Opinión Nacional

Una reflexión sin nombre

¡Vamos a dejarnos de tonterias! Habrá que reconocer lo que haya que reconocer y aceptar lo que se tenga que aceptar.

Reconozcamos, por ejemplo, que la comunidad de “escribidores” es una minoría, relativa, pero minoría al fin. Aceptemos, también, que los opinadores somos eso: opinadores y, por lo tanto, nuestra visión redactada en miles de caracteres es, apenas, una faz del asunto tratado. Aceptemos, igualmente, que en razón de lo anterior, la comunidad de lectores que es una mayoría, relativa, pero mayoría al fin y al cabo, tiene la potestad de aceptar, o rechazar, totalmente un título. Bastale leer el nombre del autor; de aceptarlo a medias, lo cual deja en claro que relexionó sobre su contenido o ignorarlo por completo, que en caso de suceder sería una pena para el articulista y, otra, para el potencial lector: no sabe lo que se pierde. Se está consciente de que ninguno lee todo lo que se publica todo el tiempo.

Los venezolanos nos hemos enredado, me incluyo, en el juego de la aceptación y rechazo del tipo planteado en el párrafo anterior, sobre todo en lo referente a las opiniones publicadas. En realidad, no es un juego sino la libertad de elegir; es, en breves términos, la concreción del libre albedrío. Creo que una de las funciones más importantes que tienen los trabajos publicados como es orientar al gran público, a veces, se pierde, se diluye, se esfuma o se deforma, sin tener una retroalimentación hacia el autor. Este no espera, requiere, ni exige premiación; solo comentarios para mejorar sus contenidos o actualizarlos; eso no sucede ¿Por qué?. Lamentablemente, la calle se llena diariamente de una creciente cantidad de “analfabetas funcionales” a quienes, también, van dirigidos los trabajos. Surge la interrogante: ¿Dónde se falla?.

Los criollos, criollitos estamos montados en el tren que nos lleva al comunismo del siglo XXI. El vehículo trata de viajar a la velocidad del sonido o de la luz y no lo logra, pero aún a paso de morrocoy avanza y esto tiene una razón: la indiferencia. Somos indiferentes en cuanto a nuestros deberes formales y por ello, un establecimiento comercial es cerrado por el Seniat, 2, 3 y más veces ¿de quien es la falta?. Somos indiferentes ante la calidad de vida que, hasta ahora, ha brindado el Estado: agua potable, cuando hay; recolección de basura, cuando el tufo llega a la cocina del hogar de la autoridad; calles citadinas que parecen vías de penetración recien desbrozadas., sin embargo, hay quienes quieren más poder para el Estado. Somos indiferentes ante la Educación impartida: somos padres y representantes asistentes a las asambleas para protestar el aumento de la mensualidad, pero no de propiciar un mayor compromiso de unos y otros: estudantes, docentes y representantes. Indiferentes ante la mala paga de los docentes y la probable ideologización marxista futura. Indiferentes ante la exaltación de valores morales contrarios a nuestra esencia; ante el arrinconamiento del Estado, privilegiando a “los nuevos ricos y sus ostentosas demostraciones”; ante la degradación de lo civil frente a lo militar. Indiferentes ante la suerte de los profesionales universitarios: unos, irrespetados y otros, “expatriados”. Indiferentes ante la injusticia: unos son “pueblo, pueblo” y los otros, no: son manipulables, conspiradores y otros epítetos. No queremos darnos cuenta que como civiles se nos margina e irrespeta. ¿Será por eso que estamos aquí y no en el primer mundo.

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