Opinión Nacional

¡Una pajita fina!

Los fines de la política son sus resultados frente a la desigualdad y al crecimiento. Un gobierno debe evaluarse en términos de las transferencias que ha realizado desde la oligarquía rica a las masas pobres para evitar el conflicto social mientras propulsa un escenario de crecimiento económico.

El régimen de autócrata elegido en Venezuela, que a todos nos conmueve, no es un fenómeno sino más bien la regla en los gobiernos mundiales solo que con cháchara revolucionaria. La comprensión de cómo en un régimen autoritario esas transferencias se suceden para evitar conflictos, puesto que poseen otros medios para impedirlos, es una vieja verdad de las ciencias sociales. El Estado de bienestar es parte de esa comprensión. Pero debemos añadir, que esas transferencias se suceden desde las oligarquías a las masas empobrecidas no solo para evitar el conflicto social sino que se hacen en montos mínimos para sostener el nivel de desigualdad sostenible. Con instituciones sólidas esas transferencias pueden aumentar pero no ser disminuidas sin que se suceda un conflicto. Sin ellas, seguramente disminuirán sostenidamente. Esta es la ineficacia de la democracia.

El conflicto social es aprehendido desde las estimaciones de riesgo que apuntan a las perdidas económicas y a la incertidumbre sobre sus resultados. En un régimen autocrático, si la sociedad teme a los riesgos, la razón entre transferencias y GDP es una U invertida en desigualdad global. Crece en niveles bajos de desigualdad y disminuye ante grandes niveles de desigualdad. Esas transferencias se suceden vía gasto público en educación, salud y en oportunidades. La desigualdad tiende a crear una inestabilidad social y en consecuencia disminuye la productividad y el crecimiento económico. Si el autócrata acoge el ropaje democrático con instituciones peleles mucho menores serán las transferencias y mas alto el lenguaje revolucionario. Esa es la ineficacia de los bolivarianos.

He oído a economistas … serios, esos que casi no existen, modelar nuestras sociedades con dos grupos de individuos de igual tamaño. El empobrecido con un nivel de riqueza k y el propietario con un nivel de riqueza Nk, para que N sea el nivel de desigualdad. El agente del conflicto son los pobres y para comprometerse en ello debe haber una ganancia neta que esperar. Esa es la transferencia de riqueza a obtener. En el conflicto la economía se contrae en producción y crecimiento. Si los pobres pierden se hacen mas pobres por la contracción, aunque decimos que ya no tenían nada que perder. Si ganan obtienen la transferencia aspirada. Esta esperanza utilitaria es la que guía el conflicto y la acompaña una aversión al conflicto por los riesgos que conlleva. Evidentemente habrá un umbral de desigualdad a partir del cual ir al conflicto es una necesidad. Una sociedad democrática es sostenible solo si ese umbral de desigualdad sostenible no es alcanzado ni mantenido en el tiempo y la aversión al riesgo de un conflicto se mantiene constante. La derivada de Nk respecto a k es cero, decimos los ingenieros. Así, se eligió al autócrata bolivariano que hizo un rehilado de su ropaje democrático por lo que muy poco podía lograr.

En ese entorno dirigió, con el Ejército, al grupo empobrecido para hacer las transferencias de modo progresivo y pacifico con una “cháchara revolucionaria” para mantener el proceso hasta el 2021. Han pasado 4 años y muy poco ha sido transferido; más bien mucho ha sido apropiado y dilapidado por los dirigentes de la revolución. Y PDVSA ha sido discapacitada.

Los equivocados se han frenado y ahora estamos de vuelta a otro régimen democrático representativo pues desde el grupo de los propietarios e incluidos hay una aversión al conflicto y una esperanza utilitaria para revertir las amenazas de transferencias que no se dan y restaurar técnicas mas efectivas de inclusión y transferencia que no tengan que ver con la propiedad sino con la oportunidad. Ellos que nunca están dispuestos a entregar nada; han decido transferir de verdad “algo mas” que lo mínimo a una tasa de aversión al conflicto constante. Esta es la promesa democrática que a ningún pobre entusiasma pero que con crecimiento y distribución eficaz son el camino.

Lo insoportable bolivariano, la ineficacia de la transferencia realizada y la transgresión del umbral de igualación aceptable hicieron que los propietarios comenzasen a estimar útil e inminente ir de nuevo a un conflicto para restablecer las seguridades del pasado en el futuro que se avecina. Cuando esa decisión se adopta, como sucedió en noviembre pasado y se replantea en estos meses, la contracción del crecimiento y de la producción es grosera pero son tan altos los riesgos que todos apuestan alto.

Es lo que nos ha pasado, nos pasa y seguirá pasando pues todos somos jugadores del juego de la igualdad y la economía y la vida se nos acaba. Ya somos jugadores duros y apuestas grandes hay que lanzar. El resultado será que una de las dos partes intentara tirar el tablero y nos entraremos a puño limpio si no hay salida electoral que oiga lo que la sociedad desea. Eso se alteraría si los jóvenes tomaran control del juego.

Lo civilizado del proceso venezolano es permitir el juego y el pendular de un lado al otro. Eso es la política cínica y racional del s. XXI, de los que hemos comprendido. Solo que todos debemos aceptar un mayor monto de las transferencias y a todos nos interesa un mayor crecimiento. Esta ¡pajita fina! es para los muchachos, para que no crean ni en revolución ni en democracia. Son roles de un juego de suma uno donde los pobres no pueden ganar; donde la política del s. XXI debe alterar alguna de sus reglas para que ellos le encuentren sentido al juego.

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