Opinión Nacional

Una guerra civil no es guachafita

En estas horas  hemos visto como los ex venezolanos, y ahora venecubanos con  cédulas de identidad ya en proceso, hicieron lo imposible por aferrarse a un equipo de futbol para que simbolizara un nacionalismo y una unidad que no tenemos.
 
Y esto significa una especie de gran horror ante el proceso de confrontación que vivimos, ya con rasgos de guerra civil y que en lo sucesivo puede alcanzar la plenitud.
 
Estamos entonces en una situación que alude directa y específicamente a una maquinaria  donde todo tiene el signo de la provisionalidad y la violencia.
 
Una maquinaria que cada día se expande a  todos los órdenes del cuadro histórico donde disminuyen violentamente las posibilidades de vida para las mayorías.
 
Es una maquinaria oficialista encabezada por un Estado que se apoderó de todo lo que se ha tenido como el proyecto Venezuela para llevarlo a la instancia de la Federación de Venecuba.
 
Esa actuación revolucionaria oficial se define como pacífica pero violento-armada. Y sus instancias estatales están al servicio del control de todas sus  empresas sin que medie ningún apego a una constitución o leyes de esto que llamamos república.
 
De modo que nos hallamos frente a un Estado de acciones delincuenciales que se hacen sentir, por ejemplo, en la creación de los focos armados en la cárceles o creando la infraestructura ilegal de Venecuba.
 
Pero se trata de un Estado en emergencia por no haber resuelto lo relativo a  producción y  estabilidad política y que a casi 13 años de este ‘proceso de cambios’ se ve obligado a    desempolvar la Ley de costos, precios y salarios  de Jaime Lusinchi y la replantea como Ley de costos y precios justos.
 
Es tal el fracaso económico en estos tiempos que se acude a un marcaje oficial de lo que denominan ‘precios justos’
 
¿Pero de qué se habla? ¿Cuándo un precio es justo? ¿Existen acaso precios al margen de la producción?
 
Un aparato productivo paralizado y que sigue dependiendo de la renta petrolera ¿está en condiciones de señalar los precios de un bien final en el cual no ha tenido participación?
 
Estas cuentas son profundamente conflictivas. En ningún caso apuntan hacia el mejoramiento del cuadro económico-social sino hacia la correspondiente e inevitable explosión.
 
Un estallido que hasta ahora se ha contenido con el expediente de la inversión en pueblo y militares para comprar un apoyo político que se traduzca en votos y en fuerzas para la defensa armada.
 
Este reparto  que hoy va a las manos de consejos comunales y comunas, como ‘poder que se transfiere al pueblo’ nada aporta al cuadro productivo. Otro tanto ocurre con la inversión en las FAN.
 
Estamos entonces ante una economía con un permanente registro de desequilibrios. Por esto sigue aquí en acción  el endeudamiento, la economía del hueco-abismo financiero, cuya recuperación formal está ligada al círculo interminable de los préstamos. El esquema es bien conocido: deuda-pago de intereses-más deuda. Una trágica hipoteca.
 
Y el fracaso será mayor en el momento en el cual el muro de contención, que hoy sobrepasa los 100 mil millones de dólares,  haya pasado al  crematorio.
 
Y cuando no se satisfazga la exigencia populista y la angustia popular crezca, puede sobrevenir un estallido social  significativo.
 
Una guerra civil de proporciones impredecibles. El inevitable desenlace de la confrontación que se forma en el propio seno de una descomposición con muy pocos precedentes en el orden histórico.
 
Y será entonces tristemente del seno de esa mortandad de donde saldrá otra conciencia y manera de pensar, sentir y hacer la historia.
 
El escenario de esta gran crisis puede dar sus primeras señales en el primer semestre del año trece
 
Y hoy, cuando todo está signado por la ausencia de un aparato productivo y el affaire guachafitero de una enfermedad golpista-presidencial, la ceguera de las oposiciones aumenta y la ‘revolucion’ sigue avanzando a paso de vencedores.
 
Ya lo dijimos: el problema no es el cáncer sino la forma politiquera como se está jugando con las emociones del colectivo. El culto creciente de un héroe-caudillo que ahora anexa a su staff la condición de santo tipo José Gregorio Hernández.
 
Con la guachafita, hecha cáncer, inflación, deuda, control de precios ‘injustos para volverlos justos’, confrontación y guerra civil, hemos topado.
 
¿Habrá quienes entiendan que una guerra civil no es guachafita y procedan a participar en una historia que trascienda la mortandad? ¿Surgirán esas voces acaso de las filas de este oficialismo y sus oposiciones? ¿Saldrá de esa mayoría que no cree ni en unos ni en otros?
 
¿Habrá acaso tiempo aún en el mundo y en este ex país para impulsar una historia sin guerras pero con vida, esperanza, belleza y porvenir?  Twitter:@ablancomunoz /

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