Opinión Nacional

¿Y dónde está el piloto?

Esta versión venezolana de ¿Y dónde está el piloto?, película del género de la parodia, resucitó la sátira torpe, proyectada en versión de reality show, burlándose de la saga Aeropuerto y la original de igual título estrenada en EEUU en 1980 bajo la dirección de Jim Abrahams, David Zucker y Jerry Zucker con las actuaciones de Robert Hays, Leslie Nielsen, Robert Stack, Lloyd Bridges, entre otras conocidas estrellas.

Cuando el piloto, el capitán Oveur (Peter Graves), su copiloto y numerosos pasajeros de un avión comercial caen enfermos en pleno vuelo intoxicados por la comida, Ted Striker (Robert Hays), un expiloto de caza, debe vencer su miedo a volar, causado por un trauma psicológico sufrido durante la guerra, y tomar los mandos del avión, conducirlo a su destino y hacerlo aterrizar en malas condiciones atmosféricas.

El libreto y la película cubano-venezolana, contraria al film imperialista, no son hilarantes ni causan la risa de los espectadores; aunque no exenta de gracia, los protagonistas de la nuestra son efectivamente comediantes, pero no lo pueden hacer mejor atados a un guión movedizo y vaporoso en la puesta en escena manejada por dos experimentados directores de tragedias, los jóvenes hermanos Raúl y Fidel Castro.

En nuestro thriller criollo, se busca mentir, asustar,estremecer, emocionar, basados en la enfermedad del piloto en una nave llena de treinta millones de pasajeros a los que se les informa repetitivamente, por nuestro Leslie Nielsen de Monte Piedad, Ernesto Villegas, que el piloto se intoxicó por las horas de vuelo al mando del avión, pero aun así, sigue en los controles de la aeronave.

El zigzagueo, la inestabilidad y el peligro de estrellarse no perturban a la jefe de aeromozas Julia Hagerty, en la versión nativa protagonizada por la bellísima Luisa Estella Morales, quien en contra de la constitución de las normas de vuelo, avala que el piloto no tiene sustituto debiendo continuar.

Ello llama a un grito de desesperación de buena parte de los ocupantes, para que sea remplazado el piloto, así sea temporalmente, por un exchofer de buses del Metro, quien funge de sobrecargo. Éste, traumatizado por su fanatismo de admiración servil por el comandante indigestado, las órdenes de los dos controladores de vuelo de la torre de control en La Habana y el incómodo Cabello, otro de los sobrecargos que le dificulta la visión, pasmado de pánico al verse solo en el timón, a un ligero toque devalúa la nave a 46,5% grados.

Esta imprudente maniobra causa una airada reacción. Los pasajeros vienen soportando los rigores de la inseguridad del viaje, la inflación de los precios de los boletos y bienes disponibles, la escasez y las hostiles condiciones atmosféricas de la travesía, exigiendo que se establezca un plan de vuelo inmediato y seguro.

Viajeros chinos, rusos, iraníes y algunos latinoamericanos que viajan de gorra con todos los gastos pagos, la milicia, se muestran de lo más preocupados y presionan a la mediocre tripulación, quienes sostienen que el comandante está, que manda, que pilotea, que vuela, pero nadie lo ha visto. La aeronave toma un curso desconocido, peligroso e incierto. Los tripulantes no parecen capaces de aterrizar, el impacto se acerca y la gente se pregunta con colérica insistencia: ¿Y dónde “carajo” está el piloto?

 

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