Opinión Nacional

Una equivalencia insostenible

Travesura periodística o despropósito volandero, la comparación entre Rómulo Betancourt y Hugo Chávez realizada en la portada editorial de TalCual hace un par de semanas, alrededor del concepto detengan primero y averigüen después, ha sido atinadamente refutada por las plumas de Manuel Caballero y Fernando Rodríguez, ambos propios de esa casa, y desde luego comentada con interés por su intrínseco desacierto.

Por cierto que su director Teodoro Petkoff, al encontrarse de viaje, no tuvo que ver con el particular.

Y las referidas respuestas eran necesarias y esperables, porque Rómulo Betancourt fue un líder civil constructor de democracia y Hugo Chávez es un caudillo militar destructor de institucionalidad. Pero el asunto es propicio para plantear un tema más general relacionado con la pretensión de establecer una equivalencia histórica, política y hasta moral entre la República Civil y la llamada Revolución Bolivariana.

Muchos entre quienes se oponen de manera férrea al proyecto de dominación en marcha, incurren en el craso error de hacerlo desde las coordenadas afincadas por el discurso oficialista para falsear el proceso histórico venezolano y justificar una legitimidad trascendente del proceso político que lidera el señor Chávez. Batallan contra la «revolución» pero utilizando sus armas discursivas, lo que les debilita de entrada al tiempo que fortalecen, aún sin proponérselo, el dominio mediático del lenguaje oficial.

Una de esas armas es el vituperio general de la democracia que los venezolanos lograron alcanzar en el siglo XX. La negación de cualquier activo y la exaltación de cualquier pasivo, ha sido y es una constante de la propaganda de boinacolorá. La seudo-democracia de la «cuarta república» es una bandera que el chavismo ha logrado izar sobre la opinión pública, y es una cuasi-premisa de lo «políticamente correcto» en el debate nacional. Es, también, un sostén eficaz del repertorio argumental del chavismo, que a diario recibe el «royalty» de los opositores que repiten sus consignas.

Así tenemos, por ejemplo, a no pocos voceros políticos y periodísticos que son críticos radicales de la «revolución bolivarista», pero desde una perspectiva que asume, así sea implícitamente, a la narrativa roja sobre nuestra trayectoria democrática. El presente sería inaceptable, por tanto, porque se parece demasiado al pasado. ¿Y a cuál pasado? Pues al  versionado por la retórica oficialista que concentra sus baterías sobre lo negativo y busca sepultar en la desmemoria, lo positivo.

Todo un campo fértil para el mensaje seudo-ideológico de la satrapía, acaso uno de los instrumentos más eficaces en su guerra para impedir el renacimiento de la democracia.

 

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