Opinión Nacional

Walid Makled y los cuarenta generales

“Yo hablé de una lista de 15 generales. A esos 15 generales yo les tengo pruebas. Pero también hay 25 generales que los conozco, que son amigos míos y no puedo hablar nada de ellos. A esos los ayudaba así por afuerita, pero no tengo un soporte para decir que recibían dinero de mí.” Walid Makled, El Nacional, 10 de octubre de 2010

Las revelaciones de Walid Makled a Casto Ocando, del Miami Herald, publicadas en la edición de este domingo 10 de octubre en El Nacional, ponen al desnudo el verdadero talante de algunos de los más encumbrados generales del teniente coronel. En este caso específico y concreto, nombrados con nombre y apellidos,  como el tristemente célebre general y ex gobernador del Estado Carabobo Acosta Carlés, Clíver Alcalá Cordones, Néstor Reverol y tres docenas de altísimos oficiales de las tres ramas de las fuerzas armadas pertenecientes al más íntimo cinturón de confianza del presidente de la república. La propia cúpula del Poder: como en el cuento de las Mil y Una Noches: Walid Makled y sus cuarenta generales. ¿No da pie a pensar, mientras los acusados no demuestren fehacientemente lo contrario, en una mafia de uniformados enriquecidos hasta la náusea gracias a la extorsión, la complicidad y el crimen, prohijados por el propio presidente de la república, que se han apoderados de los más delicados instrumentos del Estado – junto a ministros, alcaldes, gobernadores, jueces y parlamentarios – para saquear a la Nación y empujarla a la ruina? Una tarea de ilícitos que de ser documentada y comprobada judicialmente debiera terminar en cárceles de máxima seguridad si la justicia reinara en Venezuela. Tarea pendiente e inexcusable, cuando ella regrese a nuestro país de la mano de un gobierno decente y democrático. Ni diecisiete años de dictadura absoluta bajo el mando del general Pinochet pudieron corromper a las fuerzas armadas chilenas. ¿No es como para avergonzarse del patronímico?

¿Qué sentido político tiene la corrupción a una escala tan insólita y desmesurada como para que se convierta en una práctica sistemática de un gobierno convertido, precisamente por uno de esos mecanismos forajidos, en régimen cuasi totalitario?¿Qué papel ha jugado el crimen del enriquecimiento ilícito y el sistemático saqueo de los dineros públicos en la economía política del Poder? ¿Qué función de estrategia totalitaria ha tenido la corrupción de los altos mandos en el montaje de este llamado “socialismo del siglo XXI”? Sin contar con el enriquecimiento de las familias que se arrimaran desde siempre al árbol de la revolución: nietos, hijos y padres de ladrones.

Es éste uno de los temas más álgidos de la relación entre criminalidad y Poder, particularmente desde la emergencia del totalitarismo nazi fascista. Tema por cierto ajeno a los totalitarismos marxistas, empeñados en una moralidad estricta y sin contemplaciones, por lo menos en cuanto al manejo de los dineros públicos. No así en cuanto a la sistemática violación a los derechos fundamentales. En efecto, es conocido el papel fundamental jugado por la corrupción de los cuadros políticos dirigentes inducida por Hitler y Mussolini para crear una élite absolutamente obsecuente y comprometida con las órdenes de ambos caudillos. Que mezclaba desde el robo y el estupro, hasta perversiones de toda naturaleza. Sin que en dicha pudrición estuvieran involucrados sus ejércitos.

En el caso venezolano, si bien la corrupción de  gobernantes y funcionarios – incluso de cuadros de las fuerzas armadas – ha sido un mal endémico, aleatorio y subsidiario de una baja moralidad pública jamás superada desde los tiempos coloniales, lo cierto es que nunca había alcanzado las dimensiones de control y manipulación política total logradas bajo el gobierno del teniente coronel Hugo Chávez. El primer presidente de la democracia venezolana, Rómulo Betancourt, culminó su mandato señalando con orgullo en su último mensaje a la Nación, palabras más, palabras menos: “hemos demostrado que en Venezuela se puede gobernar sin robarle un solo centavo al país”. Una verdad del tamaño de una catedral que debiera avergonzar a quienes en nombre de  la revolución se han cebado en la ofensa al más importante estadista de la modernidad venezolana. Era, para ese momento, una encomiable excepción. La antípoda ejemplar de la actual situación, en que la corrupción pública ha sido el instrumento de la quiebra y subordinación de las fuerzas armadas, desencajadas de su papel de guardián de la soberanía y el cumplimiento de los preceptos constitucionales. Por el forado dejado por la corrupción han entrado las tropas del ejército cubano que nos aherrojan. Como también el de la subordinación de todas las instituciones públicas, particularmente de los órganos de justicia y control  ciudadanos. Como ya quedara de manifiesto con el asesinato del fiscal Danilo Anderson, jamás esclarecido. Como seguramente podría demostrarse de la venta de honra de togados y magistrados.  Como la compra de conciencias a todos los niveles. Desde el cohecho sistemático de las masas populares y más depauperadas mediante el perverso mecanismo de las donaciones y regalos para controlar los procesos comiciales hasta el enriquecimiento de militantes y agentes del régimen, a todos los niveles. Incluso al de los gobiernos de la región, algunos de ellos comprados mediante el financiamiento de campañas y la vía expedita para negociados monumentales. Los Kirchner son la prueba documentada y fehaciente. Lula y la multinacional Odebrecht, también.

¿Hasta dónde ha alcanzado el poder corruptor del dinero como instrumento de subordinación de todas las esferas de la vida publica nacional e internacional? El caso de los maletines mostró apenas la punta del iceberg de la compra de aliados políticos. Los casos de Nicaragua,  Honduras, Ecuador, Bolivia, Argentina, y posiblemente de otros respetabilísimos gobiernos como el de Basil, sin mencionar el emblemático enroque de poderes y negociados entre Cuba y Venezuela mediante mecanismos de triangulación en el que se encuentran incursos no sólo ciudadanos de ambos países, sino empresarios de terceros aparentemente incólumes, deja al descubierto uno de los casos más flagrantes de envilecimiento de la vida pública no sólo venezolana, sino también latinoamericana.  Si es que algunos miembros de gobiernos europeos no han sido bendecidos con la mano generosa del caudillo.

La revolución ha sido, desde siempre, la máscara perfecta para encubrir la más horrenda criminalidad. El fin, difuso y evanescente de apostar a la posteridad de las más afiebradas utopías, ha legitimado desde el robo al asesinato. Todo lo que permite envilecer, quebrar y asolar el sistema que se pretende aniquilar es bueno: desde el narcotráfico al terrorismo. Sobran las fortunas nacidas al calor de la causa revolucionaria. Las revelaciones de Walid Makled dejan ver un mundo sórdido, inmundo y repugnante.  Tendrán, sin duda, graves consecuencias.

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