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Pandemia: ¿tiempo de aprendizaje o de ocio inducido?

De la vida mucho se ha especulado. Tanto, que hay quienes se engañan al momento de tomar una dirección confundiéndola con otra. Es decir, equivocan el rumbo de las decisiones presumiendo que el tiempo no tiene más efecto que el gastado en la decisión tomada. Así se atreven a pensar lo fácil que puede ser volver al punto dejado atrás. O sea, revertir el rumbo.

Asimismo, de la vida mucho se ha abusado. Tanto, que para muchos cada exceso cometido pareciera no contar en el tiempo. Así, concluyen que “nada ha ocurrido”. Cuando lejos de lo consumado, las realidades cambian no sólo de forma. También de fondo. Es la expresión fehaciente de la Ley del Caos aplicada en un espacio y tiempo de constreñida condición. 

Es como el reflejo del individuo asediado por crueldades impuestas por realidades incriminatorias. Es cuando llega a suponer verdades transformadas por la atrevida injerencia de falsedades. Es ahí cuando este individuo admite la vileza de “no tener tiempo para nada”. Ni siquiera para formularse alguna pregunta sobre lo que acucian las realidades más inmediatas o mediatas. A pesar de ser realidades asediadas por la incertidumbre o por la intimidación propia de momentos difíciles.

Las anteriores consideraciones valen para fundamentar posturas de vida que han podido extraviarse en los intríngulis que surgieron del contexto de una crisis que, como nunca, ha hecho surco en la vida humana. Para su ventura o su desventura. Su dicha o desdicha.

Con base en tan preocupante consideración convertida en problema de mayúsculo acarreo, la presente disertación busca preguntarse ¿hasta dónde habrán llegado las consecuencias de esta pandemia toda vez que tiene azorado y apesadumbrado al mundo en su casi totalidad? 

¿Acaso esta pandemia habrá servido de aprendizaje con el poder suficiente para otear nuevos y mejores enfoques de vida? Y así ser tomados ¿como referentes de rápida conversión? ¿O tan crudo tiempo de pandemia habrá terminado siendo un mero justificativo para haber actuado desde la postura de un ocio inducido?

Posiblemente, haya razones para argumentar cualquiera de dichas hipótesis. Sin embargo, vale comenzar por apostar a la primera tesis. En buena medida soportada en el optimismo y la esperanza de optimizar el mundo. De reconocer que el mundo se halla a pocos pasos de cambiar su talante ya bastante agobiado por las intemperancias de sociedades saturadas de conflictos, vacíos y desavenencias de todo calibre.

Valdrá pensar que esta pandemia habrá brindado oportunidades para motivar reflexiones dirigidas a un provechoso proceso enseñanza-aprendizaje. Por ejemplo, a concienciar un nuevo mundo del cual han de esperarse actitudes políticas, culturales y económicas que bien surgirán con la fuerza necesaria para borrar paradigmas que sólo indujeron deformidades en la convivencia, en los valores, en las libertades, deberes y derechos. Y hasta en la forma de contravenir las conspiraciones  de la incertidumbre. 

Es como sumar momentos en que habrá sido posible reconocerse en términos de las debilidades tanto como de fortalezas que dignifican al ser humano en su contextura espiritual y emocional. Y aunque no será un aprendizaje de fácil asimilación, la susodicha pandemia habrá sido oportunidad para adentrarse a imaginarios cargados del ímpetu capaz de provocar la conciliación entre razones y reacciones. De animar la concordancia necesaria que -muchas veces- actúa como balanza para nivelar el peso de responsabilidades que comprometen el devenir humano ante las vicisitudes del entorno.

Del otro lado que configura el dilema acá analizado, dilema éste que se da entre erguirse y abatirse a consecuencia del azote proferido por la pandemia. Por tanto, igual vale la respuesta de quien, en su desesperación, se habrá visto confinado o conculcado sin más afectación o beneficio que el brindado por la secuela de un ocio inducido.

Por consiguiente, es propio considerar quiénes habrán sido zarandeados por efectos nada favorables o alentadores causados por la impugnada pandemia. Por ejemplo, sería el caso de quienes se sintieron flagelados por las condiciones que impuso un encerramiento radical que poco permitió actuar con libertad propia. O con dificultades para generar recursos económicos acordes con las exigencias de vida. O porque no logró ajustar sus necesidades a las carencias y ausencias motivadas por las crisis colaterales. O porque habrá vivido la fractura de su familia, o la soledad en su concepto más inhumano.

O porque habrá visto reducida su capacidad de producción personal, laboral o profesional. O porque las limitaciones de los servicios públicos, se prestaron para confabular en contra de requerimientos que siguen ciertos estándares de vida relacionados con el costumbrismo o la identidad social conquistada por la antonomasia de una vida alcanzada al amparo de productivas tecnologías de información, comunicación o complementarias. O porque se habrá visto impedido de vivir la política en su acepción más notable. Es decir, aquella en la cual el libre ejercicio de dudas, ideas, opiniones o de cuotas de participación o de aporte en algo constructivo, prevalece sobre toda contingencia. De manera que esa persona se habrá visto arrastrada a un hoyo abierto por un sistema coercitivo denigrante, brutal y represivo. 

Queda pues al lector inferir si acaso es posible pensar si fue la pandemia: ¿tiempo de aprendizaje o de ocio inducido?

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