Opinión Nacional

Venezuela: Chávez baja y Arias sube

Otra vez nos acercamos en Venezuela a una elección. Tuvimos comicios regionales en noviembre de 1998, un mes después los presidenciales y luego -durante el año pasado- el referéndum para aprobar la reforma de la constitución, la elección de los miembros de la Asamblea Constituyente y otro referéndum para aprobar la nueva constitución, la llamada bolivariana. Ahora toca, según el plan político que Chávez ha seguido al pie de la letra, «relegitimar» las autoridades de todo nivel para que inicien una nueva gestión según la recién promulgada carta magna. Seis elecciones en año y medio, ¡una cada tres meses, nada menos!

Las próximas elecciones generales habían sido pensadas por el caudillo venezolano como la forma más sencilla y directa de hacerse con el control de las instancias municipales y regionales que todavía no dominaba, como el método eficaz e inobjetable de consolidar un poder que ya incluía, desde hace unos meses, el Consejo Nacional Electoral, el Tribunal Supremo de Justicia, la Contraloría, la Fiscalía y todas las otras instituciones centrales de la república. Para Chávez, con una popularidad que en enero se estimaba todavía en 75%, la diligencia parecía fácil. Pero se atravesó la candidatura de Francisco Arias Cárdenas y todo el panorama se complicó en pocas semanas.

Arias es también un militar retirado, compañero de Chávez en la intentona golpista de 1992, pero ha logrado abrirse paso por sí solo en la política venezolana y conquistar la importante gobernación del Zulia, desde donde viene realizando una labor bastante aceptable desde hace algunos años. A diferencia del «comandante», exhibe un lenguaje mesurado, proclama la reconciliación y respeta tanto a sus oponentes como al derecho a la propiedad privada. Sus críticas, como las de buena parte del país, van enfiladas ahora contra el militarismo, el estilo caudillista de Chávez, la ausencia de respeto al marco institucional, el populismo económico y los lazos del gobierno con la Cuba de Fidel Castro. Con este claro mensaje, Arias ha logrado una plataforma de apoyo que -según los sondeos- le asegura un 30% y puede estar acercándose ya al 40% del electorado.

Ante la emergencia de un candidato creíble, no comprometido con el pasado de los partidos tradicionales, pero que se presenta como un verdadero demócrata respetuoso del Estado de Derecho, los apoyos políticos de Chávez han comenzado a vacilar. Su popularidad ha descendido entre 20 y 30 puntos en apenas dos meses, su movimiento se fisura en los escenarios regionales y una buena parte de la población comienza a sentirse desilusionada con una gestión que aún no es capaz de mostrar mayores logros concretos. El presidente habla y promete todo el tiempo, en una permanente actitud de campaña electoral, pero el país sigue paralizado, el desempleo aumenta, las deudas del fisco no se pagan y se mantiene todavía una perniciosa inflación.

No podemos saber si este descenso del chavismo será lo suficientemente pronunciado como para llevarlo a la derrota en las elecciones de fines de mayo, pero sí es evidente que sus alarmas han comenzado a sonar y que el caudillo se siente preocupado. Todos los recursos del poder público se han volcado, por eso, a la campaña: uso de los medios de comunicación públicos, amenazas a la prensa, interferencia con la labor de los comandos opositores, dictámenes del Consejo Nacional Electoral y del Tribunal Supremo que obviamente favorecen al presidente. La situación es tensa y no es posible saber hasta qué punto Chávez estará dispuesto a saltar por sobre su propia legalidad para asegurarse un triunfo que tan imperiosamente necesita. Hasta se sospecha razonablemente que, con el control del organismo electoral, pueda haber un fraude que favorezca a los candidatos del gobierno.

El panorama se presenta así lleno de dudas, de desconfianza y de inseguridad, aunque con una certeza de fondo: Chávez ya presenta a las claras los efectos de la erosión del poder, ya no suscita ni la esperanza ni el entusiasmo generalizados de hace un tiempo y se encamina, sin el escudo de su popularidad, a una confrontación de la que depende todo su futuro político.

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