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Presidenciales en Argentina: se encienden los motores

Augusto Reina y Maximo Reina

Cambiemos quiere romper otra valla histórica: ganar la elección presidencial con una economía estancada. ¿Podrá? Es un gran interrogante que hace debatir al mundo del análisis político. A cinco meses del primer test electoral, la situación económica argentina está repleta de incertidumbres.

La inflación no responde ante las políticas oficiales y ha mermado la capacidad de compra de la población. El dólar y la capacidad de pago del país siguen siendo variables inciertas y vulnerables a shocks externos. Solo genera ciertas esperanzas oficiales el registro histórico de presidentes reelectos en América Latina. Desde la tercera ola de democratización, 23 de 20 de los presidentes que quisieron reelegirse lo consiguieron. La pregunta es cómo. Es que, fuera de este dato, hay pocos elementos a los que pueda aferrarse la confianza oficial.

La situación no es nueva, sí lo es su intensidad. El gobierno argentino entra a 2019 con los menores niveles de aprobación de sus cuatro años (entre 32 % y 38 % según diferentes encuestadores). El proceso viene de 2018, cuando el aspiracional montado por Cambiemos chocó con el muro económico. Luego de un 2017 donde obtuvo una buena performance en las elecciones de medio término (venciendo incluso a la expresidenta en el territorio más importante del país, la provincia de Buenos Aires), a fines del año pasado comenzaron los problemas. A un fallido intento de reforma previsional le siguió una devaluación con un desplome de aprobación de la gestión y las expectativas sobre el futuro del país. Las principales variables económicas (inflación, tasa de interés, dólar, tarifas) se volvieron inestables. De la felicidad esperada se pasó a la una decepción acumulada. Todo en poco menos de 6 meses.

A esta tensión económica acumulada es obligatorio añadir la compleja situación que vive el país, con un escenario político donde causas judiciales, denuncias y sospechas apuntan al gobierno anterior, al actual, a empresarios, a familiares, e incluso al propio poder judicial. Este combo ha degenerado en un creciente desencanto con la mediación política. Una buena parte de los votantes no confían en que los mismos actores que los llevaron al problema hoy puedan resolver su situación actual. Este creciente descontento explica por qué actualmente las antipatías políticas organizan mejor la distribución electoral que las simpatías partidarias.

Arranquen los motores

Así llegamos a marzo y la campaña se enciende. En las elecciones se hace presente un conjunto de elementos, ya sea la influencia de humores temporales, la presencia de esperanzas apasionadas o el firmamento de las antipatías vehementes. La última está marcando el ritmo del concierto electoral. Hoy la mayor parte de la sociedad argentina define su posición más por la resistencia a un espacio político que por el entusiasmo que le produce otro.

En este contexto, con pocas medidas de anclaje destacables que sostengan la aprobación de la gestión, el respaldo a Cambiemos se cimienta más en el rechazo al pasado que en las expectativas sobre el futuro. El gobierno da muestras de entender y abrazar esta premisa como paradigma exclusivo de su estrategia electoral. La polarización está en el centro de la estrategia oficial. El kirchnerismo pasará, una vez más, a cumplir dos funciones: ser la tragedia pasada y erigirse como la amenaza futura. La pregunta obligada es: ¿acaso la polarización será suficiente para retomar el predominio público del gobierno? ¿O también es necesaria una mejora del ciclo económico? ¿Polarización mata economía?

La apuesta oficial es que el contexto de polarización termine cohesionando su propia coalición electoral. La economía dejará de ser la esperanza electoral del gobierno, se buscará contener los impactos de la troika (inflación, tarifas y desempleo) y el contraste con el pasado tendrá centralidad. Sí la polarización está presente y se activan sus fuerzas centrífugas, el tercio descontento ni ni se vería forzado a elegir entre Cambiemos y el kirchernismo.

Como si el escenario no fuese sensible, hoy Cambiemos, como coalición electoral y de gobierno, se encuentra en una discusión interna que, lejos de brindar certezas, acumula interrogantes. También es cierto que este es un elemento constitutivo de Cambiemos; es una coalición que se ha construido con ayuda de las instituciones. La coalición de gobierno trabajó muchos meses para ser alternativa electoral en 2015. El ciclo electoral argentino, virtualmente de tres vueltas, la ordena como fuerza y la nutre como espacio electoral. Así, en la elección de 2015, la candidatura de Mauricio Macri obtuvo 24,5 % en agosto (primarias abiertas), 34,15 % (elecciones generales) en octubre y 51,34 % en noviembre (balotaje). En la elección legislativa del 2017 creció marcadamente entre las primarias y la general. Esta construcción institucional de una mayoría se vuelve a poner a prueba durante este año y supone ir recolectando del árbol caído entre turno y turno electoral.

El posicionamiento es, cuanto menos, minimalista: «No seremos contenedores de esperanzas propias pero podemos ser receptáculos de decepciones ajenas». Estrategia arriesgada, pero estrategia al fin (y sabemos que es mejor una mala estrategia que ninguna estrategia). Es altamente dependiente de que se encuentren electoralmente, cara a cara, Mauricio Macri y Cristina Kirchner. Un escenario final tan cantado que ni Hollywood se atrevería a tanta obviedad.

Con todo, el gobierno aún tiene alternativas más extremas. La opción rompa en caso de emergencia tiene nombre y apellido. La gobernadora de la provincia de Buenos Aires, María Eugenia Vidal, mantiene mejores niveles de imagen y mayor probabilidad de voto a nivel nacional. Desde luego que una abdicación de Macri a la reelección no estaría exenta de costos y podría traer desenlaces inciertos. Todo está aún por verse.

Diálogo Político – Fundación Konrad Adenauer Uruguaya

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