Opinión Nacional

Washington y Chávez

Para los que estamos convencidos de que Chávez es un verdadero revolucionario, la única actitud sensata es la defensa firme y principista de la democracia y la libertad, orientada a persuadir a Chávez que el camino del autoritarismo le será bloqueado con decisión. Los que voltean la mirada a otro lado, sin hacer demasiado caso a la retórica de Chávez, están desarrollando una peligrosa política de apaciguamiento (appeasement) que puede llevar a graves e irreparables errores.

Durante la reciente gira del Presidente Hugo Chávez a New York, un ex-Embajador de los Estados Unidos en Venezuela, el señor Georges Landau, emitió declaraciones en las que afirmaba que el mandatario venezolano es lo único que se interpone entre su país y el caos. Pocos días más tarde, otro ex-Embajador estadounidense en Caracas, Michael Skol, repitó esa aseveración, en el transcurso de una visita privada a la capital de nuestro país. Tal vez sin percatarse de ello, los veteranos diplomáticos norteamericanos enviaron un mensaje de alta peligrosidad, en vista de la situación que ahora se vive en Venezuela. En efecto, en primer término, si Hugo Chávez es la única barrera que separa a Venezuela del caos, entonces toda oposición a su gobierno parecería poco patriótica, pues nada hay peor que el caos. En segundo lugar, de ser cierto que el Presidente nos está salvando de semejante destino, entonces resultaría admisible que el nuevo líder venezolano asumiese, en caso de considerarlo indispensable, tanto poder personal como fuese requerido, de modo de impedir que el país desemboque en el abismo. Dicho de otra manera, si las alternativas son Chávez o el caos, ¿qué otra cosa nos queda excepto rendirnos ante los designios presidenciales, sean éstos los que fuesen?
Muy probablemente, los diplomáticos estadounidenses no quisieron implicar tales conclusiones con sus palabras, pero de hecho las mismas podrían interpretarse de esa forma; y cabe destacar en tal sentido que la Oficina Central de Información venezolana usó las frases de Landau para ilustrar los avisos de prensa, con los cuales realizó propaganda sobre los presuntos éxitos del viaje presidencial a New York.

Ahora bien, el episodio mencionado pone de manifiesto la confusión que sigue imperando, tanto dentro de Venezuela como en el exterior, acerca de la verdadera naturaleza del liderazgo de Hugo Chávez, y sus posibles intenciones y planes. En lo que respecta a Washington, el gobierno estadounidense parece haber adoptado la decisión de darle al nuevo mandatario venezolano el beneficio de la duda. Eso, en principio, es comprensible. El problema comienza cuando se pretende que todo irá bien con Venezuela, y las relaciones con Estados Unidos seguirán su curso normal, en tanto Chávez «se mantenga dentro del cauce constitucional». Este criterio, en abstracto, suena razonable, pero en la práctica puede prestarse a una curiosa miopía política, y convertirse en un parámetro excesivamente rígido para juzgar las acciones de un líder, y un gobierno, que gustan moverse en un territorio de ambiguedades, de medias tintas, de flexibilidad táctica y de eso que los cultores de la teoría de juegos llaman «brinkmanship» (es decir, el arte de llegar tan lejos como se pueda en las provocaciones y amenazas, sin producir rupturas definitivas, debilitando al adversario y esperando el momento decisivo para vencer).

En Washington, por ahora, pueden decir: «Hugo Chávez no ha roto con los preceptos constitucionales; su gobierno es democrático», y respaldar esto con «pruebas». No obstante, más allá de un plano estrictamente formal, la realidad es mucho más compleja. De hecho, estos pasados cuatro meses, Chávez ha venido causando serios daños al entramado institucional de la democracia venezolana, así como a nuestra ya de por sí frágil cultura democrática, y este daño puede sintetizarce a tres niveles: 1) militarización; 2) transgresión; 3) subestimación de las aspiraciones reales de la gente.

En cuanto a lo primero, cada día se hace más evidente que Chávez pretende colocar a las Fuerzas Armadas en el centro de la existencia política del país, y ello se está logrando de diversas formas. Ya algunos seguidores del Presidente, han apuntado que la venidera Asamblea Constituyente se encargará de conceder rango constitucional al nuevo papel político de la institución castrense, eliminando el carácter políticamente «no-deliberante» de las FAN, establecido en la aún vigente Constitución de 1961, y «metiendo la política en los cuarteles». A esto se suma la multiplicación de cargos civiles ahora ocupados por militares, así como proliferación de los oficiales ascendidos a las más altas jerarquías, cuyo destino profesional se orientará probablemente a posiciones en el campo civil.

En cuanto a la transgresión, me refiero a lo siguiente: La sociedad venezolana, como bien sabemos todos los que acá vivimos, es una sociedad de transgresores de la ley, en lo pequeño y lo grande. No somos una «law-abiding society», una sociedad acostumbrada a regirse por normas de generalizado acatamiento por parte de sus miembros. Por otra parte, estamos acostumbrados a un gobierno de hombres, y no de leyes. En este contexto, la «enseñanza» que transmite el nuevo Presidente a la ciudadanía, lejos de contribuír a que los venezolanos procuremos cumplir las leyes y respetemos las instituciones, se dirige a lograr lo contrario. Día tras día, Hugo Chávez no hace otra cosa que incitar a la gente a irrespetar las normas, a despreciar las instituciones, a romper con las leyes. Chávez «se ríe» del Consejo Nacional Electoral; Chávez llama «corruptos» a los congresantes y miembros de la Corte; Chávez asegura que es legítimo recurrir a la violencia para alimentar a la propia familia. En una nación de transgresores de la ley, el Presidente de la República se ha convertido en el transgresor número uno.

Finalmente, a pesar de que Hugo Chávez proclama a todos los vientos que él es un convencido demócrata, que simplemente traduce en su persona y objetivos los anhelos de las grandes mayorías, lo cierto es que el Presidente subestima los verdaderos deseos de la gente, y se ocupa exclusivamente de promover sus propósitos políticos personales. Lo afirmo así pues es evidente, como lo confirman todos los sondeos de opinión, que la inmensa mayoría de venezolanos conceden prioridad a los asuntos sociales y esconómicos, al mejoramiento de su nivel de vida, a la lucha por el desempleo y contra la inflación, a la búsqueda del ascenso social, la educación y la salud. Ante esto, el Presidente impone una agenda estrictamente política, dirigida a convertir la próxima Asamblea Constituyente (que para nada servirá en materia socioeconómica) en el instrumento para asegurar su poder personal, así como la hegemonía de su proyecto en el presente y futuro venezolanos.

La militarización, la transgresión, y la subestimación de la agenda de la mayoría en nada contribuyen a fortalecer la democracia, pero Chávez se ha cuidado mucho de hacer posible —por ejemplo— que Washington mantenga su conciencia tranquila, ya que, supuestamente, en Venezuela «se vive en democracia». Esto último, paradójicamente, no es totalmente incierto, pero tampoco es cierto. Vivimos, en verdad, en medio de una zona gris, llena de sombras, de presagios de tormenta, que sólo el tiempo aclarará por completo. Entretanto, el desafío consiste en definir si Chávez es un verdadero revolucionario, que «means what he says» (que habla con su verdad), o tan sólo un político tradicional más, con una retórica altisonante, que tan sólo desea llevar a cabo reformas en un esquema de estabilidad fundamental.Para los que estamos convencidos de que Chávez es un verdadero revolucionario, la única actitud sensata es la defensa firme y principista de la democracia y la libertad, con una actitud valiente y firme, orientada a persuadir a Chávez, antes de que sea tarde, que el camino del autoritarismo y el gobierno hegemónico le serán bloqueados con decisión y coraje. Los que prefieren otra actitud, y voltean la mirada a otro lado, sin hacer demasiado caso a la retórica de Chávez, esperando simplemente que ocurra lo mejor, están desarrollando una peligrosa política de apaciguamiento (appeasement) ante el gobernante venezolano, política que puede llevar a graves e irreparables errores.

Se trata, en síntesis, de que cada uno de nosotros responda ante su conciencia la siguiente pregunta: ¿Hay, o no hay, en este momento de la vida política venezolana, una seria amenaza planteada al modo de vida democrático, que a pesar de sus imperfecciones hemos mantenido estos pasados cuarenta años? Y en caso de que la hubiera: ¿estamos haciendo lo necesario para contener esa amenaza?
A mi manera de ver las cosas, esa amenaza existe, es muy seria, y requiere de respuestas claras y firmes, claro está, dentro de un marco democrático. El apaciguamiento a Chávez, tal y como quedó reflejado en las declaraciones de los embajadores Landau y Skol citadas al comienzo de este artículo, no sirve sino para alentar y fortalecer la amenaza. Insisto: no afirmo que esa haya sido la intención de estos diplomáticos, pero sus palabras reflejan desconcierto y desconocimiento sobre quién es realmente Hugo Chávez y qué representa en el contexto político venezolano de este fin de siglo. Sus palabras acerca de Chávez como «barrera al caos» reflejan, dicho en otros términos, una incapacidad para comprender la realidad revolucionaria de una política de alcances ilimitados.

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