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Padrino político

Sí, ya sé, el título se presta a equívocos porque existen los padres políticos y los hermanos políticos, pero no los padrinos políticos. Lo que pasa es que no me estoy refiriendo a la persona que uno escoge para que, vía pila de bautismo, si uno llega a faltar, se encargue del chamito recién cristianizado. Me refiero a quien se adorna con cuatro soles y que tan mal está dejando a las Fuerzas Armadas; un organismo al cual debiera, más bien —mirando lejos hacia el futuro—, proteger en toda circunstancia, administrar honradamente, dirigir con acierto y guiar por el camino de la institucionalidad. Pero que, por el contrario, por órdenes suyas originadas en el expediente político y la conveniencia crematística, las está llevando al partidarismo más nefasto. Pero enmascarando sus acciones con un disfraz de patriotismo que no le alcanza para ocultar su claudicación ante una teoría política importada, impuesta por Fidel Castro. Ya son bastante dicientes la foto de él, babeándose ante el valetudinario cubano; el cuadrito en su despacho, que pudimos ver recientemente por las redes sociales; y su perfil de Twitter, donde confiesa que ha sido “convencido a seguir construyendo la patria socialista” (la preposición escogida lo delató: no dice “convencido EN” sino “A”). Pero, como si le faltara a la torta puesta, ¡ahora la adornó con una guinda más! Quiso enmendarle la plana a Henry Ramos Allup —quien en una magnifica disertación ad lib hizo admoniciones a más de uno, incluyendo al estamento armado— y lo que logró fue echar la burra pa’l monte.

Mi mamá me explicó hace muchos años que “uno es dueño de la palabra que calla y esclavo de la que pronuncia”. Y eso fue lo que le pasó a Padrino. En una cadena de tuits que mandó recientemente quiere convencernos de que lo afirmado por HRA es incorrecto, y que está bien que los militares se politicen. No que puedan emitir sufragios, ni que en lo interno tengan opiniones políticas; no, sino que —como lo han hecho él y los demás miembros del Alto Mando— tome banderías partidistas. Para apoyarse, dijo que Aristóteles definió al hombre como un “zoon politikón”; que es alguien, por tanto, que debe actuar políticamente. Ese adorno seudofilosófico, en vez de apoyar su criterio, lo que hace es dejarlo al desnudo en su superficialidad metafísica. Porque, según la mayoría de los maestros de la especialidad, —Julián Marías y García Morentes, por ejemplo— al definir el Estagirita al hombre como un “animal político”, lo que señalaba era que le gustaba vivir en ciudades; que necesitaba relacionarse socialmente y, por tanto, buscaba la polis, porque era en ellas donde el ciudadano lograba el objetivo del bienestar; no que tenía que inscribirse en el PUS.

Es más, en su “Ética”, que no es sino el prolegómeno de su libro “Política”, dice lo contrario de lo que preconiza Padrino. Es allí donde explica que “la democracia es preferible a la oligarquía porque es más estable y sus juicios tienden a ser más atinados dado que los individuos, al actuar en grupo, tienen mejor juicio que unos pocos”. O sea, que lo que produzca la Asamblea Nacional debe ser más sabio que lo que sale de cuatro intelectualoides izquierdosos que alimentan a Platanote con sofismas. Y dice más el macedonio: que la sociedad “comunista”, en la cual abundan los guardianes —muy similar a la que nos ha tocado sufrir estos 17 años— que pinta Platón en “La República”, a lo que lleva es a los disturbios sociales, al debilitamiento de la propiedad privada y a la socavación de la amistad “que son las mayores salvaguardas contra la revolución”. Total, que Padrino debiera pensarlo dos veces antes de citar a la ligera a los pensadores clásicos.

Tiene toda la razón del mundo HRA cuando afirma que las FFAA no son bolivarianas. Porque “la mejor Constitución del mundo” las designa como “nacionales”. Yo, por ejemplo, más de una vez le he dicho a miembros de la Guardia Nacional que la mía era mejor, porque era “de Venezuela”, y la de ellos no pasa de ser “bolivariana”. Palabra que es un retintín fastidioso e indigesto; casi todo en el país lleva ese adjetivo, desde la cooperativa de cargadores de maletas del aeropuerto de Carúpano hasta el grupo de mototaxistas de Paraguaipoa. Y digo “casi todo” porque un tolete también muy grande de instalaciones deprimentes, como la estación de policía de Seboruco y el ambulatorio de Carimamparú, llevan el nombre del inmortal que falleció.

¡Ah, cómo me gustó cuando HRA dijo que un militar armado no debe discutir de política con un civil inerme! Porque eso mismo fue lo que dije yo en un escrito de 1992, a pocos días del 4-F. Y está mal que uno se cite a sí mismo, pero no aguanto las ganas: “Si las Fuerzas Armadas entraran en el terreno de la política, se quebrantaría su unidad, porque la controversia entraría en sus filas. Por eso el mantenerlas apartadas de la deliberación pública no es un capricho de la Constitución, sino una necesidad de su función. Porque si empiezan a deliberar, lo hacen armadas y si alguien dispone, para resolver una discusión, cuando ya carezca de argumentos o pierda la paciencia, de un fusil, una ametralladora, una compañía de paracaidistas, o un batallón de tanques, llegará hasta el extremo y no buscará el entendimiento, sino el aplastamiento de las ideas que le sean contrarias”.

¡Coja luces, VPL!

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