Opinión Nacional

Yo no creo

Yo no creo en la independencia de los actuales poderes públicos. Yo no creo en la autonomía de las decisiones de sus autoridades. Me cuesta mucho creer que sus juicios no estén supeditadas a los requerimientos políticos del Jefe del Estado. No creo tampoco en sus actos apegados a los más altos intereses del país. Dudo que, por encima de la conveniencia del momento coyuntural que impone el control del poder, se ubiquen sus valores y principios morales. Estimo que su ilegitimidad siempre generará las dudas de la imparcialidad y sometimiento a la justicia que ellos se adjudican. Por el contrario, si creo que sus decisiones responden al marco conceptual de los criterios políticos del Presidente de la República. Un sometimiento de esta naturaleza no requiere de la orden expresa emanada desde Miraflores. Basta con la exposición pública del marco referencial del jefe, para que los subalternos capten la línea de conducta a seguir. Las actuaciones del Fiscal de hace unas tres semanas atrás, asi como la reciente decisión del Tribunal Supremo de acceder al amparo presentado por organizaciones de la sociedad civil para la suspensión de las elecciones, se componen de dos elementos estructurales. Un primer elemento, al cual denominaré componente formal, que consiste en la decisión pura y simple. Desde esta perspectiva, la intervención se circunscribe al marco jurídico de la norma legal, inobjetable para la opinión pública. La ciudadanía queda conforme y complacida porque las instituciones funcionan. Las autoridades supremas aprovechan la oportunidad para destacar el avance democrático alcanzado en esta fase del nuevo sistema político. Todos alaban las bondades de los cambios. Los medios se hacen eco de estos logros y, en conclusión, se alivian tensiones y se generan ilusiones por haber obtenido nuevos espacios reivindicativos para la sociedad nacional. Ese es el efecto que produce el componente formal. Lo formal es meramente lo aparente. Lo inmediato. Lo más simple para la crítica. No obstante, existe el otro elemento que está ubicado más allá de la apreciación efectista del colectivo. Es el componente oculto. Es lo implícito y lo intangible de la decisión. Es el ajustar a lo formal las conveniencias políticas. Es el mimetismo de las palabras y las justificaciones de las disonancias jurídicas. El componente oculto no se puede comprobar, solo se puede interpretar. Por eso es oculto. No queda signo alguno que permita su denuncia. No se divulga, ni se somete a consideración del máximo sujeto del poder. Aunque paradójico, lo oculto es lo real. Es intangible, pero es lo que verdaderamente mueve los hilos del poder. El amparo que se introdujo en el Tribunal Supremo sirvió de motivo para atenuar el fracaso del gobierno. Fue la excusa para disfrazar la incompetencia administrativa, gerencial y técnica del organismo electoral, dependiente directamente de Miraflores. Ese amparo nunca hubiera prosperado si el proceso no se complica técnicamente. Complicación que, dicho sea de paso, fue producto también de la ineptitud y del tremendo desorden que ocasionaron los funcionarios del partido de gobierno que manejan al organismo. Hasta hace apenas una horas, todavía se hacían cambios en las postulaciones. Violando toda disposición normativa, estos funcionarios ejercían su cuota de poder alterando a su antojo y para el beneficio de su partido, la base de datos. Hecho que afectó significativamente la alimentación de las tarjetas flash card. El recurso de amparo les calzó a la medida. La suspensión de las elecciones procedió porque era inevitable. Si los funcionarios hubieran demostrado que podían controlar sus mismas deficiencias, el amparo es ignorado.

Tampoco creo en la autoridad moral del Presidente. No me convence su alocución del jueves por la noche en donde quiso dar la imagen del ¨santo varón¨, quien ¨no tiene vela en ese entierro¨ creyente de la unidad nacional y de la amplitud democrática respetuosa de la independencia de los poderes públicos. Su manipulación comunicacional ha sembrado el odio en la colectividad. Producto de su discurso ofensivo, el cual ha calado en la población de menores recursos y de limitada capacidad de raciocinio, se ha generado la división social que alista al pueblo a la guerra. Un Presidente que alienta la destrucción de la comunidad no puede anotarse en la historia de los líderes de la República engrandecedores de la Patria. Por el contrario, su acción agresiva se revertirá para cobrarle en el corto plazo el costo de su inconsecuencia democrática, su deslealtad personal y su postura mesiánica para con todos las instituciones de la sociedad. Yo no creo en nada de lo que hace este gobierno. Su base de sustentación es el control absoluto, más que el trabajo de satisfacer las expectativas sociales y humanas del pueblo. Por eso no creo. La credibilidad es la fuente de inspiración para la práctica de la democracia. Y muy difícilmente el Presidente me podrá convencer a mi, como ciudadano de Venezuela, que si puedo creer en él y en el sistema político autoritario que quiere imponerle al país.

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