Venezuela y el poder de lo salvaje
El presidente de la República, Hugo Chávez, usa un peligroso tono de violencia verbal hasta para abordar los temas más sencillos. Las referencias a la guerra como algo necesario, sus llamados para exterminar a los adversarios, las amenazas de eliminar los obstáculos que se le oponen a plomo limpio y derrotar a quien se le enfrente persiguiéndolo hasta el exterminio, su actitud vigilante «con el dedo puesto en el gatillo listo para disparar», así como la sistemática calificación de «salvaje» a cuanto se quiere descalificar, son algunas de las condicionantes que alimentan las nuevas conductas del ciudadano común de Venezuela.
Justificar al ladrón cuando roba por supuesta necesidad, alimentar la tolerancia frente a los delitos de la vida diaria y, de alguna manera, ante el delincuente, convierten al presidente en el primer y más serio responsable de la grave situación de inseguridad de las personas y de los bienes, así como de la inestabilidad jurídica que reina en la nación.
Buena parte del problema radica en que no ha entendido la función de gobernar. No se da cuenta de que cuando habla el presidente, cualquier presidente, sus palabras generan efectos concretos que pueden ser buenos, regulares o malos.
Todo es salvaje para el responsable del más salvaje e ignorante de cuantos gobiernos ha tenido este país. Neoliberalismo salvaje, capitalismo salvaje, puntofijismo salvaje, partidismo salvaje, oposición salvaje, imperialismo salvaje, globalización salvaje, empresariado salvaje, son expresiones que se repiten sin una noción constructiva alrededor de cuanto se ha ido destruyendo. Es el salvajismo de las alturas lo que tiene convertida a Venezuela en una peligrosa jungla en la que el primitivismo que revelan los gobernantes en sus actuaciones contagia a buena parte del espectro social y político que rodea al presidente y obliga a quienes lo combaten a prepararse para luchar en el mismo terreno en que el primer mandatario libra «su batalla».
No estamos exagerando un milímetro más allá de lo que se constata a diario. Los más importantes líderes del Movimiento V República -partido del cual Chávez es presidente-, se caen a tiros en la prefectura de la capital del destruido Estado Vargas con saldo rojo de muertos y heridos; reaparecen los linchamientos populares y los enfrentamientos interpoliciales; las «trompadas estatutarias» de los viejos partidos parecen cuentos de niños ante la voracidad rapaz de los actuales seguidores del polo gubernamental.
La tragedia, además de la ignorancia deformadora hasta de la historia esencial del país, no es sólo culpa de la retórica ni de las constantes violaciones a la ley, sino por la ausencia de un Estado de derecho que respete y haga respetar los derechos fundamentales de las personas naturales y jurídicas que integran la sociedad venezolana, y por la ausencia de políticas adecuadas para la construcción de una Venezuela mejor. Hoy estamos peor que hace un año cuando el señor Chávez asumió el gobierno.
Afortunadamente, Venezuela empieza a reaccionar con vigor. Las más calificadas voces opositoras hacen esfuerzos para unirse en un solo movimiento o al menos para conservar la coherencia en un lenguaje que busca objetivos comunes. Y, por otra parte, las calificadísimas disidencias en el mundo del chavismo refuerzan el optimismo.
Francisco Javier Arias Cárdenas, Jesús Urdaneta Hernández y Joel Acosta Chirinos, gobernador del Estado de Zulia, director general de la policía política del régimen y el coordinador nacional del Movimiento V República, respectivamente, han denunciado que el Gobierno está corrompido, alejado de los ideales que los llevaron a la rebelión del año 92 y señalan -con 46 expedientes concretos en la mano- que el presidente de la República es corresponsable, por acción o por omisión, de cuanto sucede ya que ha sido debidamente informado de todo y ha interferido la acción de los órganos jurisdiccionales correspondientes.
Tomado de (%=Link(«http://www.elcomercioperu.com.pe/»,»El Comercio»)%) del Perú del 17 de febrero de 2000
