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Pompeyo, un gran ministro

Pompeyo Márquez (1922-2017) fue uno de los más importantes luchadores democráticos de toda nuestra historia. Y en esta afirmación no hay un átomo de hipérbole. Sus luchas políticas empezaron cuando todavía era un niño en tiempos del general Gómez, y no terminaron sino hasta su reciente muerte. Y bueno, terminaron en un sentido pero en otro no, porque su ejemplo continúa y acaso inspirando con más vitalidad que nunca.

Mucho se está escribiendo en homenaje a Pompeyo Márquez. Se destacan sus diversas facetas de hombre público. Su activismo revolucionario, sus dotes de organizador partidista, la importancia de su pensamiento renovador, su contribución al pluralismo democrático, sus ideales de cambio social, su tenacidad inquebrantable por la democracia, su obra escrita durante una larga y accidentada vida, su notable actividad parlamentaria, entre otros aspectos relevantes.

Y uno de éstos es el que quisiera enfocar en estas líneas. Pompeyo Márquez como ministro, como gobernante, como hombre de estado. Fue ministro en los cinco años del segundo quinquenio presidencial de Rafael Caldera, de 1994 a 1999. Ya de por sí se trata de un hecho de no poca monta. Dos antiguos rivales políticos que se encuentran y se mancomunan en una gestión gubernativa, erizada de dificultades, pero en la que se respetaron las garantías democráticas del primer al último día.

Formalmente, Pompeyo tenía el cargo de Ministro de Estado-Presidente del Consejo Nacional de Fronteras. En la práctica, el alcance de su labor pública de explayó en variadas dimensiones, partiendo, desde luego, del desarrollo fronterizo, pero proyectándose hacia la integración económica y social con Brasil y Colombia, la visión de un Merconorte cuyo eje era Venezuela, la fundación de centros poblados en áreas tradicionalmente marginadas de la geografía fronteriza –como Ciudad Sucre en el corazón de Apure, la sistematización y descentralización de los programas sociales del Estado venezolano, y desde luego, el aporte de su experiencia y sabiduría política para la estabilidad política y militar del país, en aquellos años difíciles y exigentes.

A Pompeyo Márquez le importaba un rábano los privilegios del poder, que por lo demás en esa poca eran verdaderamente modestos. Pero en cambio era infatigable en el cumplimiento de sus responsabilidades. Tenía casi 72 años como fue nombrado ministro, y casi 77 cuando concluyó su labor. Y no exageraría al aseverar que se desempeñó, siempre, como uno de los más activos ministros de aquel gobierno.

Como nota personal, podría comentar que, siendo su compañero de gabinete,  a veces me llamaba por el teléfono interministerial los sábados en la tarde, para invitarme a acompañarle el domingo a un apretado recorrido fronterizo por la Guajira o el Arauca, y yo, agotado por una semana de trabajo incesante, lo que deseaba era un descansar un poco en el séptimo día. En una oportunidad no pude negarme, y me fui con él al recorrido fronterizo, esta vez por la frontera apureña. Regresé en la tarde a Caracas, molido o vuelto leña, y Pompeyo ya estaba planificando sus próximos viajes dominicales, a los que, debo confesar, no lo acompañé de nuevo.

Al final de su gestión ministerial, el Consejo Nacional de Fronteras, a su cargo, público un volumen titulado “Memoria de lo actuado 1994-1999”, que es un testimonio impresionante de la visión, de la tenacidad, y de la versatilidad de Pompeyo Márquez. Por temperamento, optimista; por hábitos de vida, austero y sencillo; por su profundo sentido nacionalista, completamente comprometido con el progreso del pueblo venezolano, en el que confiaba con esperanza y madurez. Hace pocos días, el 4 de junio, tuve el privilegio de visitarle en su pequeño apartamento y de hablar de estas cosas que ahora escribo. Estaba muy limitado físicamente, pero lúcido y con su mente intacta y actualizada.

Sí, Pompeyo Márquez fue un gran ministro, además de muchas otras cosas que lo constituyen en un ejemplo notable para nuestro país y en especial para las nuevas generaciones, hoy más necesitadas que antes, de asideros sólidos para fundamentar la reconstrucción de Venezuela.

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