Opinión Nacional

Vivir en despotismo

Sin comunicaciones no hay sociedad (entes incomunicados no conviven); los procesos de comunicación y la formación o cambio de estructuras sociales son así inherentes. La calidad social del grupo es fiel reflejo del modelo de comunicación en ella predominante: más emisores libres, más sociedad abierta; más autoritarismo comunicacional, más sociedad cerrada y masificada.

Lo anterior admite variadas inferencias; por ejemplo, que la principal clave interpretativa del intento por reconfigurar social, política y culturalmente el país, llamado “Socialismo del siglo XXI”, reside en el comportamiento comunicacional de su maestro de obra, el presidente Chávez.

Salvo mejor exégesis, el rasgo vistosamente descollante de dicho comportamiento es el despotismo. La griega “despotéia” expresa genéricamente el “poder del amo sobre los esclavos” y por extensión la excesiva confiscación de poderes, el abuso grave y reiterado de posición dominante o la reducción del otro a medio para los fines del amo.

Pertenecer a una sociedad moldeada día a día por una comunicación despótica es verse condenados a una obsesiva cura y hermenéutica del mensaje autoritario, con variantes que van de lo kafkiano (el improbable desciframiento de ambiguos susurros que bajan del Castillo) a lo castro-chavista (detectar las partículas significativas de discurso en océanos de demagógica verborrea).
Desde sus comienzos, Chávez manifiesta bulimia de pre-potencia comunicacional, un obcecado afán de sustituir con una propia la vieja hegemonía mediática que en 2002 intentaría liquidarlo, y ser la única Voz del Amo que resuene en el entorno nacional. Con el tiempo, esa pulsión por saturar el espacio comunicacional llega al exhibicionismo y la elefantiasis: jamás existió un jefe de estado que en menos de ocho años haya pasado como Chávez cerca de noventa mil minutos ante los micrófonos (39 diarios, que suman 188 días laborables de 8h.). Jamás un jefe de estado que hubiese gobernado en pantalla, despidiendo funcionarios con un silbato, regañando o botando ministros, nombrando, retirando embajadores y rompiendo relaciones, haciendo enroques entre poderes, dictando leyes y adoctrinando.

Una conspicua pars destruens completa esa operación: la progresiva liquidación de los odiados medios no regimentados y opositores que se afana en humillar, silenciar y violar. El 26 de marzo de 2004, con Providencia Administrativa 407 sustentada en aventureras interpretaciones de la Constitución y la Ley de Telecom, brutalmente “se ordena a los operadores que prestan servicios de radiodifusión…la transmisión de mensajes o alocuciones oficiales transmitidas por el canal de TV del Estado cada vez que sea emitido el anuncio correspondiente (coletilla de cadena)”. (¡“cada vez”!, otra absoluta mundial). Nos toca unas sesenta veces al año, con el manifiesto placer orgásmico de una cuartelera violación in corpore vili del enemigo; ha sucedido que el autócrata preguntase como el que no quiere a sus acólitos en delirio: “¿Quieren que pasemos a cadena, les tiramos una cadena ah? Jesse, pásame a cadena por ahí”.

Para el mayor éxito de la Voz Única, se maximiza el poder gubernamental de emisión mientras se minimiza el no-gubernamental. Lo primero se concreta en lo nunca visto antes: de un casi nada a cinco emisoras de TV, dos articuladas cadenas radiales gubernamentales y decenas de periódicos y revistas; unas 35 televisoras, entre 300 y 2000 radios y unos 75 periódicos comunitarios todos chavistas; incontables sitios Internet de “alternativa bolivariana”. Lo segundo, en una política coordenada de apropiaciones (YVKE Mundial), compras (CMT), sutiles preavisos (Niños Cantores), presiones (Globovisión), re-estatizaciones (CANTV), o retiro de concesión (RCTV).

Más se emite menos se recibe, más se habla menos se escucha, más se ordena menos se dialoga. A tales determinismos no escapa nuestro déspota comunicacional, en el que la componente militarista (opositor igual enemigo) estimula el odio al que disiente y el temor a la genuina interlocución, que intuye portadora de un poder de disolución como en Nosferatu la luz del alba. Por eso no se presenta ante cualquiera, los cubanos le filtran diligentemente los yes-men admitidos a sus conversares. El pasado año insultó a unas damas zulianas que intentaban dialogar con él y se negó a una confrontación televisada con su retador Rosales; hace días lanzó un “Cuando hablo no se mueve nadie, y si me da la gana hablo cinco horas más” a quienes se cansaron de escucharlo. Al esclavo-receptor de la Voz del Amo se le exige pura heteronomía, una supina entrega de la voluntad.

Asistimos ahora a un agravamiento del despotismo comunicacional chavista por añadidura de paranoia y solipsismo. El Amo manifiesta síntomas de desconfianza incluso hacia sus directos colaboradores. El “Plan de Estrategia Comunicacional 2007” le quita el habla a sus propios ministros y vice-presidente, suprimiéndoles los departamentos o salas de Prensa y prohibiéndoles “pautar notas de prensa contrarias al discurso del presidente”; una más reciente medida de Rel. Interiores “prohíbe a funcionarios policiales y directores de instituciones públicas en general, ofrecer declaraciones a medios de comunicación no avaladas por el MINCI”. El déspota comunicacional no confía ahora más que en si mismo, lo que incrementa de consuno su exigencia de que lo asumamos como la Luz, la Verdad y la Vida.

De tal matriz comunicacional salen el capitán Ameliach que insta a los parlamentarios a no parlamentar y aprobar, la imposición autocrática de un partido nacionalsocialista único “porque no hay tiempo que perder”, el censor Lara cuidando del silencio o del hablar “políticamente correcto” del tren de gobierno.

Marcuse creía que malestares así tenían su remedio en la ironía. De ser cierto, todo terminaría el día que el primer chavista descubra que su presidente es, sencillamente, un ridículo.

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