un jugador (amparándose en evidencia televisiva) por hacer trampa dentro del terreno de juego. Sobra mencionar que tras la sanción a Villa, jornada a jornada la Orwelliana Comisión Disciplinaria se hace de la vista gorda ante toda la evidencia de las cámaras que desnuda lo miserable y tramposos que son los futbolistas dentro del terreno juego.
El novelista y filósofo francés Albert Camus, afirmó que todo cuanto sabía con mayor certeza sobre la moral y las obligaciones de los hombres, se lo debía al fútbol. Empiezo a creer que Camus tiene razón. El día en que todos tengamos el espíritu y el corazón impregnados con el 1% del valor y honestidad de Marius Ebbers, este país saldrá adelante. No son los políticos nuestros enemigos, somos nosotros mismos.
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