Opinión Nacional

Unirse y participar: esa es la consigna

Consciente, gústenos o no nos guste, de la inmensa importancia de los procesos electorales bajo las condiciones político estructurales de la sociedad venezolana, decido repasar los resultados comiciales de las cuatro elecciones presidenciales que han tenido lugar en Venezuela desde que Hugo Chávez las ganara limpiamente – bajo el CSE de la vilipendiada IV República – el 6 de diciembre de 1998, con un 56,20% de los electores. Digo limpiamente, refiriéndome a la pulcritud con que dichas elecciones tuvieron lugar. No al hecho altamente cuestionable de que tuvieron lugar en una sociedad enferma de golpismo y alcahuete de un hecho aberrante: participó y venció en ellas quien protagonizara la más intolerable de las felonías, atentar con las armas de la República en la mano contra la institucionalidad de la República. Y quien, en lugar de sufrir condena por ese crimen, recibiera el respaldo entusiasta de todos los factores de poder de la Nación y el premio de ocupar Miraflores en gloria y majestad.

Si los procesos electorales sucesivos constituyen una radiografía de la voluntad política del país, veremos que en andas de esa victoria y reforzado por una prometeica voluntad de asaltar la democracia venezolana y estatuir un régimen totalitario de claro y confeso sesgo castrocomunista – con o sin la consciencia plena de sus seguidores – avanzó prácticamente en despoblado hacia el logro de sus objetivos. Amparado en dos circunstancias agravantes: la apatía de una inmensa porción de la población por el destino de Venezuela y la dolorosa debilidad de una oposición político partidista desconcertada y en desbandada. La piedra angular de su proyecto de dominación, la asamblea constituyente y la aprobación de una constitución cortada a la medida de sus aviesas intenciones autocráticas, son una trágica demostración de ambas circunstancias. Lo más grave de lo acontecido en ese plebiscito no fue el hecho de que la aprobara el 71,78% de los participantes, sino que se abstuviera más del 55% de la población en edad de votar. Un tercio del electorado decidió el futuro destino de millones y millones de venezolanos. Ante una menguada porción de ciudadanos conscientes de los graves daños que entrañaba aprobar una constitución a la medida de un militar golpista. Ni fraude ni engaño: una trágica carencia de auto conciencia.

El 11 de abril supuso un corte abisal de esas tendencias y puso de manifiesto la gravedad de la profunda crisis que vivía el liderazgo político, cívico militar del país. Profundamente divorciados de la voluntad mayoritaria de la sociedad civil, que reclamaba la inmediata salida del autócrata del Poder y la recomposición de nuestra singladura democrática, políticos y militares desaprovecharon la gran oportunidad histórica de reconstruir nuestra institucionalidad y reparar el tejido social de la República, profundamente dañado desde el 4F92. Desde entonces, la crisis se hizo excepcional, la pérdida de la soberanía a manos de la dictadura cubana se hizo irreversible y las mediciones electorales perdieron su sustancia democrática para convertirse en eventos afirmativos del Poder constituido. Como lo demostró el descomunal fraude del 15 de agosto de 2004. La radical modificación del padrón electoral, la recomposición de circuitos, la inscripción a destajo de masas electoras burlando los preceptos legales y la inflación así obtenida de las mesnadas electorales del chavismo, permitió el avance del proyecto totalitario.

El impacto causado en la voluntad participativa de la ciudadanía opositora se manifestó de manera dramática en el rechazo a participar en el proceso electoral de diciembre de 2005. Cuando más de un 83% de electores se abstuviera, dejándole el campo institucional libre a la barbarie. Que con alrededor de un 17% de votantes volviera a decidir el destino futuro de la Nación. Desde ese momento en adelante, la naturaleza propiamente competitiva de las mediciones comiciales tendría un carácter más ficticio que real. Chávez había logrado convertir el CNE en una dependencia del ejecutivo. Lo que se manifestó en la mayor votación porcentual que obtuviera en las presidenciales del 2006, cuando alcanzó el 62% de la votación, con 7.309.080 votantes. Prácticamente el doble de los votantes que le dieran la presidencia en diciembre de 1998: 3.673.000 electores. Un contingente electoral absolutamente anómalo, prueba indiscutible de la naturaleza fraudulenta de los mecanismos electorales venezolanos.

Independientemente de ese exponencial e irregular crecimiento de la población electoral, la voluntad ciudadana se mantuvo renuente a facilitarle las vías extraordinarias hacia la constitución de un régimen totalitario castro comunista. Como lo demostrara su derrota en el plebiscito constitucional de diciembre de 2007. Un punto de inflexión en el proceso de crecimiento del chavismo, como lo demostraría su derrota en las parlamentarias de 2010, cuando la unidad opositora superara el 52% del electorado.

La incidencia de la grave y mortal enfermedad que sufría, así como el desaforado abuso de los medios e instituciones del Estado, permitieron romper esa tendencia negativa en las elecciones de Octubre de 2012, cuando Hugo Chávez ganara con un 55,07% de los votos. Un resultado cuyo cuestionamiento generalizado se vería dramáticamente confirmado con las elecciones posteriores a su muerte, cuando ni siquiera el efecto de su fallecimiento permitiera ocultar el descalabro electoral de su heredero, Nicolás Maduro, quien ni amparado en el descarado abuso del Estado y la complicidad manifiesta del CNE logró, “oficialmente” superar por más de 200 mil votos al líder opositor Henrique Capriles Radonski. Por primera vez tras 14 años de concentración del poder, persecución mediática y amenazas hamponiles, las elecciones se constituían en una amenaza real e incontestable al mantenimiento de la neo dictadura.

Es la situación en que nos encontramos en vísperas de las elecciones municipales del 8 de diciembre. Los más de 100 días del más desastroso de los gobiernos habidos en nuestra historia, así como la incapacidad de sostener el parapeto por quien luce como el menos apropiado de los dirigentes del chavismo – sostenido exclusivamente por Cuba y el estado mayor de las FAN, dos realidades absolutamente ajenas al quehacer político de la Patria – anticipan una auténtica catástrofe para la barbarie y una victoria estratégica para las fuerzas democráticas del país.

Unirse y participar: esa es la consigna.

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