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Por una Venezuela de Ciudadanos

Juan Carlos Rubio Vizcarrondo

A través de mis artículos suelo hacer mucha referencia a la noción de ciudadanía. Esto no ha sido coincidencia, pues siempre he tenido en mente la enorme necesidad de reivindicar a tal figura. Pienso, como el insigne Rómulo Gallegos lo hizo en su momento, que debemos emprender una profunda labor civilizadora, pues la misma es y siempre será la única barrera contra el caudillo, el tirano, el mesianismo enfermo y, sobre todas las cosas, los peores impulsos dentro de nosotros mismos. Esta conclusión es más que clara cuando se considera la humillación que nuestro país, Venezuela, ha tenido que soportar ante el retorno de una barbarie que alguna vez se consideró vencida.

Dadas las circunstancias, considero que hay algo especial en empezar a considerarse a uno mismo como ciudadano. Probablemente sea que, tras tantos años de sinvergüenzura y vasallaje mental con el Estado (al aprovecharnos de la renta petrolera y pensar, como algunos lo hicieron, que se le debía algo al Gobierno por haber regalado cosas con el dinero de todos los venezolanos), encuentro una suerte de dignidad en usar la referida palabra. No es para menos. Cuando me catalogo como ciudadano, me desprendo de los vicios de los políticos tradicionales y afirmo, orgullosamente, que puedo influir en la política sin motivos ulteriores.

Pero ¿qué es a fin de cuentas un ciudadano? Sencillo. Es aquel que, formando parte de una sociedad organizada, ostenta tanto derechos como deberes en relación a los asuntos públicos. En nuestro caso en particular, enfatizo mucho más en el concepto de deber por cuanto aquel del derecho está más que engranado en nuestras mentes. Cuando hablo de deber o responsabilidad, lo hago porque denoto en nosotros la tendencia hacia la apatía, en el mejor de los casos, y la evasión, en el peor de ellos.

El peso que le pongo a que seamos responsables no lo hago gratuitamente o para agregar escollos adicionales a las vidas ya abarrotadas de los venezolanos. Lo hago porque me parece de suma importancia que descubramos a la fuerza emancipadora en el tomar tal acción. En tal sentido, nuestros derechos y deberes son las dos caras de una misma moneda. Los primeros son el reflejo de nuestra dignidad y, por ende, de que merecemos ser respetados, mientras que los segundos son la imagen de la referida dignidad puesta en acción, lo que es decir, agarrar las riendas sobre nuestro propio destino.

Cuando hablo de una Venezuela de ciudadanos, no estoy hablando de ser un ciudadano promedio que se la pase en inercia viendo como todo se destruye. Todo lo contrario. Por lo que estoy abogando es por el estimular la existencia de una ciudadanía viva, una ciudadanía activa conformada por venezolanos que no se arrodillan ni se rinden y que dan por hecho que merecen mucho más que el ex-país que tenemos hoy. Estos hombres y mujeres de bien son los que están claros que solo activándose y comprometiéndose es que la verdadera nación venezolana puede salir a relucir.

Como pude adelantar con mis sentimientos sobre calificarme como ciudadano, lo transcendente del activismo civil es que es el mismo es polifacético. No se limita a un solo tópico. No está circunscrito a una sola agenda ideológica o partidaria. Uno en coordinación con otros puede buscar un cumulo de intereses en común que nos lleven a planes conjuntos de acción, cosa la cual, en una conjetura como la nuestra, debe ser la restauración de una Venezuela democrática y civilizada. Esto en si es obvio, porque de no poner fin al horror que deviene del régimen imperante, cualquier otra agenda (sea política, social, cultural o ambiental) tendrá un margen de éxito mínimo o insignificante ante los desmanes de la arbitrariedad.

Seamos una Venezuela de ciudadanos que reivindiquen al legado de los más excelsos entre nosotros. Demostremos las cosas positivas de las cuales somos capaces de hacer. Encarnemos a Andrés Eloy Blanco, Arturo Uslar Pietri y demás espíritus civilistas, en vez de a Juan Vicente Gómez, Hugo Chávez Frías u otros demonios de la montonera.

Siendo, como dijo Rómulo Gallegos al cual también referencié al principio, que todo vuelve al lugar de donde salió, aprovecho para concluir este artículo con esas famosas palabras que Santos Luzardo le dice a Doña Bárbara:

“Algún día será verdad. El progreso penetrará en la llanura y la barbarie retrocederá vencida.”

@jrvizca

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