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Patriotismo de la Constitución y de la Guerra

En horas de la mañana, la Asamblea Nacional recibió el informe de la Fiscal y del Contralor generales de la República. Por supuesto, los palcos estuvieron poblados de los partidarios del régimen y de los empleados  que, a veces, callados, no suelen coincidir en la devoción sectaria, comenzando por el pique movilizado en la esquina de San Francisco.

La tediosa exposición de los altos funcionarios, seguros de la ausencia de un debate inmediato, nos llevó a más allá del mediodía. Luego, se convocó para las cuatro de la tarde y, como pasadas las seis, se apersonó Nicolás Maduro en la cámara con todas las incomodidades que acarrean las medidas de seguridad.

Para la noche, quedó pendiente la solicitud de algunos créditos adicionales y, avanzando la noche, el oficialismo propuso aprobar en primera discusión el proyecto de habilitación y proseguir al día siguiente, pero la oposición insistió que ella no debía ser automática, sin deliberación alguna y, por lo menos, un orador de cada lado permitiría después desarrollar extensamente el tema.  No hubo acuerdo y, a pesar de la pérdida inmediata del hecho noticioso, favorecida la versión presidencial, cumplimos con la discusión en un ambiente igualmente hostil.

Intervinimos cinco oradores por la oposición y seis por el gobierno, aventajados por una dirección de debates que no guardó siquiera las formas. Asumimos una postura firme, serena, tan patriótica como el que más.

Por lo que respecta al suscrito, irritándoles que tratásemos a Maduro de «señor» y «solicitante» de la habilitación,  presionados por el tiempo disponible, brevísimo, desarrollamos algunas ideas básicas: existe una legislación ordinaria si la situación fuese tan grave como asegura el gobierno, invocando la unidad nacional. Están sendas leyes como la Orgánica de Seguridad de la Nación y la Orgánica Sobre Estados de Excepción que hacen innecesaria una incomprensible habilitación presidencial.

Además,  se ha debido convocar antes el Consejo de Defensa de la Nación y, como consecuencia de sus apreciaciones, informar a la Asamblea Nacional. La aludida unidad parte de la integración de una representación parlamentaria de la oposición al Consejo que, por cierto, entendiéndolo en  el marco de una estrategia propagandística, al día siguiente se reunió y concursó en una rueda de prensa encabezada por el vicepresidente de la República.

Las motivaciones y el articulado de la petición habilitante, no concreta las materias para una legislación presidencial que, valga acotar, traduce la desconfianza en las capacidades de la bancada oficialista de la Asamblea Nacional forzada a delegar. Ya hay sobrada experiencia en esa delegación, pues, recientemente, so pretexto del combate contra la corrupción, sin impedir el escandaloso incremento que ha generado las sanciones estadounidenses a altos funcionarios venezolanos, permitió al Ejecutivo Nacional regular las más disímiles y contradictorias materias, por lo que una nueva oportunidad puede desembocar en una producción similar intentando hasta normar el vuelo de los zancudos en un país achikunguyado.

Apenas, el ponente enunció la intención de una normativa dirigida a los quinta-columnistas, aunque inicialmente – presumimos – elevará de rango la tristemente célebre Resolución 008610. Huelga comentar que, creyéndose exclusivos portadores del patriotismo, el resto de los venezolanos estaremos bajo sospecha de traidores a la patria.

Quisimos, apremiados por el tiempo reglamentario, frecuentemente generoso para el oficialismo, profundizar en la relación de los hechos planteados con una declaratoria del Estado de Excepción que obligaría al presidente de la República a un posterior trámite parlamentario. Ratificada la voluntad de celebrar los comicios para la Asamblea Nacional en 2015, preguntándonos si el Sr. Maduro dudó de ellos, sobre todo si el Sr. Samper, vocero oficioso, los dijo para septiembre, y  ya que invocó algunas circunstancias históricas, nos remitimos al invento de una invasión castrista por Juan Vicente Gómez en 1913, permitiéndole suspender las elecciones presidenciales de entonces y dictar severas medidas a objeto de darle continuidad a su régimen: ¿quién puede asegurar que habrá elecciones e instalación de la venidera Asamblea Nacional el 5 de enero de 2016, so pretexto de la imposición de un Estado de Excepción?

Quedaron en el tintero otras observaciones, como la del afán anti-imperialista de un régimen que solamente adquiere sentido en el relato del proceso del proceso cubano de comienzos de la década de los sesenta del XX, sin que sus relaciones con China o Rusia soporten el menor análisis a la luz del propio Lenin y su conocida obra «El imperialismo, etapa ….». O esa extraordinaria distinción de Habermas en torno al patriotismo de la Constitución y el de la guerra.

El patriotismo de la Constitución se explica por la defensa de principios y valores necesarios de desarrollar, profundamente arraigados y compartidos, frente al patriotismo de la guerra que la confía como instrumento de salvación, deslizándose hacia un chauvinismo utilitario. Al respecto, vale citar, por una parte, el papel del enemigo común para intentar la aglutinación de las voluntades necesarias y castigar todo indicio de disidencia, sugerido por Juan Carlos Rey; y, por la otra, la novedad de las guerras que, lejos de entablarse por la vía electrónica emblematizando una diferente generación, sucumbe bajo el peso de las mafías que la celebran como una renovación de sus negocios, provocando otros particularismo, de acuerdo a Mary Kaldor.

Concluimos nuestra intervención, forzados por la dirección de debates, en medio de la soledad del hemiciclo. Simultáneamente, debido a las altas horas de la noche, en el otro hemiciclo, sirvieron refrigerios que naturalmente suscitó la atención de los parlamentarios, aunque las cámaras de ANTV privilegiaron el vacío de la bancada opositora y, además, nos quedamos sin comer.

@LuisBarraganJ

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