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¿Pobreza poética?

«No es que vamos a sacar a la gente de la pobreza para llevarla a la clase media, para que después aspiren a ser escuálidos«: por desoladora, difícil será olvidar larevelaciónde quien fuese-triste ironía-Ministro de Educación, Héctor Rodríguez. Lo que entonces lució como el rústico gazapo de un político sin maña, no lo era tanto si consideramos que desde el punto de vista ideológico enlazaba cabalmente con la respuesta que según Guaicaipuro Lameda, le ofrecía en 2002 el propio Ministro de Administración y Finanzas, Jorge Giordani. Al refutar a Lameda por lo que ponderó como grave desconocimiento de la naturaleza de la Revolución, Giordani le aclaróasí susdudas: “El piso político nos lo da la gente pobre: ellos votan por nosotros (…) Los pobres tendrán que seguir siendo pobres; los necesitamos así hasta que logremos la transformación cultural. Entretanto, hay que mantenerlos pobresy con esperanza».

El poético “Culto a la pobreza”resultó ser el más prácticodispositivo de supervivencia de un Socialismo del S.XXI que ha promovido, amén de la visión igualitaria y colectivista, (como en otros casos de Neopopulismo impuesto por élites revolucionarias que aspiran a entronizarse en el Poder) la hostilidad respecto a la propiedad privada y la libre iniciativa.“La izquierda ama tanto a los pobres que siempre que sube al poder, aumenta su número”, sugiere el periodista Indro Montanelli. Es que sin pobres, tal como el mismo Giordani admitía, la salud de la revolución estaría en grave compromiso. Y para justificarlo, no ha habido reparos en abusar de la retórica del patrioterismo y el chantaje emocional: basta recordar las declaraciones del ministro para el Ecosocialismo, Hábitat y Vivienda, Ricardo Molina, quien ante la falta de champú (atribuida, claro está, a la guerra económica) señalaba en épico gesto: “Si por la revolución tenemos que dejar de lavarnos el pelo, lo haremos”.Discurso que en el estilo del desconcertante“¿Quieren Patria o papel toilette?” de Jaua, procura reducir la necesidad básica al terreno de la irrelevancia. En tal contexto, ser pobre, no disponer de lo esencial, no importa, pues hay un “valor supremo”-abstracto y vaporoso, también- que bien vale sacrificios inimaginables.

Desde el Ejecutivo hacia abajo todos hacen gala de la misma retórica hueca. No hay creatividad, no hay pensamiento. El juego del lenguaje se convierte en un recetario de dogmas”, sentencia el profesor Marcelino Bisbal. A primera vista, toda esta repetitiva, incontroladadiscursiva, algo rústicasi la comparamos con la de Chávez (aunque no menos efectista en su intención) podría lucir ingenua, incluso risible. La realidad es otra: su poderosa carga semántica retozó con disfraz de oveja para validar, consciente e inconscientemente entreseguidores, excusas para las peores distorsiones. Sin embargo, el contexto en el que ha sido empleada hasta ahora ha ido cambiando de manera sustantiva: la Venezuela de Chávez no es la de 2014. Incluso, ni siquiera el país que teníamos en febrero se parece al definales de este año. En condiciones de relativa comodidad en la capacidad de maniobra, hablar de abstracciones como el “sacrificio por la revolución” no es lo mismo que hacerlo en medio de una crisis profunda, evidenciada en losniveles de deterioro severo depercepción de la situación país,o en el rechazo a la gestión de Gobierno (81%, según Datanálisis; 45% de rechazo en caso de oficialistas). Datanálisis también revela que dentro del grupo de afectos al chavismo, sólo 20% valora el actual modelo económico como “bueno” y 5,6% como “muy bueno”; ni el aumento en el gasto público (84% en último año, según Oficina Nacional del Tesoro) ha logrado frenar la caída de 20 puntos en la popularidad de Maduro. Así, las elecciones recientes del PSUV desnudan una realidad acuciante: aun cuando el primer vicepresidente del partido, Diosdado Cabello, aseguró que el acto “batió los records de participación”, la soledad en los centros de votación contaba a gritos otra historia. Según indicaba la diputada Delsa Solórzano, la abstención ese domingo rondó el94%.

Así que ese “piso político” de pobres y esperanzados, antes tan devoto y dispuesto a ser espoleado por la imperiosa defensa de la revolución, hoy no parece acompañar tan ciegamente la inflamada –y cada vez más vacua- retórica oficial. Ciertamente, las encuestas aún hablan de apoyos por parte de los sectores D y E, pero distan mucho de los fervorosos espaldarazos que antes (cuando no mermaban la harina, la leche, el jabón oel papel toilette, por ejemplo) recibía el Gobierno.A merced de la visible escasez, la inflación encabritada, la inseguridad, violencia, corrupción y ausencia de resultados, ahora ser pobre no resulta tan poético, ni la robusta promesa de “Patria” logra mitigar el hambre ni eldesasosiego.

Al final, el resbaladizo empeño en evitar que los pobres aspiren a ser “escuálidos” de la clase media, será uno de los peores desatinos que tendrá que pagar esta revolución.

 

@mibelis

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