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Para entender la llamada Guerra Civil Islámica

El islamismo es una religión misionera que pauta la predicación y la persuasión, y desaprueba la coacción como medio para la conversión de los infieles, “motivo por el cual la historia de la expansión del Islam tiene realmente mucho más de historia misional que de historia de violencia o de persecuciones”, aunque no las excluye, añadiríamos nosotros.

Mahoma, el profeta y gobernante, luego de su entrada triunfante a la Meca regresó a Medina “donde continuó infatigablemente la obra propagandística, profundizó la definición de su doctrina y se ocupó de la organización de la comunidad de los fieles (…) Concentró su esfuerzo para eliminar el particularismo tribal y aproximar mutuamente a los beduinos y los sedentarios, en nombre de la unidad de la nación, y sobre todo de la religión.”

La muerte de Mahoma en el 632 D.C. supuso una grave crisis para el Islam y para la gobernabilidad de la teocracia que el Profeta había instaurado en Medina. De acuerdo con los estudiosos de este período del Islam: “Se suele afirmar que ello fue debido al hecho de que el profeta no tenía ningún hijo vivo al momento de su muerte, y a que dejó sin establecer quién habría de sucederle en la comunidad, y, en consecuencia, al mando del ejército. Pero surgió la crisis en el sentido de que no existía nadie con las mismas dotes carismáticas que él, lo cual resultaba incluso más peligroso para el futuro del Islam.”

En esta caótica situación, el asunto del mando se resolvió a favor de Abu Bakar; en su carácter de sucesor del Profeta fue reconocido como Califa, título con el que había de ser distinguido, por más de seis siglos, el líder de la comunidad islámica. Posteriormente, el Califato fue ejercido por Umar y por Uthmar, quienes ya menos preocupados por la unificación de Arabia, alcanzada por Bakar, se propusieron entender la extensión del territorio islámico – Dar – al – Islam – mediante la incorporación de vastos y ricos territorios correspondientes a Siria, Egipto y Mesopotamia, consagrando la expansión espiritual del Islam, mediante la utilización de las armas, para hacer posible la guerra santa, la jihad islámica, es decir, el esfuerzo en el camino de Dios.

A la muerte de Uthmar, el Califato de Medina le fue encomendado a Omán, familiar de Mahoma – primo y yerno según los cronistas – un discreto y poco calificado miembro de la tribu omanita que, en la práctica, entregó la conducción del gobierno a su yerno Alí y a los miembros más religiosos de la comunidad, quienes querían regresar a los viejos tiempos del Profeta. Inevitable, la crisis entre el carácter mundano y religioso del Califato de Omán, y la de sus ortodoxos seguidores, estalló, Omán fue asesinado y se procedió a nombrar a Alí como su sucesor en Medina. Sin embargo, Mu’awiya, hermano de Omán, a la sazón Gobernador de Damasco, se opuso a esta designación, y luego de un lustro de cruentos enfrentamientos, luego del asesinato de Alí, en Irak, se consolidó como el Líder indiscutible del Estado Islámico, que trasladó ahora su sede de Medina a Damasco, en el territorio de los omeyas.

Además de esta escisión política y de este cambo de asiento geográfico del califato, el asesinato del Califa Ali introdujo, en el mundo islámico, la ya tradicional separación entre sunitas y chiitas, entre suníes y chiíes: los primeros, los sunitas, consideraban que la sucesión de Mahoma debía hacerse tomando en cuenta las capacidades personales del califa, en abierta contradicción con los segundos, los chiitas, quienes sostenían la necesidad de que el líder del Estado islámico mantuviese lazos de sangre con el Profeta a través de Alí.

Esta ancestral rivalidad islámica se mantiene viva en una cruenta e injustificada guerra fraticida que tiene en vilo tanto al mundo islámico como a los países de la llamada Civilización Occidental.

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