Opinión Nacional

Un largo viaje hacia la noche

Y pensar que todo comenzó con un simple acto de arbitrariedad presidencial: el cierre de un canal de televisión. Así son las cosas.
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La destemplanza, rayana en la grosería y la brutalidad, de que han hecho gala altas personalidades del régimen, desde la vicepresidencia ejecutiva hasta la cancillería, incluso de la presidencia del TSJ, frente a las declaraciones del juez español Baltasar Garzón en el acto aniversario de CONIUNDUSTRIA es un indicio abrumador del insólito desconcierto y el dramático descontrol que reinan en los predios del oficialismo. Al mismo tiempo que prueba evidente de una irritación exacerbada en quienes han perdido el manejo de la situación y reaccionan visceral, anímicamente sin parar mientes en las consecuencias de sus actos. Destinados casi todos y contra la propia voluntad de sus gestores a dañar precisamente el frágil tejido de legitimidad sobre el que se asientan. ¿Enfrentar la extraordinaria e irredargüible racionalidad del juez Garzón – uno de los hombres públicos más respetados del mundo jurídico internacional – calificándolo de “mercenario, payaso, tarifado”, como hiciera el propio vicepresidente de la república? ¿O de “cobarde y mercenario” por el canciller de la república? ¿O de mercenario al servicio del colonialismo español, como lo considerara en una de las más sorprendentes descalificaciones nada más y nada menos que la presidenta del Tribunal Supremo de Justicia? Ya estarán el Rey de España, el presidente Zapatero, el canciller Moratinos y el propio juez Baltasar Garzón asombrados ante tanto dislate. Por no hablar de la magistratura española. ¿Ésta es la Venezuela que fundara Bolívar? ¿Ésta aquella en que enseñaran hace pocos años los catedráticos García Bacca y García Pelayo? ¿Ésta la patria del premio Príncipe de Asturias Arturo Uslar Pietri? ¿De qué sustrato de la república habrán salido quienes, ocupando hoy las más altas magistraturas, son incapaces de escuchar con un mínimo de sindéresis y elemental auto control a una de las más influyentes personalidades de la jurisprudencia internacional contemporánea?

Asunto de extrema gravedad, pues constituye indicio de que en las acciones del ejecutivo y, por inmediata consecuencia, en las de las distintas instituciones del Estado ya sujetas definitivamente a su omnímoda voluntad, no prima la más mínima racionalidad política – una elemental consideración de la relación costos-beneficios de los actos del gobernante – sino la irracionalidad suicida de su voluntad pura – “después de mí el diluvio”. Con lo cual, el campo de mediaciones, pesos y contrapesos que constituyen el delicado mecanismo de esa frágil relojería que es la gerencia de la cosa pública, queda al arbitrio del libre juego de las ambiciones personalistas, los deseos e intereses de los grupos capaces de imponerse por la simple violencia de sus armas o los íntimos sentimientos, rencores y apetencias descarnadas de quienes controlan las palancas del Poder. La ley de la selva, el darwinismo más descarnado. Como si fuera ésta una tribu enferma de una grave sicopatología, y no una nación sana, hecha y derecha.

Pareciera como que la piel que sirve de mediación entra la realidad exterior y el proyecto del poder de quien rige nuestros destinos se hubiera esfumado, que el cuerpo social y político venezolano se encontrara desollado, la nervadura cerebral de la nación paralizada y el cuerpo que constituye la esencia de nuestra patria desnudo, aterido y a la intemperie. Pronto a ser pasto de sus peores influjos. Que, como los carcinomas, no atacan desde fuera, inducidos por factores malévolos de naturaleza exógena, sino desde lo más profundo del propio cuerpo. Venezuela está gangrenada. Ésa es la única conclusión que puede derivarse de la intemperancia, la falta de sindéresis, -digámoslo de una vez -: la estolidez expresada por nuestros más altos magistrados con ocasión de un discurso digno de cualquier recinto académico. Con razón la indignación estudiantil.

Algo grave, muy grave está pasando en Venezuela. Y a menos que hagamos algo al respecto, sólo puede ir a peor.

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He leído cuidadosamente la mesurada conferencia de Baltasar Garzón. Implacablemente rigurosa. Tenía en la retina su temperada comparecencia en la tribuna del acto que celebraba CONINDUSTRIA y nada en él me hizo presagiar la virulencia de las reacciones oficiales. Es un discurso de alta factura académica, enmarcado en los cánones del clásico protocolo universitario, suficientemente ponderado y adornado de citas de autores clásicos y modernos. Por cortesía con el país anfitrión, aunque muy bien elegidas, con dos excelentes citas del Libertador. Situado, como es propio del mundo del derecho, en lo que podría calificarse del “justo medio”. De allí que su pladoyer por una democracia que controle a sus mandatarios – un deseo adelantado por Montesquieu, suficientemente fortalecido por Alexis de Tocqueville y reiterado hasta la saciedad por todos los constitucionalistas y filósofos del derecho durante los últimos dos siglos -, tanto más cuanto más investidos de poder, no resultara ninguna novedad. Tampoco su alegato a favor de un poder judicial autónomo y su reiterada necesidad de reconocer el valor de la ética y la moral en el juez, así como los naturales conflictos que suelen suscitarse en la sociedad moderna – presa de intereses contradictorios y potentes – en donde todos los factores, sectores y poderes presionan los unos sobre los otros tras la consecución de sus fines. Ni tampoco, natural corolario de todo lo anterior, la necesidad de consultar al ciudadano sobre graves y definitorios asuntos de Estado, en los que corre riesgo la sobrevivencia del equilibrio democrático mismo. La participación en un conflicto bélico, los protocolos en defensa del medio ambiente. El retiro de tropas de un frente de guerra. O asuntos de su muy particular y doméstica incumbencia, como el cierre del canal de televisión más sintonizado en nuestro país.

Nada, absolutamente nada de todo lo dicho en esta ocasión por el juez Baltasar Garzón, hubiera incomodado al Sr. Jorge Rodríguez, a Nicolás Maduro o a la jueza Luisa Estela Morales de haber sido expresado en las inmediaciones del hecho que llevaran al juez Garzón a solicitar la detención y encarcelamiento del dictador chileno Augusto Pinochet en Londres, hace algunos años. Que por cierto: al hacerlo no hizo más que poner en práctica la filosofía jurídica y moral que defendiera en el foro de Condustria el pasado martes 19 de junio. Tampoco les hubiera sonado ingrato a sus oídos mientras su jefe máximo, el presidente de la república teniente coronel Hugo Chávez, preparaba los golpes de estado de febrero y noviembre de 1992. O más tarde, cuando ya se encontraba encarcelado o cuando se preparaba para asumir la presidencia de la república. Por cierto, las entrevistas que el entonces candidato Hugo Chávez les concediera a Jaime Baily y a Marcel Granier dejan ver a un prospecto presidencial muy cercano al ideal tipo que se deriva del universo conceptual del juez Baltasar Garzón. Pero las críticas subyacentes al discurso de Garzón tenían entonces otro destinatario, caro al encarcelado teniente coronel: un régimen como el de la mal llamada Cuarta República. Nada que objetar.

El problema, el grave problema, es que el juez Baltasar Garzón ha venido a nombrar la cuerda en casa del ahorcado. Por simple efecto de demostración, retratando lo ideal, ha quedado de manifiesto lo monstruoso. Con lo cual sus conceptos, categorías y percepciones adquieren otra contextualización, posiblemente ajena a la voluntad del propio Garzón. Y como ciertas sustancias inofensivas, mezcladas en proporciones indeseadas con otros elementos químicos bajo ciertas y determinadas circunstancias ambientales pueden generar sustancias extraordinariamente inestables, capaces de crear una auténtica conflagración, pedir jueces honrados y honorables – en donde manifiestamente hacen falta –; reivindicar autonomía judicial donde el sistema judicial se encuentra arrodillado a las órdenes del caudillo y exigir controles al incontrolado e incontrolable primer magistrado no podía menos que causar un sacudón de dimensiones telúricas.

“Al que le venga el sayo, que se lo ponga” reza el refranero. Por lo visto, Rodríguez, Maduro y Morales calzaban la justa medida. Se lo han puesto. La culpa no es del sastre: es de la joroba. O como diría Hegel: de la cosa misma.

3

No se ha cumplido un mes desde el cierre, a todas luces arbitrario e inconstitucional, de RCTV y en la consideración internacional y de acuerdo a los parámetros democráticos vigentes en este siglo XXI el gobierno venezolano parece haberse despeñado hacia el abismo del ominoso reino de los países forajidos. Una tramoya mediática prolija y costosamente construida por lo menos desde el 11 de abril de 2002, hace ya cinco años, se ha derrumbado estrepitosamente. Un clamoroso triunfo electoral, legitimado intempestivamente por la candidatura opositora, ha sido echado por la borda de manera precipitada e irreflexiva. Una estrategia seguida con tenacidad se ve de pronto desbaratada por el propio estratega. La ambición rompe el saco.

Como la historia no es un guión que el mandamás de turno reescriba o borre a su personal discreción, sino una obra heterogénea de fuerzas, sentimientos y anhelos muchas veces encontrados y siempre inéditos, de pronto el pasado, el presente y el futuro comienzan a confundírsenos en la memoria y a modificarse dramáticamente. La perentoria exigencia del presidente de las Empresas 1BC Marcel Granier al presidente Jimmy Carter y a la Fundación homónima de considerar el incumplimiento de compromisos sagrados asumidos luego de los nunca aclarados sucesos del 11 de abril de 2002 y de darle una explicación al país acerca de lo que verdaderamente aconteció en dichos bochornosos acontecimientos adquiere una relevancia verdaderamente trascendental. La verdad histórica pugna por ver la luz. Porque fue violentada aviesamente para permitir esto que pareciera estar a punto de naufragio: la imposición de un régimen totalitario en Venezuela. No sólo de lo que aconteció: sino de lo que está aconteciendo y de lo que acontecerá. Y como muy bien decía el hoy tan mal citado Antonio Gramsci: “sólo la verdad es revolucionaria”. La mentira – y eso nadie mejor que Hugo Chávez para saberlo – es contra revolucionaria. Y como bien dice el refrán: tiene las patas cortas. Ya trastabilla.

El mundo adquiere de pronto otros contornos. Las visiones se modifican. Lo que brillaba ya no luce. Y lo que era, dejar de ser. La España de Zapatero, hasta ayer mismo tan grata a los oídos del chavismo, ya disgusta. Bastó una somera crítica del canciller Moratinos, para que el presidente decida “alejarse de España”. Tendrá que alejarse del mundo. Él podrá hacerlo. Pero como Venezuela está anclada para siempre en este planeta tierra, es de imaginar que es él y no el país quien comienza a arrastrarse a la periferia de su vigencia histórica. Y que la centrifugadora de los hechos terminará por aventarlo más temprano que tarde al reino de lo innominado. Puede ser el comienzo del fin. Algo que el 26 de mayo nadie se lo imaginaba.

Y pensar que todo comenzó con un simple acto de arbitrariedad presidencial: el cierre de un canal de televisión. Así son las cosas.

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