Opinión Nacional

Un venezolano feliz

Diré, parodiando a no sé quién: como presidente, es un regular pelotero. Vi cuatro entradas de aquel histórico partido de beisbol. Me bastaron. Se gastó mucho dinero en montar la pantomina. Como en todas las que se han montado tanto en el país, como fuera. Para nuestra vergüenza. Aquí nos morimos de risa: un fantoche más, un fantoche menos. Dentro de nuestras fronteras, no nos quita el sueño. Lo malo es el mundo burlándose sin disimulo de nuestro pelotero.

Sin embargo, debo reconocer que hay por lo menos -y muy menos- un venezolano feliz. Me contenta mucho. ¡Dios mío, en este país de angustias hay un ser feliz! Vuelvo con el menos: no es lo de menos. Es de más. El hombre se pasea por el mundo entero, se abraza con los grandes de éste aún saltándose las milenarias reglas del protocolo. No sé cómo se sentirán los abrazados y palmeados, pero el abrazante y palmeante, está feliz. No sé qué dirán el resto de las naciones y el pueblo hambriento, pero el individuo cumple sueños lanzando, bateando y corriendo en estadios abarrotados en ciudades tan antagónicas políticamente como Nueva York y La Habana. Hace el paseíllo -como si de toreros se tratara- recibiendo ovaciones. En el país, no cesa de lanzarse en campañas -es su único oficio- en pro de cualquier cosa, hasta por un «Sí» frente a un «No» que se inventó él. Pone en cadena los medios de comunicación audiovisuales y da rienda suelta a su verborragia. No importa que el pueblo lo tupa de cacerolazos o perolazos, cornetas y gritos. El habla feliz, disparatada y vulgarmente, pero ahí va. Si nadie lo oye, se oye a sí mismo sintiéndose Castelar. Si imitara a Cantinflas, le saldría todo mejor. Cantinflas decía incongruencias… ¡pero con gracia!

Problemas y más problemas. Desempleo. Inflación. Paralización económica. Se suspenden subsidios. El mundo cultural a la deriva. Protestas por bajos sueldos, bajas pensiones, bajas oportunidades. Huelgas. Escuelas saqueadas y en mal estado. Escuelas bolivarianas con dietas intoxicantes. Atracos diarios a bancos, comercios y casas de familia. Peaje en los barrios. Asesinatos. Violaciones. Inseguridad total. ¿Y los mayores logros? Una asamblea de constituyentes cuyas decisiones fueron cambiadas en palacio. Unas elecciones y otras y otras. ¡Verborrágico feliz! Sólo sabe estar en campaña. De trabajo, cero.

Estamos perdiendo el juego. Nos van a colgar las nueve arepas. Nadie la saca del cuadro. No hay grandeligas en el equipo. No hay un manager estratega, previsor ni inspirado. Sólo un lanzador. Abridor. No da para muchas entradas. Con algo de torero, ya vimos. De esos que usan más adornos que pases en profundidad. Deficiente en el trasteo. No logra templar ni mandar. Pero volvamos al beisbol: estamos en tres y dos. Por milagro de Dios, nos mantenemos en el plato entre foul y foul. Nada se concreta. Un conocido locutor lo dice muy bien cuando no tiene nada qué decir: «Vamos a ver qué pasa…» ¡y otro foul!

¿Dónde está la solución? ¿Cambios en el equipo? ¿Un bateador emergente? ¿Cambio del pitcher por un buen lanzador intermedio? ¿Juego agresivo? ¿Pelota caribe? ¿Un gran cerrador para cerrar de una vez este episodio nacional? (Que no es precisamente uno de Pérez Galdós). Todo suena inseguro y peligroso, pero no importa, alegrémonos y brindemos por esta única verdad. ¡Hay un venezolano feliz! Bueno… no tan feliz… Si el «No» de sus tormentos no lo logró -tal vez por las trampas evidentes y denunciadas- la abstención sí que le ha mordido el calcañar. ¡Vaya victoria pírrica…! ¡Y cómo llueve! Venezuela tiene días llorando.

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