Opinión Nacional

¿Un nuevo Billos?

Ayer, para complacer a mi esposa –porque a mí no se me hubiese ocurrido- me fui para Caracas. Me dije, mientras salía de Turmero que me consolaría comiendo algo de lo que hace no pocos años eran para mi humilde sentido gastronómico una delicia. Y en ello incluyo hasta los perros calientes de Filippo en la Plaza Altamira.

La salida fue triunfal y al tomar la autopista regional del centro,  bastante optimista. Recordé las palabras de nuestro gobernador en cuanto a las medidas de seguridad implementadas en la vía que recorría: Fuerte  vigilancia. Detectores de velocidad. Medidores de contaminación y muy pronto, ¡¡¡alcoholímetros!!!. La vía estaba recién asfaltada y las rayas que se pintan para delimitar los canales acabaditas de pintar –valga la repetición-. Pero que gran desilusión. Apenas empezando, caí en el primer hueco, luego en un segundo, un tercero y un cuarto. Entonces inicié un conteo y en unos 6 kilómetros de asfaltado conté 73 huecos, sin tomar en cuenta huequitos y fisuras. ¿Quién sería el insigne constructor autor de la obra? ¿Acaso el contratante no tenía un ingeniero residente que verificara la calidad de la misma? Preguntas sin repuestas. Sorteando las irregularidades llegué a Las Tejerías a partir de la cual se acrecentó el martirio. Ya me había tenido que arrimar al hombrillo varias veces porque  algunas gandolas casi me pasaban por encima, tocando sus estridentes cornetas, prendiendo y pagando las luces y arrimándoseme peligrosamente. Empecé a temer no haberme tomado la pastilla matutina para la tensión porque sobraron los veloces automóviles que me pasaron por la derecha o  por el hombrillo y entonces, solo entonces comencé a pensar sobre el asunto. Como caía  una lluviecita me dije que tal vez esa era la razón por la cual no había vigilancia pero después caí en cuenta que el asunto era válido para las motos más no para las patrullas o carros de vigilancia porque estas  tienen techo. Pasé entonces a caer en la realidad de la situación. A nuestro buen gobernador  no le informan estas cosas o simplemente no transita por estas vías.  O tiene un carro bien mullido, un carro no socialista como el mio, que le impide sentir las brutales irregularidades del terreno. Claro no es su culpa, porque la vigilancia y mantenimiento de estas vías ya no le corresponde a los estados pues fueron despojados de tal función o potestad por el gobierno central. Entonces no me queda otro remedio que culpar al eterno culpable: ES CULPA DE CHÁVEZ. O ¿Quién sabe? De repente el no sabe nada y sus segundos le ocultan tales cosas, como le ocultan la corrupción y la delincuencia que nos azotan.

Al fin llegué a Caracas. Aunque era sábado, conseguir donde estacionar fue un vía crucis. Por fin, cerca del museo de Bellas Artes conseguí un estacionamiento donde su propietario aceptó recibirme siempre y cuando le dejara la llave del carrito. Gracias reiteradas, sonrisitas de asentimiento, así como hace un gobernado genuflexo con su alcalde cuando le asfalta una deteriorada calle o le coloca los bombillos quemados. Pero bueno, vamos a caminar. La plaza Bolívar… bella y bien cuidada como de costumbre. Con sus baldosas de granito, igualitas a las de Turmero pero todas sobriamente grises. Faltaban los edecanes de Bolívar pero había orden. Sin ser creyente, entré a la Catedral. Admiré entre otras cosas, la capilla de la Santísima Trinidad, donde están los restos de la familia Bolívar y el cuadro inconcluso de la última cena, obra de Arturo Michelena. Seguí mi camino. El Museo Sacro algo descascarado y la expropiada casa del vínculo de los Bolívar, cubierta con unas pancartas que anuncian lo que en ella se hará. El Palacio Arzobispal, un vistazo al Palacio de las Academias y al Capitolio y de allí a la Plaza del Venezolano. El viejo mercado principal de los años de mi niñez ha sido sustituido por un ordenado “mercado de los comerciantes informales” de cuyo interior surgía estridente una revolucionaria canción de Alí Primera. Comenzó a llover y decidimos irnos hacia donde estaba el vehículo.  Almorzamos por Candelaria. Todo bien cuidado. La Tertulia y la Cita aún vivas. Ausentes las churrerías de los 50. Congestionadas las ventas de artefactos eléctricos. Y entonces se le ocurre a mi esposa la sugerencia-pregunta-orden: Negro ¿Y porqué no me llevas a Sabana Grande? Si mi princesa azul. Vamos. Realmente me agradó el asunto. Un dulcito en la Ducal, un perrito en la Charcutería Tovar, un golfeaito en la 900 y una casatta en la Castellino. Objetivo logrado solo en un cincuenta por ciento. Muchos negocios desaparecieron ante el alud de la delincuencia o la invasión de los indigentes. Estos abundan en cualquier esquina y aunque soy democrático o pretendo serlo, siento cierta incomodidad cuando los tengo al lado, pidiéndome la mitad del golfeado o algo de dinero para satisfacer deseos no confesados. En el otrora elegante bulevar predominan los vendedores ambulantes, en su mayor parte mujeres,  que provistos de unos grandes cartones tapan la mercancía que tienen pegadas de otros cartones para evitar problemas con la policía. Abundan las vendedoras de mango verde aliñado con adobo o con vinagre y en los expendios de comida ahora hay vigilancia para evitar las tropelías de los indigentes que penetran para arrebatar la comida del plato de los comensales. No me quedó más remedio que ¡¡¡dejar el pelero!!!!! ¿Y porqué un nuevo Billos? Ahhhh para que no añore la desaparición de Isidoro ni el paseo a Los Chorros sino la desaparición de la Caracas decente y segura en la cual yo viví…

 

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