Opinión Nacional

Universidad, autonomía y sociedad del conocimiento

Es sumamente complicado el tema que se me ha propuesto abordar, como es el de la relación entre los tres conceptos que la dan origen al título de este artículo. La universidad de hoy pareciera obedecer el predicamento de Illich, el fin de la escuela o el de Perelman, en la misma línea. La universidad de hoy es muy distinta a la del pasado, pues se articula según nuevos criterios.v

          Kerr dividió a la universidad en tres segmentos cuando acuñó el concepto de la Mult.-versity, visión esta propuesta años antes por el venezolano Luis Manuel Peñalver. Por mi parte lo hago según mi propuesta hecha en la Reforma de Guadalajara (México, 2001), en tres tipos de universidad según la demanda real: abierta, corporativa y académica.

          La tendencia internacional más reciente, incluso, ya no habla de instituciones como de espacios de conocimiento y la gerencia de la misma alude a manejo de ideas, no de personas (Knowledge Management). De modo que cabe la pregunta, ¿de qué tipo y modelo de universidad estamos hablando? En Venezuela hacemos gerencia de personas y por ello cada rector o rectora se comporta según el mismo patrón de ejercicio del poder del propio Presidente de la República, a quienes muchos juzgan autoritario y autócrata, sin mencionar que la sociedad demanda ese tipo de liderazgo. Los que caminan los pasillos de las universidades saben a qué me refiero, porque incluso los niveles de adulancia que sufren estoicamente las autoridades académicas es a veces hasta penoso, como que causa pena ajena, como suele decirse, cuando se leen algunos de los elogios que recibe nuestro amado Presidente. En una ocasión la inefable líder colombiana Piedad Córdoba dijo: «Me siento cada vez más orgullosa de hombres como Evo Morales, y de que América haya parido a un hombre tan importante y grande como Hugo Chávez».

          El propio no se queda atrás a la hora del auto-suicido, digo, auto-elogio, al decir que es sólo «un hombre que anda por ahí luchando por la liberación de nuestros pueblos», y el good gringo Stone capitaliza tal ambición egocéntrica y se sienta a la diestra del padre todo poderoso para que todos miren la epopeya cinematográfica. Mientras tanto seguimos creando universidades, abriendo aulas, expandiendo el acceso, en una manía obsoleta, sin sentido, porque el mundo cambió después delseñor BernersLee y ese es del tipo de cosas que, como también se dice, llegó para quedarse, como cualquier otro avance tecnológico comunicacional. Por supuesto, ello evidencia falta de comprensión de lo que es una universidad o, mejor dicho, la percepción de personas que se anclaron en la universidad del aula y nunca evolucionaron en ese sentido.

          En todo caso el país aprecia poco lo que es hoy en día esencial, ya que nos referimos a la última frontera de la universidad, su capacidad de producir conocimientos. Fueron los ingratos que cerraron al CIED, la única universidad corporativa del país, una de las mejores del mundo, en su momento, porque era de la vieja Pdvsa, sin percatarse de que la vieja iba a seguir siendo Pdvsa, porque no hay otra manera adecuada de manejar esta industria, como lo hacía la vieja y lo hace la nueva, pero ahora sin universidad. Soy de los que cree que la sociedad venezolana no aprecia el valor de los productos académicos; esto es, el conocimiento carece de valor, a pesar de su elevado costo, proceso de producción ineficiente, pues se produce poco, a costo elevado, y sin añadir valor a la economía, que obedece más bien a criterios de improductividad, gracias a la famosa industria, que mantiene las arbitrariedades y caprichos de las élites dirigentes. Voy a dar dos simples ejemplos del valor del conocimiento en esta sociedad.

          Este artículo que lee usted en este momento, por ejemplo, carece de valor. Cuando me solicitaron el artículo me dijeron, muy honradamente, por lo demás, que era «articulista invitado», eso quiere decir que no me pagaran nada por este artículo. Probablemente porque reservaran los fondos disponibles para dar un cocktail cuando presenten la revista y, es de esperar, nos inviten al evento. En efecto, según este criterio mi trabajo académico no tiene valor, ni el producto ni el tiempo que dedique al mismo. Tiene valor el empleo –por ello me pagan la generosa pensión que recibo cada quince días, adornada gratamente con pagos ocasionales a lo largo del año– pero el trabajo carece del mismo, como ha explicado Herzberg. Por fortuna para mis ingresos de vez en cuando me piden trabajos del exterior y me los pagan por palabra, tratándose de consultorías que evacuo en no más de 1.500 palabras, excepto que por excepción el tema demande mayor espacio, caso en el cual el formato de pago es otro, pero, en todos los casos, en el mundo internacional nadie «invita» excepto que se ofrezca un pago; cosas, diría alguien, del capitalismo salvaje, un patrón de remuneración que omite la solidaridad. Pero, entonces, debería de entender que la Apucv cree en las rutinas del socialismo y en vez de pagar el valor de un producto pues apela a la solidaridad, pide una colaboración, y de hecho debo considerarme honrado de ser, como señalé, un «articulista invitado». El segundo ejemplo es conmovedor y se refiere al destacado filosofo apureño, nacido el 6 de marzo de 1929, en Palmarito, estado Apure, Venezuela, aunque debería decir más bien que nació un día como el citado y asentado en la ciudad de la cual don Mariano decía que era una universidad rodeada por una ciudad o algo así, porque he leído distintas versiones de la frase del celebre merideño. En el ejemplo citado la Universidad Nacional Experimental del Táchira (UNET) publicó una edición del libro de José Manuel Briceño Guerrero, probablemente el venezolano más cercano a esa categoría ya no académica sino intelectual de pensador.

          Soy de los que cree que la sociedad venezolana no aprecia el valor de los productos académicos; esto es, el conocimiento carece de valor, a pesar de su elevado costo, proceso de producción inefi ciente, pues se produce poco. En esa región del Táchira, donde opera la UNET, hay un volumen aproximado de unos 3.000 profesores que deberían estar interesados en tal libro, incluyendo que la UNET tiene aproximadamente unos 743 profesores. Pues bien, el libro del citado filósofo, América Latina en el mundo (1966; 2010) fue publicado en una redición de apenas 250 copias, lo cual evidencia una de mis tesis sobre el tema: la ausencia de un mercado académico, pues se produce poco y lo que se produce no se consume, porque, de hecho, el libro citado me fue obsequiado porque no se vende en librerías, ya que es una producción «institucional», vale decir, solamente para obsequio; no es un commodity, en una palabra.

          Por ello es propio de nuestra cultura esa expresión antipática que escuchamos los que publicamos libros, «supe que publicaste un libro, regálame una copia» y cuesta esfuerzo explicar a nuestro pedigüeño de turno que nuestros libros los publican unos tipos y tipas llamadas editores o editoras, y que uno recibe un número de copias que salen de inmediato para destinos internacionales, para que alguien los coloque piadosamente, en alguna reseña, porque, de todos modos, publicar en esta tierra de gracia es tan inútil que se hace solamente porque, como decía la niña del caso, uno se aburre sin hacerlo.

          Por supuesto, no es necesario mencionar que aquí todo debe ser gratis. Cuando el Presidente que ahora nos gastamos estatizó una universidad privada en Barinas, envió un mensaje por Twitter a los estudiantes de la misma, expresando con la euforia que le caracteriza, que desde ese momento en adelante los estudios en esa universidad eran ¡gratis! Si quisiera profundizar en la materia, para demostrar la ausencia de valor del conocimiento generado en nuestra sociedad, pudiera hacer un catálogo de toda la tecnología que el país adquiere en el exterior, de todo tipo, desde cómo manejar nuestros servicios de identificación, los programas de auxilio social en salud y en educación, hasta los satélites –bueno, de momento es sólo uno– en la remota China, país que opera en la materia con tecnología foránea, dicho sea de paso. Todo ello porque nuestra universidad y la vida académica en general es una burocracia de empleos, pero de poco trabajo; por eso es que pueden llamar a marchas los dirigentes de los profesores, con la misma indiferencia con la cual el Gobierno hace lo mismo o se hace una cadena de radio y televisión para cantar canciones y contar chistes, hasta chismes y dar ordenes a su audiencia pagada, porque da la impresión que nadie asiste a estas peroratas a menos que le paguen, pero no tengo constancia de ello.

          En cuanto a la autonomía académica eso ya alcanza niveles chistosos, para no decir cómicos. ¿Autonomía de las universidades en Venezuela? La capacidad de disidencia de las universidades es una concesión no una propiedad –ciertamente, una concesión de la sociedad, no del gobierno. Concesión que debe proteger el gobierno, pero también los universitarios y, en este sentido, caben peguntas simpáticas: si las universidades son autónomas, ¿quiere decir ello que están ajenas a las regulaciones de la decencia académica?

          Si quisiera profundizar en la materia, para demostrar la ausencia de valor del conocimiento generado en nuestra sociedad, pudiera hacer un catálogo de toda la tecnología que el país adquiere en el exterior. En el país hay numerosas instancias de malas prácticas, un eufemismo para decir que hay trampas y corrupción. ¿Cómo se dice cuando una persona obtiene un título de doctor «chimbo»? Recientemente he conocido, de primera mano, una persona que adquirió su título en una universidad «pirata» con sede en USA. Esta persona, con una sinceridad peligrosa, me contó que había invertido 20 mil bolívares para «obtener» su título, sin haber tenido que ir nunca a aquel sitio y de hecho, eso fue lo más gracioso, que la persona en cuestión no podía pronunciar el nombre de tal institución, porque no hablaba inglés, excepto el famoso tan kiu.

          Citaría en este sentido el caso de la Latin American Research Review (L ASA), que es reciente. Un caso fascinante de cómo opera la ética académica. Pero ya me falta espacio y además escribo gratis y no tengo porque hacer mayor esfuerzo y puedo dar por terminado este artículo, como hubiera hecho Liebenstein. Tampoco puedo abordar el tema del concepto tercero, pero en cuanto a la sociedad del conocimiento cabe decir solamente un par de cosas. De hecho somos habitantes felices del f lorido mundo de la sociedad del entrenamiento, que tiene la magia de la alquimia y transforma personas en diplomas. Luego, ¿acaso no estamos en revolución, conocida como anti intelectual, anti meritocrática y populista al extremo de que propone cómo saber más es, pues, valer menos? Espero que los lectores lean este artículo con benevolencia. Total lo leerán en una revista que seguramente les habrán obsequiado –a cero costo, quizás una donación institucional– y si tuvieron que pagarla pues les agradezco a los patrocinantes de la aventura que es editar una revista, que nos hagan participes de tal desaguisado a los «articulistas invitados», en forma proporcional.

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