Opinión Nacional

¿Y qué tal si…se nos ocurre pensar distinto?

Por haber hecho exactamente eso fue que Galileo Galilei propuso que no era cierto que «el Sol giraba alrededor de la Tierra», sino todo lo contrario; por eso mismo Louis Pasteur no aceptó que era que las heridas por obra y gracia de vaya usted a saber qué, se infestaban y se producía lo que hoy llamamos «gusanera», sino por otra razón y, buscándola, dio con el mundo de los microorganismos: había nacido la Microbiología y todo un mundo que explicaría tantas cosas.

La Humanidad le debe tanto a ese ejercicio del pensar distinto que es eso lo que quiero proponerles para comienzos de año. Vale la pena no perder esa oportunidad.

Por eso, ¿qué tal si en vez de andar con la cantaleta de la «huida hacia adelante» del señor Chávez, más bien pensamos en la «inercia» que las cosas tienen? Sobre todo las metidas de pata, las que una vez consumadas es bastante difícil evitar que continúen. Las torpezas tienen esa fatal cualidad: producida una, es bien difícil parar; sobre todo si sus efectos dañinos no son rápidamente advertidos y hace su aparición algo realmente perverso: rehusar dar el brazo a torcer.

¿Y si en vez de creer que el hombre no para de acumular poder, nos ponemos a pensar que lo que realmente sucede es que «no para de perder poder»? ¿Es que no se nos ha ocurrido que aquí, como en ninguna otra parte, se cumple el famoso refrán «el que mucho abarca, poco aprieta»?

Si son verdaderos todos los resultados de cuanta investigación hay sobre el poder y las organizaciones, nos muestran algo impepinable: el ejercicio del poder -y la eficiencia organizacional- requieren de un volumen manejable. Y nada peor para la eficiencia de éste que atragantarse con cuanta empresa, negocio e institución existe en la comarca. Lo que asombra es que el régimen no se dé cuenta de la ruta suicida que ha emprendido con esta voraz acumulación de estructuras institucionales de todo tipo.

Los venezolanos de siempre, siempre han creído -y aportado pruebas contundentes de ello- que en este país nadie cree ni acepta las leyes y que es eso lo que les impide poder funcionar como se hace en otras sociedades. Entonces ¿cómo es esto que ahora, por obra y gracia de la magia de Chávez, esos mismos venezolanos -y los que entre ellos producen y certifican el diagnóstico- han cambiado 180°? ¿Tanto hemos cambiado y en tan poco tiempo? ¡Dios!

Y si vamos a cosas más constatables, ¿cómo es eso que quienes son -según mil voces opuestas a Chávez- sus seguros seguidores: los pobres de las ciudades, en masa se abstienen de votar? ¿Qué hace que la mayoría de nosotros ni crea ni acepte que, muy probablemente, el grueso de los «Nini» están entre los más pobres? ¿Por qué no se nos ocurre pensar que si para alguien carece de sentido el voto -y sobre todo, carece de posibilidad de lograr cosas- es precisamente para quienes tienen la prueba contundente de que las elecciones no cambian ni mejoran nada?

Siempre se nos ha martillado que, una vez que una «matriz» de opinión se instala, poco importa que en el camino la víctima de ella tenga algún respiro, ¿cómo es que entonces andamos pendiente de si el hombre subió tres puntos o bajó cuatro, cuando lo que debería contar es la imagen que ya está fijada en la mente de todos sobre él, su proyecto y lo que ya conocemos de su obra?

Desde Heráclito el oscuro, conocemos que jamás es el mismo río el que pasa bajo el puente, ¿por qué entonces negamos esa verdad creyendo que lo que fue válido -y exitoso- para Chávez en el pasado, forzosamente lo será ahora? Ejemplos sobran. Aquí van varios: que ahora va a echar mucho real a la calle y todo se calmará. Para comprar qué, ni siquiera se preguntan. ¿O es que le creeremos a Eljuri y a Merentes, cuando enfrente tenemos los precios en repuestos y automercados? Se nos asegura que aceptaremos babiecamente que el hombre ahora ha cambiado cuando escasean pruebas para tal afirmación. Y ellas no llegan.

Y algo de postre al final ¿se nos ha ocurrido que los seguidores de Chávez podrían hacer el mismo recorrido que ya hicieron quienes le adversan? Ellos están ahorita en el grito nuestro de 2001: «Chávez, ¡rectifica!», y quien quita que podrían pasar al irrefrenable deseo actual de que sea pronta y contundente su salida.

Hagamos ese ejercicio y nuestra visión bien pudiere -y debiere- ser otra. Ya es hora. Lo que viene después de esta pesadilla nos necesita frescos, claros y reposados: habrá tanto por reconstruir que seguro tendremos urgencia de recuperar el tiempo perdido.

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