Opinión Nacional

Un nuevo mundo

El Estado moderno se ha definido como un conjunto formado por una nación en un territorio con un gobierno, entendiéndose por nación un grupo de personas con similares características: una misma raza o etnia, un idioma, una religión y valores comunes. Ocurrió, no obstante, que algunos Estados europeos, por razones dinásticas, se conformaron de manera distinta. Austria y España, por ejemplo, unieron nacionalidades o etnias distintas, con idiomas y religiones diferentes, lo que llevó a conflictos de larga duración entre quienes favorecían el centralismo y aquéllos que deseaban la separación. Al final de la Primera Guerra Mundial, Austria se disolvería entre las diferentes nacionalidades, si bien algunas minorías no encontrarían soluciones aceptables. Yugoslavia, no obstante, se constituiría sobre la base de un Estado federal con nacionalidades diferentes: eslovenos y croatas católicos, bosnios musulmanes y serbios ortodoxos. En España, uno de los motivos de la guerra civil fue la independencia de Estados diferentes al español, como el catalán y el vasco. Para evitar tales disgregaciones producto de distintas nacionalidades, se inventó el Estado totalitario que, agrupaba a todos sus habitantes bajo la bandera de una ideología similar. Así ocurrió en la Unión soviética y en la España fascista.

Democracia y capitalismo

Las sociedades, al igual que los seres vivos, deben crecer y desarrollarse o estancarse y morir. Con el correr del tiempo, se ha llegado a la conclusión de que un sistema de libertades era la mejor manera de asegurar el desarrollo tanto político como económico y social. Pero esa libertad debería ir acompañada de un sistema de reglas que permitiera la vida en común de los distintos integrantes de cada sociedad. Los regímenes dictatoriales o totalitarios, aunque en sus comienzos permitían un alto desarrollo, terminaron siempre sumidos en el estancamiento, al impedir la libertad de pensamiento y acción. Así ocurrió con el absolutismo monárquico, con los regímenes fascistas y con los comunistas.

Estados Unidos, al igual que la Unión Soviética y España, comprendió que la definición usual de Estado se hacía difícil en un país multiétnico. De ahí que en Norteamérica, desde principios del siglo XX, se le fuera agregando al Estado en forma paulatina otro concepto que uniera a las distintas nacionalidades. Fue eso que los estadounidenses han dado en llamar el modo de vida norteamericano, “The American way of life”. Ello incluye su forma particular de democracia y su capitalismo.

El pacifismo a ultranza llevó a Occidente a aceptar el fascismo y el nazismo y condujo a la vergüenza del apaciguamiento, la entrega de Checoslovaquia y la tragedia de la Segunda Guerra Mundial. Porque siempre habrá gente que, para alcanzar sus fines inconfesables, se aproveche de quienes tienen por norte la paz. Responderle a los dictatoriales con el apaciguamiento es tonto e inmoral.

De ahí que las democracias comprendieran que no podrían subsistir, mientras hubiera gente que, aprovechándose de los mismos derechos que las democracias les otorgaban, conspiraran contra ellas para establecer dictaduras del signo que fueran. (De eso mismo estamos sufriendo los venezolanos). Por eso los partidos comunista y fascista quedaron proscritos en las Constituciones de las democracias avanzadas. Quienes pertenecen a ellos son traidores a la patria, porque la patria no se define allí como un lugar geográfico sino como una república democrática.

En la misma época de comienzos de la Guerra Fría, en Estados Unidos se comenzó a acusar como traidores a la Patria a quienes no concebían a Estados Unidos como una democracia capitalista liberal. Tal fue el caso del oprobioso Comité de Actividades No Norteamericanas del Senador Joseph McCarthy. Lo que no tiene nada de extraño, porque al jurar la Constitución todo ciudadano se compromete a defenderla y sostenerla “contra sus enemigos extranjeros y domésticos”. O sea que al concepto de Patria se le ha añadido una ideología compartida de libertades y Estado de derecho.

Cinco esferas de influencia

La palabra imperio (del latín. ïmperium) no era en el mundo romano una entidad geográfica. Realmente se refería al mando único y absoluto ejercido por el emperador. Es lo que en las repúblicas entendemos como dictadura. Napoleón se titula «emperador de los franceses» y continúa creyendo que actúa en nombre de la República y de la Revolución. No puede haber imperio sin mando absoluto. Y ninguna nación lo ejerce en la actualidad. Todas se han sometido al dictado de la ley.

Las instituciones supranacionales de hoy han institucionalizado las relaciones políticas y económicas de los Estados nucleares soberanos unos con los otros para impedir una confrontación que degenere en acción bélica irreparable y, al mismo tiempo, legalizado la relación entre cada una de la potencias soberanas con sus antiguas colonias, que creen hoy ser Estados independientes, aunque no lo son, permitiendo la intervención armada de aquéllas sólo en contados casos: invasión, guerras civiles, caos humanitario, etc., y concediendo algún grado de autonomía para guardar las apariencias y el engaño que tranquilicen a esas poblaciones y a sus dirigentes.

La ONU define claramente como es el orden actual de cosas: hay cinco países soberanos con sus respectivas áreas de influencia: Estados Unidos, Gran Bretaña, Francia, Rusia y China (los cinco países nucleares con veto en el Consejo de Seguridad), a los que hoy habría que añadir India, Pakistán, Israel y Corea del Norte, pero que por su pequeña influencia económica no tienen realmente el poder de intervención, pero donde los cinco grandes no pueden intervenir, porque arriesgan una confrontación nuclear.

La OTAN ha permitido un área geográfica de intervención mayor. Así Estados Unidos busca a Gran Bretaña como aliado porque el Medio Oriente es su esfera de influencia. Si obtiene el consenso de Francia y de otros aliados europeos su influencia es aún mayor, como ocurrió en Serbia y Bosnia-Herzegovina o en la primera guerra de Irak. Pero una cosa es cierta, no hay una hegemonía ni siquiera en lo económico, sino un peso relativamente mayor de Estados Unidos. La expansión de la Unión Europea hacia el este va a crear un centro de poder financiero aún mayor que Estados Unidos, a menos que incluyamos a Japón dentro de la esfera de influencia de estos.

(*): Santiago Ochoa Antich es diplomático de carrera, historiador, politólogo y periodista. Fue Embajador de Venezuela en Austria, Canadá, Jamaica, Paraguay, San Vicente y las Granadinas, El Salvador y Barbados.
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