Opinión Nacional

Venezuela, en el vilo

A tres días del monumental atropello consumado durante elección presidencial realizada este último domingo, el diputado y ex Presidente de la Asamblea Nacional, Fernando Soto Rojas, activo militante del régimen, expresó su preocupación por la eventual victoria de Henrique Capriles Randonzki: Con todas las instituciones en su contra “un gobierno de Capriles sería una anarquía”.

Confesó así lo que todos los venezolanos sabemos. No hay independencia de poderes. Ello explica que la presidenta del Tribunal Supremo de Justicia, Luisa Estela Morales, haya obviado, pasando por sobre la Constitución, la inhabilitación que pesa sobre Nicolás Maduro Moro, Vicepresidente y Encargado de la Presidencia de la República, para ser candidato y por ende Presidente electo de Venezuela. Y no por azar el Consejo Nacional Electoral cuenta hoy con cuatro rectoras – de sus cinco miembros – militantes activas del partido oficial. Hacen proselitismo político y defienden al régimen de modo abierto, tanto como lo hace la magistrada Morales y su par, la Fiscal General de la República, Luisa Ortega Díaz.

¡Que se realicen elecciones, pues, no basta para acreditar a la democracia en el país! Los hermanos Castro y su planta insolente, curadores de la vida institucional de Venezuela, hacen elecciones en Cuba regularmente, desde 1959. A la vez se ocupan de monitorear las nuestras, con el aparataje tecnológico y militar de intervención dispuesto al efecto. No se trata de especulaciones. Son máximas de la experiencia.

La circunstancia de que un tal Carlos “Chacho” Álvarez, argentino, enviado de la UNASUR, cuya cabeza es el ex ministro del régimen chavista venezolano Alí Rodríguez Araque ó Comandante Fausto, diga, como acompañante del ministerio electoral del régimen, que Maduro es el presidente electo y los “resultados deben ser respetados por emanar del CNE”, en nada cambia las realidades.

El ambiente previo a los comicios y durante su realización, dentro de una campaña constitucionalmente limitada a 30 días y reducida por el mismo CNE a dos semanas, es testigo de todo lo contrario a lo que demandan las elecciones en una democracia. Ellas no se reducen al mero conteo de votos. Han de ser “justas y libres” y encontrarse revestidas de características imprescindibles, como la objetividad, imparcialidad y transparencia, que rezan los artículos 3, 4 y 25 de la Carta Democrática Interamericana.

Al igual que ocurriera para las elecciones del pasado 7 de octubre, cuando Capriles “pierde” frente al enfermo y hoy fallecido Hugo Chávez Frías, quien crece un 10 por ciento en su votación en tanto que el primero eleva el voto opositor en 57 por ciento, otra vez el fenómeno del abuso del poder total y la corrupción electoral se hacen presentes en las elecciones últimas. No se trata de meros ventajismos o acaso incidencias electorales, irregularidades como las que acontecen en toda elección y en cualquier sitio distinto de Venezuela.

Se trata del sometimiento de la condición humana de los ciudadanos por el poder, a través de los mecanismos de inducción del miedo, de violencia de calle, de presión ilegal y “asistida” sobre la soberanía del pueblo en cabeza de los beneficiarios de dádivas oficiales y funcionarios, de control institucional totalitario, de uso de los dineros del petróleo para el proselitismo oficial, de ocupación y uso – fuera de los límites legales – de todo el aparataje mediático y comunicacional instalado por el chavismo durante 14 años para su propaganda, en fin, de una política orientada a silenciar y anular toda forma de disidencia frente a la revolución.

Es por lo anterior que el Poder Electoral, sometido a la discreción gubernamental, ha prohibido las observaciones electorales internacionales de expertos. No obstante, sus aliados en la comunidad internacional y los mismos rectores electorales presentan al andamiaje electoral electrónico en funcionamiento como el mejor del mundo – Carter dixit – , e invulnerable por supuesto, para ellos.

Como cabe advertirlo, más allá de las reservas que suscita todo sistema digital o de computación susceptible de ser intervenido desde afuera – lo prueba la penetración por WikiLeaks de las bases de información del Departamento de Estado norteamericano – importa destacar que no son las máquinas. Importan los personajes quienes las controlan y manejan.

Capriles, no cabe duda, ganó las elecciones en Venezuela, aun cuando el Poder Electoral del chavismo, con una diferencia de un punto, le otorgue la victoria al gobernante de facto, Nicolás Maduro Moros.

La buena noticia es que la voluntad democrática de los venezolanos es mayoritaria, a pesar de los esfuerzos en contra realizados por Cuba y sus albaceas venezolanos. El problema o desafío grave, más allá de la justa y necesaria demanda opositora de poner la verdad de los resultados sobre la mesa, a costa de lo que sea y democráticamente, es que el país se encuentra partido en dos mitades.

La gobernabilidad, léase la paz de los venezolanos, se encuentra severamente comprometida. Sólo puede asegurarla un líder capaz de armonizar y, sobre todo, tener sentido común y madurez, ausentes en Maduro y en su discurso desde el Balcón del Pueblo.

 

 

 

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