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Otras 4 anécdotas interesantes

1. En 1962, con Rómulo Betancourt en la presidencia de la Nación, y Luis Augusto Dubuc su Ministro del Interior, la esposa de Dubuc y sus dos hijas viajaron a Mérida, en un Cadillac con chofer de la flotilla oficial, para disfrutar en su ciudad natal del asueto de la semana santa. Ya en el páramo encendieron la calefacción del vehículo, y en ese trayecto carretero hicieron una parada “para estirar las piernas”. El conductor, la señora y su hija mayor salieron del vehículo, pero la hija menor optó por quedarse dentro, alegando que hacía mucho frío afuera y tenía sueño. Dejaron funcionando el motor y la calefacción durante ese breve receso, pero al retornar al vehículo hallaron a la hija menor fallecida. Descubrieron que una filtración de monóxido de carbono había inundado la cabina con la púber sola en el asiento trasero. Mi madre era amiga de la señora Dubuc, María Edilia Bottaro, compañeras de estudios desde la escuela primaria en Mérida, ambas becarias y graduadas en la primera promoción de la Escuela Nacional de Enfermeras del país, en 1940 *. Se enteró del accidente por la Radio y me pidió que la llevara al aeropuerto de La Carlota, dentro de la ciudad de Caracas, a donde serían trasladadas la señora Dubuc, su hija sobreviviente y la urna con los restos de la menor fallecida.

De inmediato fuimos en nuestro noble Borgward 57 -Made in Germany- a La Carlota, donde ya se encontraban Betancourt y Dubuc. A pesar de que en junio de 1960 Rómulo había sufrido un terrible atentado con un carro-bomba ** que explotó en la entrada al Paseo Los Próceres, a la derecha de la limousina que lo llevaba, junto al Ministro de la Defensa y el Jefe de su Casa Militar, al desfile militar conmemorando la batalla de Carabobo y el Día del Ejército (murieron el jefe de la CM y un joven que estaba cerca, caminando hacia el espacio donde ocurriría el desfile), mi madre y yo estacionamos al lado del vehículo presidencial, frente a la pista de La Carlota, sin que los encargados de la custodia oficial nos solicitaran siquiera identificarnos (en las antípodas de la exagerada parafernalia castrochavista, círculos de seguridad que por su exagerada redundancia hacen más evidente la falta de protección que azota a la mayoría de los venezolanos, en todo el territorio nacional). Observé el interior de la limousina, con dos pequeños asientos plegados contra el asiento delantero, y en el piso frente al asiento trasero unas ocho armas de fuego, largas, medianas y cortas (tomaban precauciones pero con la debida discreción). El avión procedente de Mérida aterrizó, colocaron el ataúd en una carroza fúnebre, y luego de algunos parcos saludos, los allí presentes salimos en nuestros respectivos vehículos hacia la residencia de la familia Dubuc (aún no se celebraba la mayoría de los velorios en salas funerarias, que gradualmente fueron colonizando esa tradición). 

Llegamos antes que la caravana presidencial y nos sentamos frente al féretro, su base y candelabros (en el espacio correspondiente al comedor, sus muebles seguramente guardados), mi madre al lado de su amiga, a quien ella llamaba Botarito, yo a la derecha de mi madre. Cuando llegó Betancourt, al pasar con Dubuc rumbo a la parte trasera de la vivienda, seguramente para conversar con comodidad, era muy reducido el espacio destinado al velatorio en sí, le entregó a Botarito una bolsa de papel marrón, de las que usaban en las panaderías, pidiéndole que se la mantuviera un rato. Mamá preguntó a su amiga ¿qué habrá allí adentro? y Botarito respondió “vamos a ver”. Al abrir la arrugada bolsa, apareció un revólver 38 cañón largo, que ipsofacto volvieron a meter en su peculiar escondite. Era obvio que Rómulo, luego de dos atentados (el primero en su exilio en Costa Rica, intentaron inyectarle veneno de cobra), no seguiría sin tomar alguna precaución, y llevaba consigo “su pan” por si acaso lo quisieran hacer pasar hambre sin tener algo de comestible de su parte. 

2. En varias ocasiones he cometido errores, malas decisiones, por confiarme exclusivamente en la simple deducción a partir de la información genérica sobre una institución, persona, evento, en lugar de antes de tomar una decisión, indagar a fondo para garantizar que no perjudique a terceros o a mí mismo. Eso me sucedió cuando cada una de mis dos hijas mayores culminaron su Primaria, y las inscribí en la Escuela Técnica Industrial, basado solamente en el Pensum de estudios y la preparación que de la combinación de teorías y prácticas en talleres derivaba, en contraste con el resultado del Bachillerato regular, cuyo título apenas servía como requisito para ingresar al nivel universitario, pero no calificaba en un oficio, electricidad, mecánica, construcción civil, que permitiera ingresar al mercado de trabajo (sin que ello impidiera proseguir estudios en carreras afines del tercer nivel). Considerando que la ETI le ofrecía una mejor opción a mis hijas, opté por inscribirlas allí, y descubrir que la realidad estaba en las antípodas de lo que yo había erróneamente deducido, no fue inmediato.

Además de que los primeros meses del año escolar no se aprovechaban debidamente, “organizar los  horarios” ocupaba un trimestre, durante el cual el ocio campeaba, la indisciplina reinaba entre los alumnos, provenientes en su mayoría de humildes barrios donde el orden y la autoridad se interpretaban de manera diferente. Las compañeras de sección de mi hija mayor solían escaparse a media mañana, para holgazanear en el cercano Centro Comercial ARCA, pero a pesar de su insistencia en integrarla a esa negativa actividad, ella siempre se negó (a nuestros 4 hijos les inculcamos los valores de puntualidad y cumplimiento de deberes, propios de nuestro entorno social, y yo las llevaba temprano y las buscaba a mediodía). En TV transmitían una novela en la que la actriz Marisela Berti hacía de monja, y en represalia por no ser parte de las escapadas matinales, a ella la llamaban como al personaje monacal (digamos “Sor Gertrudis”), por burlarse y molestarla. Terminada la telenovela, Marisela Berti también fue parte del elenco de la siguiente culebra televisiva, pero en esta le correspondió el papel de una cabaretera, por supuesto de vida nocturna y disipada. Las frustradas compañeras de sección de mi hija mayor, entonces se dedicaron a sugerirle una metamorfosis similar a la de la actriz, que dejara de comportarse como la monja, y comenzara a emular a la mujer de cabaret, a la escala de las escapadas al cercano centro comercial. Nunca lograron ese objetivo.

3. La disciplina grupal no sólo varía de un grupo socio-económico a otro, también hay diferencias notorias entre países, y son evidentes cuando comparamos la dinámica regular de la sociedad en un país del primer mundo, con esa mezcla de flexibilidad y desorden que impera en los países subdesarrollados. Ya con 7 meses en Europa, en la vacación de Easter (semana santa) de 1969, recorrí Bélgica, Alemania y Holanda, y en el país teutón me sucedió que en una intersección de dos amplias avenidas, de 6 canales cada una, con mis hábitos venezolanos aún frescos, miré a ambos lados de la avenida que quería atravesar, y como no venía ningún vehículo, en ninguno de los sentidos, decidí continuar, aunque la luz del semáforo estaba en rojo. Un policía me detuvo y sin necesidad de explicarme el procedimiento (yo tampoco le habría entendido, el idioma alemán es muy difícil, y en ese momento yo no sabía ni dar el gutten morgen), sacó una libreta y me elaboró una boleta por la infracción de la luz roja, y tuve que pagarle el equivalente en marcos a poco más de un dólar (a Bs 4.30 entonces), sin reclamo ni pataleo. Es imprescindible señalar que ¡ yo andaba caminando, turista tercermundista, peatón, y boleteado !.

4. Lo tropical y rochelero de nuestra idiosincrasia puedo mostrarlo en otro episodio. En 1971, aunque ya las acciones violentas de las vergonzosas guerrillas organizadas en Venezuela para complacer y emular al zángano criminal Fidel Castro, habían sido reducidas a su mínima expresión, ocasionalmente ocurrían epilépticas acciones, de los rezagados que se negaban a reconocer su total derrota, y se mantenían los controles de carretera, aeropuertos, sedes de gobierno, para impedir que los patéticos lacayos de la falsa revolución cubana pudieran hacer daño a la ciudadanía, que mayoritariamente los repudió en los años 60.

A finales de 1976 nos mudaron a la nueva sede del Pedagógico de Barquisimeto, en amplio terreno frente al aeropuerto. En la vieja sede, al final de la Av. Vargas, vecina de la ETI y el Hospital AMP, sólo quedaron los departamentos de Rama Técnica y Educación Física (que también se fue al oeste, una vez terminados sus Gimnasios en la nueva instalación). Pero a fines del 71 todos funcionábamos en la vieja sede, y yo solía almorzar en un restaurant a menos de 150 metros, a la entrada de La Concordia, a donde por supuesto iba a pie. Un mediodía, al salir del IPB, me abordaron dos muchachos que ofrecían en venta algo que estaba en un saco. Al abrirlo con cuidado, me mostraron una Pereza, por la cual, luego de regatear pagué Bs 50 (no comprarla implicaba dejar al azar la suerte de ese animal, que pudo caer en manos de malas personas que pudieran maltratarla. Meses antes yo había comprado en un viaje a Caracas, en el trayecto de Los Teques, una ardilla, la cual al día siguiente llevé a la Plaza Bolívar de la capital, donde había muchas y seguramente sería bien cuidada y conseguiría compañía adecuada).

Entonces yo alquilaba una habitación, en la casa de una señora colombiana, en la carrera 23, y tenía dos camas de metal tipo sándwich (la segunda la adquirí para mi madre, para sus ocasionales visitas, cuando yo residía en un apartamento a 2 cuadras de mi nueva ubicación, pagaba la mitad de la renta, pero tuve que irme por incompatibilidad con el modus vivendi del colega que alquiló originalmente esa vivienda). Con un mecate suave le hice un arnés a la pereza, y la até a la cama en desuso, con libertad de moverse alrededor y dentro de ese árbol metálico, con agua y alimento, a prudente distancia de mi cama. Así pasamos dos días, hasta que decidí hacer mi frecuente viaje a Caracas en avión, para ahorrar tiempo y posibles molestias a mi circunstancial compañera (los pasajes a Maiquetía costaban Bs 58 en avión de hélice, y Bs 62 en avión de turbina).

Conseguí una caja usada de aproximadamente 60x50x30 cmts, logo de jabón ACE, y acomodé adentro a mi pereza, cerrando la caja con el amarre propio de las hallacas, y las tapas entrecruzadas arriba. Ese era mi equipaje de mano. Cuando llamaron a abordar el vuelo a Maiquetía, a la salida del salón de espera estaba un funcionario de la DISIP encargado de revisar a los pasajeros y sus maletines (en busca de armas o explosivos), y al llegar mi turno el policía, luego de cachearme el cuerpo, me dijo que abriera la caja, y yo le describí el contenido y le indiqué el peligro de una herida por mordida a garra, de la pereza seguramente disgustada por su encierro de cartón. El Disip me hizo una resonancia magnética visual y express, concluyó que yo era sincero e inofensivo, y me ordenó abordar el avión, con mi singular y tranquila compañera de viaje, que no produjo ninguna molestia durante el vuelo. Mi intención era llevarla al Parque zoológico de El Pinar, en Caracas, pero antes visité a una familia amiga a fin de que conocieran a la pereza guara, y por un rato la saqué de la caja y la amarré a la cerca de alfajol que separaba esa casa de una enorme parcela colindante con la Cota 905 de una familia de certificada alcurnia, genuino abolengo. No sé si hice mal el amarre al alfajol, o la pereza logró aflojarlo, pero desapareció y supongo que se dirigió a aquella gran propiedad, con abundancia de plantas, árboles y un ambiente muy apropiado para un ejemplar tan calmado (y presumo que sus nuevos anfitriones la adoptaron y atendieron con esmero y amabilidad, una deducción en la que espero no haberme equivocado).  

*http://www.analitica.com/opinion/mama-cumple-cien-anos/

http://edgardjenblancoynegro.blogspot.com/2019/08/mama-cumple-cien-anos.html  

**http://www.analitica.com/opinion/el-atentado-contra-betancourt-y-sus-ramificaciones/ 

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