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Padre nuestro que estás en el Vaticano

Alfredo Maldonado

 

Para muchos la varias veces expresada posición pública del Papa Francisco respecto a la situación venezolana, suena a pacata, decepcionante, incluso cómplice. En realidad hay dos posiciones diferentes y un puente traductor, comunicador y enlazador.

Una de las posiciones es la del Papa argentino, quien nunca ha negado sus aficiones peronistas y cierto criterio parroquial de manejar las cosas, y no le es fácil dejar de sentir que el chavismo, aunque reconozca que es un fracaso, le gustaría que no hubiese sido así. La otra posición pública es la del obispado venezolano, claramente opuesto al madurismo incluso con más persistencia y claridad descarnada que la oposición que desde años atrás viene haciendo al chavismo. ¿O no se acuerdan de la arrechera que el fenecido teniente coronel y Presidente castrista le tuvo al Cardenal y Arzobispo de Caracas que, si no recuerdo mal, tenía Velasco por apellido? ¿Y también al sucesor, el Cardenal Baltazar Porras, el madurismo, furia compartida por el madurismo?

La Conferencia Episcopal Venezolana, organismo que agrupa a los obispos del país, ha sido adalid frontal contra el castrochavismo, sus abusos y errores sin nunca dar su santidad a torcer,  y ha mantenido esa posición duramente crítica y opositora tanto durante lapsos azarosos como las masivas protestas en las calles de 2014 y 2017 como a lo largo del ya largo desgajamiento madurismo plagado del pecado capital de la soberbia y del sacrilegio político de la ceguera de actuación y la perseverancia en los errores. Esa posición no sólo no ha cambiado, se ha profundizado.

El que llamamos aquí “puente traductor” entre ambos aspectos no favorece en nada a un Gobierno que ha sido permanentemente torpe y muy ignorante en política exterior en general, y en relaciones religiosas en particular. Ese puente está basado esencialmente en dos figuras principalísimas en el Vaticano. El tercero en la línea de mando, el que podríamos llamar subsecretario de Estado, es el obispo venezolano Monseñor Edgar Peña Parra. El jefe de la poderosa y siempre eficiente orden jesuita con sede en el Vaticano, y a la cual coincidentemente pertenece el obispo Bergoglio y ahora Papa Francisco, es un experimentado, prestigioso y hasta popular venezolano, hijo de rico que tuvo los timbales de jurar los votos de obediencia, pobreza y castidad, el padre Arturo Sosa S.J. Y otras sotanas con bigotes, coraje y talento.

Aceptemos que el Papa argentino y fanático del San Lorenzo, puede tener sus propias blanduras y agrados, y su peculiar estilo casi llorón al hablar. Y que la Conferencia Episcopal se presenta como más firme, sólida y contundente. Y que después de la ida de Monseñor Parolini, la Nunciatura Apostólica (embajada del estado vaticano) casi ni se oye. Pero al mismo tiempo debemos estar claros en que no importa cuántos aspectos puedan presentarse en la cúpula y picos de la organización que dirige a miles de millones de católicos, el pensamiento, como el Credo y el Padre Nuestro, es el mismo, es único, no se divide. Usted puede decir, murmurar, susurrar, meditar, gritar, cantar el Credo, pero el acto de fe es el mismo. Se cree o no se cree, así son las cosas en la católica y en cualquier otra Iglesia –a pesar del show patético reciente de un puñado de evangélicos y un pastor alrededor de un Maduro a quien la falsedad religiosa le brotaba de todos los poros y de la abiertamente teatral caída de cabeza, antes de la moderada en forma y profunda en fondo del máximo dirigente evangélico, pastor Samuel Olson.

Con su mismo estilillo quejumbroso el Papa confesó que si, que había recibido una carta de Nicolás Maduro pero no la había leído, “veremos qué se puede hacer”, pero no se ha dado por enterado ni de peticiones públicas de ayuda que le ha hecho Nicolás Maduro a través de la televisión, ni de presuntas solicitudes de una audiencia personal en la bota italiana para finales del año pasado. Que son silencios para decir lo mismo: que creen en el Padre Nuestro pero no en el credo ni las plegarias de Nicolás Maduro.

Con la Iglesia y el Vaticano hay que leer siempre las dos caras de la hojita parroquial. Porque una cosa es el mensaje universal, que a usted y a mi puede gustarnos o no, pero llega por igual a la Casa Blanca en Washington que a la prensa vietnamita, a la ciudad prohibida en Pekín y a la Torre de Londres, a la Moncloa en Madrid que a la casa presidencial en México. Y otra el mensaje preciso, concreto, sin concesiones, que corresponde a los obispos y párrocos de cada país en cada localidad. Urbi et orbi pero al revés.

Y de eso, camaradas, los jesuitas saben mucho.

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