Opinión Nacional

¿Y los hombres de armas?

El sentido del deber y del honor han producido una criba lamentable en nuestros hombres de armas: salieron los mejores, quedó el repele. Haga Usted mismo la lista, querido lector, y se asombrará al constatar quiénes son los que se fueron y quiénes los que quedaron: Guaicaipuro Lameda, Rafael Salazar, Manuel Rosendo, Nelson González, Vásquez Velasco, Medina Gómez, Martínez, Comisso Urdaneta y toda esa serie de hombres honorables de toda graduación, responsables, preparados e inteligentes que han salido a defender lo poco que nos queda de democracia venezolana desde una plaza pública. Dirija usted la vista a los cuarteles y vea a quienes continúan avalando desde sus sombras los abusos del autócrata. Callan ante la ignominia, la aprueban y hasta la respaldan levantando sus armas contra inermes civiles, gaseando a mujeres y niños ˆ en un show portátil de lo que en gran escala fuera Auschwitz – , castigando con sus peinillas en el mejor estilo de las guardias pretorianas del gomecismo: García Carneiro, Gutiérrez, Acosta Carlés, Alcalá Cordones. Mediocres como seres humanos, incultos, mediocres como militares. Dispuestos a masacrar al pueblo cuya soberanía y cuyas instituciones juraron defender.

Entre ambos extremos un tercer grupo de altos oficiales guarda silencio. Allí los vimos mudos y ausentes flanqueando a un títere de voz estentórea que jura que funge de ministro de la defensa, cuando en verdad no es más que el mascarón de proa del más malvado de entre todos ellos. ¿Qué pasa por la mente de García Montoya? ¿Qué por las entre cejas de nuestro inefable contralmirante? ¿Cuáles son las divisas que laten en sus corazones? ¿Con qué silencio acallan los cuerpos derrumbados sobre un charco de sangre que yacen a pocos metros de quienes fueran sus superiores, sus compañeros de promoción, sus subalternos? ¿Qué aguante se encierra en esos espíritus hundidos en este tenebroso silencio?

El país se derrumba ante sus pies bajo la más grave crisis social, institucional, política y moral de nuestra historia contemporánea. Y ellos, entre voltear la mirada a la bandera o dejarla fija en el rostro inmutable del gran corruptor, prefieren bajar la vista y guardar silencio. ¿Dónde está el honor? ¿Dónde está la patria? ¿Dónde está el pueblo?

Hay otros que aún deshojan la margarita. Como si la muerte que nos acecha permitiera coquetear con los cañones. ¿Qué tiene que decirle a sus padres, a sus hijos, a sus hermanos, a sus amigos, a sus compañeros de armas el general Raúl Baduel? ¿Qué interés personal puede ser más importante que la sonrisa de nuestros nietos correteando desprevenidos por las avenidas de un país auténticamente libre y soberano? ¿No vale la paz más que mil recompensas materiales? ¿No vale el honor más que todos los grados de una carrera? ¿No vale la fidelidad a la patria más que la complicidad criminal con un demente?

El país aún espera. Con pesadumbre.

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