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¿Podrá recuperarse la Ciudadanía?

Antonio José Monagas

Reconstruir cualquier realidad social política o económica, abatida por la violencia generada con la impunidad que motiva una severa crisis de tipo orgánico o físico, no es tarea sencilla. Asimismo, luce el hecho de recomponer lo afectado por condiciones ajenas al impulso primigenio. De esta forma cabe decir que rehacer una sociedad estropeada por decisiones que equivocaron el sentido y magnitud de medidas adoptadas, constituye un proceso de profunda concienciación. Pero también, de cuidadosa inserción en el entramado social y en el aparato político funcional. Requiere de un tacto tan sensible como las posibilidades y oportunidades lo permitan. Y aún no permitiéndolo, el tino en la acción debe ser de progresiva aplicación y variación.

Así que hablar de reconstruir una nación traumatizada por los miedos, la acechanza de la inseguridad y por la amenaza de causas infundidas por el hambre, enfermedades y el desempleo, o sea, por la pobreza en su más cruda acepción, es un acto de franca temeridad.

Sin embargo, al tratarse del caso Venezuela, a decir del grado de descomposición que en los planos social, económico y político ha alcanzado, el problema es doblemente intenso en virtud de las exigencias que deben acompañar tan oneroso proceso. Más, porque en principio se hace obligatorio atender y entender lo que al interior del concepto y del ejercicio de ciudadanía debe darse.

Sobre todo, luego de advertir que el desarreglo que la insuficiencia o ausencia de ciudadanía vive Venezuela, es consecuencia de avatares relacionados con prácticas políticas erradas. Asimismo, de procesos políticos que conspiraron para derruir la institucionalidad que depara la educación como filosofía de vida. Para avivar una suerte de mecanismos culturales que devinieron en la degradación de valores morales de cuya esencia irrumpió el denominado “colectivismo” afincado en los conceptos desvirtuados de “pueblo”, “democracia”, “libertad”, “derechos humanos”, “soberanía” y “justicia”.

De tales desviaciones, derivaron aparatos de poder político. Los mismos, aprovechándose del desorden que comenzó a imperar en medio de groseras realidades, todas asumidas e impuestas por el régimen socialista como criterios de conservación de burdas entelequias político-ideológicas, derivaron en prácticas populistas disfrazadas de “poder popular”. Luego, se legalizaron dichas estructuras de poder político con el fin de asentir lo que llamó Karl Marx, como “la dictadura del proletariado”.

Dichas prácticas, terminaron de arrasar con lo poco que, alrededor del concepto de ciudadanía, había podido erigirse en cuarenta años de gobiernos democráticos. De hecho, la historia política de esos tiempos, refiere momentos en los que el ejercicio de ciudadanía fungió como contrapeso ante el balance de importantes decisiones de alta política tomadas en ocasiones de prioridad nacional. En contradicción a esos eventos, la ciudadanía no sólo es minimizada por la Constitución de 1999 cuando el artículo 39 la reduce sólo a dos condiciones. La de no tener cuentas pendientes con la justicia, y la de no estar inhabilitado políticamente. Por consiguiente, quienes no padezcan estas restricciones, “(…) ejercen la ciudadanía y son titulares de derechos y deberes políticos de acuerdo a esta Constitución”

No obstante, el problema es ahora cómo puede recuperarse el ápice de ciudadanía que las coyunturas de una vapuleada dinámica política, fueron restándole al venezolano. Si bien, son consideraciones que no cabrían en la brevedad de esta disertación, algunas no podrían diferirse. Dado su valor político y peso moral.

De esta manera, no podrían obviarse aquellas que conciencien actitudes y responsabilidades que puedan exhortarse ante la concepción de un Estado Ciudadano. Pero sin duda, ello no sólo debe pivotarse desde la iniciación escolar hasta el nivel universitario. Incluyendo la familia como “pivote”. También, de aquellas realidades que ponderen consideraciones dirigidas a afianzar valores de respeto, tolerancia y solidaridad para lo cual habría que tomar en cuenta la importancia de los conceptos de civismo, civilidad y moralidad. Igualmente, el de “espacio público”. Pero éste, entendido como el elemento articulador, estructurador y motivador del espacio en la ciudad cuya disposición y debido uso, favorecería la convivencia ciudadana. Y por tanto, beneficiaría la creación  de oportunidades que apuntan a la construcción de ciudadanía. Para ello, vale considerar la interrelación que funge como factor primario. Y todo lo que sus implicaciones representan. Tales como la comunicación interpersonal, la cortesía, la urbanidad, la historia regional y nacional, la cultura familiar y el apego a las tradiciones locales.

Si bien la profundidad del tema no se compagina con la condensación de este espacio, vale sumar a estos señalamientos toda intención de modelar un ciudadano con base en desarrollos que comprometan el esfuerzo pedagógico de organizaciones no gubernamentales sensibles a estos menesteres, y también de otro tenor, ante lo que significa el duro y necesario trabajo de resolver el ingente problema de si acaso ¿podrá recuperarse la Ciudadanía?

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