Opinión Nacional

¡Y su palabra es la ley!

– ¿Qué desea hacer?
– Quiero cambiarme el nombre.

– ¿Está seguro? Ese es un trámite muy engorroso
– No tengo ninguna duda.

– ¿Cómo se llama?
– Antonio Prepucio González
– ¡Ah caramba! Ya comprendo ¿Y cómo se quiere llamar ahora?
– José Prepucio González

Según leí en alguna parte, el dueño de la franquicia de MarxDonald’s que nuestro Presidente está tratando de heredar le dijo que uno de los secretos del negocio era aparecer todas las semanas en los medios. Para seguir esa instrucción, el gerente de la sucursal en Venezuela ha ideado numerosos ardides publicitarios, siempre tratando de que parezcan esfuerzos trascendentales. De acuerdo con su más reciente “cause célèbre” América Latina es un nombre impuesto por los europeos y por tanto hay que cambiarlo a…América India. Al parecer, quien le informó de la llegada de Colón al Nuevo Mundo le debe haber dicho que el navegante florentino, en honor a quien el cartógrafo Martin Waldseemüller nombró al continente en un mapa de 1507, se llamaba no Américo sino “Latino” Vespucio. El origen que el Presidente, en su infinita sabiduría, amplitud y tolerancia, atribuye a la parte del nombre que está dispuesto a permitirnos conservar no importa; después de todo, no tendrá el menor empacho en decir lo que le convenga para justificarlo. Parafraseando a Ciro Alegría, la ignorancia es ancha… y presidencial.

Por más que Fidel Castro la haya creído “a prueba de torpes”, la fórmula que le dio a su pupilo exige tener algún criterio para aplicarla. No es lo mismo aparecer, como Castro, pontificando sobre la situación de opresión en un país africano (aunque fuera en ocasión de mandar tropas cubanas para ayudar al otro bando a establecer una opresión equivalente) que salir en primera plana comentando tus tribulaciones intestinales. Y si no captas la diferencia es poco lo que se puede hacer para ayudarte.

Las sesiones de “coaching” y asesoría personalizada en La Habana, que muchas veces compensaron lo que Natura non dio ni Salamanca prestó, son ahora mucho más difíciles y también mucho menos fructíferas. El Caballo está tan disminuido que ni siquiera consigue que los escritos con su firma aparezcan en la prensa cubana. Sólo los publican en Internet, y pronto ni eso. El aprendiz de brujo se ha quedado más o menos por su cuenta, lo cual explica que en lugar de ocurrencias salvadoras como las misiones (inventadas por Fidel) de un tiempo a esta parte sólo nos haya ofrecido una metida de pata tras otra. Su prepotencia (multiplicada por la adulación 24/7 de los colaboradores y porque parece haberse creído la propaganda que lo pinta como genial, infalible, iluminado, sabio y predestinado) lo tiene convencido de que improvisa mejor que Eric Clapton, y de que sus ocurrencias son tan sabias como le dicen quienes viven de tenerlo contento. Impuso a sus candidatos a troche y moche, atropellando a sus seguidores de una forma tan vil que ni a sus adoradores más rastreros les dejó otra salida que no fuera enfrentarlo; con la cabeza agachadita, eso sí, tratando de que se note lo menos posible. Con la lija de las inhabilitaciones le raspó a su gobierno un poco más del ya casi imperceptible barniz de legalidad, usando no sólo a un contralor (mezcla de Mr Magoo y sicario político) que no se deja intimidar por leyes ni reglamentos y encuentra corrupción sólo donde el Jefe señala, sino además al Tribunal Supremo de Justicia, en cuya Sala Constitucional cinco jueces finalmente concluyeron el “striptease” y dejaron al desnudo su disposición a sacar las sentencias que necesite el Proceso, aun llevándose a la Constitución por delante. Con el paquete de 26 leyes inconsultas e inconstitucionales que trata de imponer por decreto destaca el carácter sumiso y decorativo de la Asamblea Nacional (la cual, puestos a rebautizar, deberíamos llamar Asamblea Familiar, dada la cantidad de parientes y relacionados que la Presidenta Cilia Flores ha conseguido incluir en la nómina), además del ilimitado ánimo complaciente de la Presidenta del TSJ, quien ya declaró que las leyes eran constitucionales, sin necesidad de estudiar ninguno de los recursos que seguramente le llegarán.

Si algo puede hacer que el presidente Chávez reflexione sobre la famosa pregunta que le hizo el Rey Juan Carlos será la invasión de Osetia del Sur, en Georgia, por parte de sus libertarios amigos (proveedores, hablando más realistamente) rusos. El Ministro (sin popo) de Relaciones Exteriores ruso, Sergey V. Lavrov, dijo que Georgia «se puede olvidar» de su integridad territorial. Suena a imperialismo salvaje ¿no? ¿Significará eso que nuestra Fuerza Armada Bolivariana está legalmente obligada a combatirlo? Para hacerlo ¿tendremos que esperar que los rusos nos manden las armas que les estamos comprando? ¿O nos permitirán enviarles a las tropas para que empiecen su lucha anti-imperialista a medida que vayan desempaquetando las compras?
Mientras se resuelven estas incógnitas, y todavía en ascuas sobre la una vez agobiante y bolivariana duda acerca del asesino de Bolívar, podemos apostar a dónde llevará esta otra urgente, seria y bien fundada preocupación histórica del Presidente respecto al nombre del continente.

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