Opinión Nacional

Un trauma, dos muertes, la misma respuesta

La Nación se estremeció con la noticia del asesinato de una ciudadana venezolana, de conocida trayectoria pública por haber sido protagonista de varios capítulos del género televiso preferido de amas de casas, del personal femenino que presta su concurso laboral en los hogares venezolanos y en otros ambientes, pero también de los caballeros.

El asunto, la muerte de ella y de su compañero de viaje se potencia por el carácter de primera figura, por las maneras como se ejecuta su suerte, el escenario donde y la hora cuando ocurre, sin tomar en cuenta hasta este renglón de la redacción la presencia de un testigo único; hasta el momento silencioso, pero supremamente afectado. Ojalá esa afectación no sea irreversible.

La población reaccionó; no toda. Fue una muestra de ella: la comunidad de artistas de radio y televisión y de los medios de comunicación social quienes presencialmente manifestaron, una vez más, su inconformidad. Estadísticamente hablando, esa muestra es representativa de los 29 y pico de millones de habitantes moradores de este país. Sin embargo, dada la defensiva bajo la cual vive esta administración, pone en marcha una campaña de cifras comparativas de la violencia en diferentes metrópolis y ciudades estadounidenses, con el intento de aplacar la ira pública.

La tragedia de la ciudadana Mónica Spear, venezolana, mayor de edad, de profesión actriz, de estado civil divorciada y madre de una niña es un hecho estadístico cuyas ramificaciones son de incalculable extensión. Lo es más aún, si la afectada es una niña que pudo o, no, ver los “acontecimientos en pleno desarrollo” como es del gusto de decir a Walter Martínez. No he tomado en cuenta al papá de la niña, víctima también de este estado de cosas en Venezuela.

Son dos muertes. Ellos fueron marido y mujer. Se juraron amor eterno y se prometieron estar juntos en las buenas y en las malas. De las buenas, nació la niña. De las malas, el trágico e inesperado final.

¿Por cuantas lochas fueron asesinados? ¿Cuántos gramos de droga, botellas de cerveza o litros de ron fueron equivalentes a sus vidas de ellos luego del asesinato? ¿Era por falta de comida lo hecho? ¿Es la herida de la niña una cuantía con respecto a un perro muerto por aquello de la frecuencia con la cual la delincuencia asesina y genera la expresión: “nos están matando como perros”? Son preguntas sin respuestas, similar a la formulada por unos cuantos: ¿cuán anudados a la memoria de la sobreviviente quedaron registrados los últimos minutos de sus progenitores?

Lo ocurrido es recurrente, reiterativo, es una copia de lo mismo. Es un hecho más de la larga cadena de delitos cometidos en el territorio nacional luego del ¿inocente comentario? vertido por Hugo Chávez Frías (QEPD) en una alocución por radio y TV y el postrer calculado silencio de Magistrados Judiciales en aquel instante.

El Estado, esa entelequia administrado por hombres y mujeres venezolanos, seguidores de un líder, catalizador irresponsable de un enfrentamiento que tuvo visos de conflagración mundial entre la URSS y los EUA, y exaltado como un dios en las postrimerías de su vida y de otro líder emergente asemejado a un mesías similar a quienes le antecedieron, es decadente.

La muerte de la actriz y del padre de su hija son dos cardinales que engrosan la larga lista. El trauma se presume sea un borroso recuerdo. Ojalá así sea porque de lo contrario, podrían ocurrir varios eventos entre los cuales estaría “cultivar un sentimiento de profundo desprecio por su nacionalidad original si la niña es venezolana, un odio visceral por todo aquel que le huela a criollo, un inconmensurable demérito de las autoridades, de la historia de su país natal, de los pro hombres de este, de sus logros, de su gente”. No habrá discurso, ni bellas palabras que eviten esta reacción tan humana, como las expresadas por profesionales, circunstancialmente residenciados en otros confines.

Los venezolanos tenemos un par de muertes más, un traumatizado infante y la sempiterna respuesta del Sistema Económico Político que conduce los destinos del país desde hace 15 años: “No es nuestra culpa. La tiene el Sistema Capitalista y sus valores; la tiene la Oligarquía ladrona; la apátrida Oposición; el gobierno de los Estados Unidos y sus fieles serviles venezolanos; la tienen los conquistadores de la corona Española. Nosotros no.”

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