Opinión Nacional

Yo conspiro, tú conspiras, él conspira…

Sin querer, fui testigo de una conversación telefónica que, a todas luces, guardaba las características de una conspiración en marcha. El sujeto, protagonista de la llamada, introdujo una tarjeta en la ranura del teléfono y se acodó en la cabina (en esta parte debo apuntar que para el momento de la ‘acción conspirativa’ me encontraba en un café tratando de ‘componer’ el país con un grupos de amigos); acto seguido extrajo del bolsillo trasero de su pantalón una pequeña gacetilla parecida a las editadas para los pronósticos de las carreras de caballo.

No pude -y es lógico que así sea ya que no cuento con los artilugios técnicos comunes a los organismos de seguridad del Estado, la Disip paralela que dirige el rosadito de Otaiza, ni los ‘espias’ privados del país- escuchar en su totalidad lo que decía el ‘sospechoso’ pero sí retuve algunas frases sueltas. En unas se pronunciaba con entusiasmo ante la posibilidad de ‘tumbar la línea oficial’, en otra afirmaba que ‘ese bicho estaba probado para rematar al final y que no podía fallar’, creo haber escuchado algo así como que era preciso, a como diera lugar, dominar la quinta con todos participantes porque era la más difícil y que con ella se completaban las seis. La conversación continuó con interrogantes de este calibre: ¿cuánto le meto a Semillero, qué me dices de Fenny o estás seguro que Lightning no se nos va a caer? Después de media hora de gestos, unos cuatro cigarros, y algo así como un tic nervioso que lo hacia patear el suelo el hombre se retiro raudo y se desapareció por entre la gente que se aglomeraba frente a un remate de caballos situado al otro lado de la acera donde mis amigos y yo disfrutábamos de un café.

Iguala a lo anterior en parodia -en tanto tesis conspirativa- solo la grabación presentada por Nicolás Maduro, el gris Ameliat, y el inefable tocayo Pedro Carreño. Demostración palmaria del irrespeto con el que se intenta liderar a un país. La grabación en cuestión coloca a dos ciudadanos en la cotidiana circunstancia de analizar un país y tocar el animo del compañero de ruta -como gustan llamar los revolucionarios- para que no se desvíe; se pasea, además, por un hecho evidente, inocultable, como es el rotundo rechazo que los venezolanos le dimos a la manera guapetona de conducir el país, y al cómo día a día el circulo se le cierra al gobierno; no porque sea un propósito deliberado de una parcialidad política sino porque lo que se le solicita al presidente no tiene respuesta. Esto es: rectificación, sindéresis, y bajarle volumen al paroxismo al que nos tiene sometido.

Por otro lado, si esa grabación calza los puntos de una conspiración habrá que darle la razón a Pedro León Zapata, cuando señala que más conspirador es el mecánico de la esquina que vive hablando pestes del gobierno.

Por último, a los que les preocupa la letra de La Bicha estén tranquilo. Que el Artículo 60 garantice el derecho de toda persona al resguardo de su vida privada, a la intimidad, a la confidencialidad, y al de su reputación -ergo que no se le puede espiar, grabar, seguir, perseguir-; eso no es problema porque el reposero Nicolás Maduro se encargó de recordarnos que se trataba de salvar a la patria. Es como si usted le diera muerte a un vecino porque sospechaba que tenía un cáncer terminal. La ‘razón’ se aplica también para las llamadas que realizo el gobierno a los diputados proclives a la manipulación. Como había que evitar, por cualquier medio, que los escuálidos presidieran la Asamblea Nacional se tuvo que hacer unas llamaditas y dar unos recaditos -los de Otaiza-; salvo, por supuesto, que estos no se grabaron.

Viene la fecha de las máscaras. ¿Serán acaso los carnavales? Entonces.

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