El Editorial

¿Por qué Suecia?

Para algunos resulta absurdo perder el tiempo yendo a “dialogar, negociar” con quienes ellos consideran la propia encarnación del mal. Además piensan que ir a Estocolmo es repetir los errores del pasado y hacerlo es caer en la trampa del régimen, que les permitiría oxigenarse y ganar tiempo para seguir permaneciendo en el poder.

No se puede decir que no hay elementos que pueden justificar ese razonamiento. Es evidente que los hechos demuestran que este régimen acumula un sin fin de acciones negativas que han convertido a Venezuela en una sombra de lo que fue y, peor aún, malbarataron o se robaron, gran parte de los ingresos generados por los precios petroleros más altos de la historia.

Es también cierto que el país vive una acumulación de múltiples crisis, como nunca antes habían existido, sin que ninguna de ellas hayan sido resueltas sino, por el contrario, son cada día agravadas con sus acciones desacertadas y con la consecuencia trágica de que ya han tenido que literalmente huir de Venezuela más de 4 millones de personas para encontrar en otros lugares del mundo una vida segura y digna.

Dicho esto, surge en otros la pregunta cómo salimos de esto si la tan anunciada intervención militar interna o foránea que pondría término final a esta fatídica situación no ha ocurrido, y por los vientos que soplan, pareciera que tampoco va a ocurrir.

En muchos conflictos un dilema común es cómo se puede negociar con quien nos ha hecho y seguirá haciéndonos daño, que además hace del engaño y la mentira su razón de ser. Pues bien, es allí donde surgen fórmulas alternativas al uso de la fuerza cuando esta no está disponible, y que han sido aplicadas en numerosas situaciones en diversos lugares del mundo.

Quizás uno de los más importantes ejemplos recientes es el uso de la presión internacional, también denominada como la diplomacia coercitiva. El caso más emblemático fue la solución del aberrante caso surafricano, en el que se combinó el esfuerzo de la comunidad internacional a la decisión de Nelson Mandela de negociar con “el diablo”.

En un interesante libro de Robert Mnooke, director del programa de negociaciones de la Universidad de Harvard, sobre si se debe o no negociar con quien se considere la personificación del mal, establece algunas consideraciones que atribuye a un supuesto consejero frío y analítico, que él personifica en la figura del famoso personaje Dr Spock, que son las siguientes:

  1.  ¿ Cuales son los intereses que están en juego en el conflicto?
  2. ¿ Cuales son las alternativas disponibles para resolver?
  3. ¿  Cuales podrían ser los potenciales resultados de una eventual negociación?
  4. ¿ Cómo podría llevarse a cabo de manera efectiva?
  5. ¿ Cuáles serían los costos implícitos en hacerlo o no ?

Como vemos, hoy la presión internacional no ha disminuido, más bien se acentúa y a las intervenciones iniciales de EEUU, Canadá, OEA, en cabeza de su secretario general Luis Almagro y el Grupo de Lima, ahora se suman las del grupo de contacto europeo, de Naciones Unidas, el Vaticano y países escandinavos. Pero también están “negociando entre sí” EEUU y Rusia, Europa y China, Canadá y Cuba, Colombia y Rusia, Rusia y China, EEUU y el Vaticano, Europa y el Grupo Lima y muchas otras reuniones internacionales en torno al caso Venezuela menos visibles, que son parte de lo que lo se denomina “Back Track Diplomacy”.

Si eso está ocurriendo no es lógico que alguna de las partes enfrentadas puede darse el lujo de decir yo no voy a ninguna reunión convocada por terceros y me quedo en mi país sentado, esperando que un día surja la solución mágica que le pondrá término final a la crisis.

Cuando se dice dentro y fuera de Venezuela que todas las opciones están contempladas ¿no son acaso parte de estas opciones la negociación, la mediación, la conciliación o el artículo 33 de la Carta de las Naciones Unidas?.

Por eso decimos que no solo es correcto ir a Suecia o a Timbuktu, si fuese necesario, para acelerar una solución a la crisis.  Hay que entender que a los venezolanos, no nos queda otra que elevar nuestra voz en los espacios internacionales donde se está conformando un acuerdo entre naciones para resolver o “ imponer” una solución al caso Venezuela.

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