Opinión Nacional

Una nación secuestrada

Venezuela huele mal.

La sensación de que todo se degrada produce un clima de opinión signado por el desagrado, el desencanto, el desánimo y el hartazgo. La calle, y esto ocurre no sólo en las grandes ciudades, se va convirtiendo en el escenario mayor de la anomia, la intolerancia y la ilegalidad. Una especie de guerra cotidiana ­entre los delincuentes y el resto de la población, entre los infractores de las normas de tránsito y los pocos que las cumplen, entre los voceros del PSUV y los partidos democráticos perseguidos­ va impregnándolo todo y haciendo del malestar una condición de rutina.

Los investigadores y las ONG del área expresan su alarma por el incremento dramático de las cifras de homicidios. Sólo en lo que va de febrero, la morgue de Bello Monte en Caracas ha recibido cien cadáveres, casi todos abaleados. Pero las cifras rojas se vuelven paisaje y terminan anestesiando a sus propios lectores. El asesinato de sesenta presos en la cárcel de Uribana no generó respuesta alguna. Ni un ministro que renunciara o fuese removido, ni manifestaciones contundentes de rechazo por parte de la población.

La situación se agrava con el ambiente de agresión y caza de brujas que emana desde la cúpula del Gobierno que es la misma del PSUV. La construcción de una épica del militarismo y la conversión del golpe de Estado en acto heroico fundacional ha llegado a su clímax: la puesta en escena, la semana que hoy concluye, del acto de celebración de otro aniversario del golpe de Estado del 4 de febrero de 1992, con la soldadesca coreográficamente colocada ondeando banderas rojas en los techos del edificio del Museo Militar y de orador Diosdado Cabello, el presidente de la Asamblea Nacional, vestido de uniforme verde oliva, además de un mensaje de amenaza es una estampa de regreso a un pasado militarista.

Postales estalinistas. Estampas nazis. Estéticas fascistas.

La enfermedad del jefe único y su ausencia no significó la convocatoria a un diálogo nacional para conducir la transición. Todo lo contrario. La estrategia roja para compensar la ausencia del Gran Prestidigitador y preparar las nuevas elecciones está muy clara: profundizar la polarización, remover los odios, satanizar y degradar al adversario, convertirlo definitivamente en enemigo, ponerlo en la mira, perseguirlo, acosarlo. Y, si es posible, sacarlo de juego.

Lo cierto es que el camino hacia el poder total, pero manteniendo la máscara democrática, no le ha sido del todo fácil al chavismo. Pero se las ha ingeniado para vencer la resistencia democrática. Las dictaduras militares clásicas, sacaban de juego al adversario asesinándolo, encarcelándolo o enviándolo al exilio sin proceso legal alguno.

Los autoritarismos del siglo XXI usan en cambio a los contralores, los jueces y el soborno.

Con un ardid legal el inolvidable contralor Russián hizo de esbirro de nuevo cuño inhabilitando políticamente a Leopoldo López y a una centena de activistas opositores más. A fuerza de sobornos o de encubrimientos y chantajes que algún día se descubrirán, el chavismo ha ido logrando que diputados elegidos por los partidos democráticos se pasen sin pudor alguno a la bancada oficial. Ahora tratan de encarcelar, con otro ardid legal, a dos diputados más. La meta es alcanzar por cualquier vía lo que no lograron por el camino electoral, la mayoría absoluta en la Asamblea Nacional.

Hasta nuevo aviso Venezuela es una democracia secuestrada. No una muerta porque todavía respira. Una democracia asfixiada, pero con respiración artificial sometida por una pequeña cúpula de poder cada vez más arbitraria e impune. Los días que vienen serán duros. La ausencia del jefe Úúnico genera miedo en la cúpula roja y el miedo es muy mal consejero. La perplejidad y el desconcierto también son malas compañías .Y de eso hay mucho en las filas democráticas.

La campaña nacional a la que se dedica el ilegalmente vicepresidente Maduro anuncia que pronto habrá elecciones presidenciales otra vez.

Una cosa será si se hacen con el hombre de La Habana vivo, y otra, si no. Mientras tanto, todo se degrada ante nuestros ojos. Algo huele muy mal.

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