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Prioridades que asfixian…

Cuando las prioridades son confundidas con las urgencias, hay algo que no está comportándose equivocadamente. O es porque el mundo  ha comenzado a invertir la visión de las cosas. Es un problema que marca una profunda huella. La historia bien lo manifiesta. No comprender hasta dónde alcanza la prioridad y hasta dónde llega la urgencia, ha causado serios y añejos trastornos. Particularmente, políticos. Es porque la política se atiene al hecho fáctico que hace de cada decisión, el canal que relaciona beneficio con poder. Y este vínculo en política, es sumamente perverso.

No obstante, se ha dicho con insistencia que “todo es cuestión de prioridades”. Posiblemente eso sea correcto. Pero no siempre. Más, cuando se presumen prioridades cuya importancia no supera el sentido de “necesidad”. Ahí se forma un nudo de complicada desatadura o aflojamiento.

He ahí el problema que embarga el ejercicio de la política. Sobre todo, cuando se embrolla con la necedad. Es debido a que el ejercicio de la política no siempre está en mano de probos. Sino de necios que por verbosos o locuaces, entusiasman a ingenuos e ilusos. Aparte que sus propuestas casi siempre se hallan manchadas de mentiras.  

Es como apostar una jugada siniestra cuyo objetivo debe ser construido sin medida del tiempo y apelando al más inmediato recurso que es tenga cerca. Es entonces cuando la avidez de quien busca en la inmediatez ejercer la política, disfraza hábilmente las necesidades de prioridades. 

Es el caso de sistemas políticos de gobierno que, tentados por el afán de enquistarse en el poder, se valen de cualquier problema para infundir lo que no pueden lograr con el anuencia de la verdad. Son situaciones que caracterizan, generalmente, el ejercicio político de gobiernos adheridos a esquemas autoritarios hegemónicos. Y peor aún, cuando los conflictos ahogan o nublan sus capacidades de gestión. 

El caso Venezuela, es patético a este respecto. Ya consumido el país por una crisis de gobernabilidad y gobernanza, arrastrada a su vez por una crisis de acumulación y otra de tipo de dominación, se insumió en un desespero provocado por la crisis sanitaria que afectó al planeta en su totalidad. Su desespero afincado en el miedo de quien presiente el final de todo, se acoquinó por la angustia que la situación, naturalmente, provocó. 

Así que ante el fragor causado por el  temor mantenido por el régimen usurpador venezolano, hizo de la represión un reiterado criterio de gobierno. Y que cometida sin medida ni reparo del respeto a los derechos humanos, ha pretendido ordenar el desorden que el mismo desasosiego de gobernantes y politiqueros generó. Eso llevó al régimen ha ensayar maquinaciones de toda calaña, buscando revertir sus propias ineptitudes y corruptelas. Sin mayor resultado alguno.

Después de haber sido Venezuela bastión del mercado petrolero mundial, el país cayó en el marasmo de una “programada” ruina. Las oprobiosas decisiones, tomadas en nombre del nauseabundo socialismo y de la borrosa “revolución bonita”, provocaron la pérdida del negocio petrolero que había sido símbolo de “soberanía nacional”. 

En el curso de las decisiones tomadas a la sombra de la “medianoche”, se improvisaron medidas con la intención de superar los entuertos cometidos. Sin embargo, más allá de lo pensado, la situación del país se agudizó ante la precariedad de servicios públicos. Particularmente, por la apesadumbrada carencia de gasolina. Que además se agravó, por el asedio de la crisis del virus chino. Ahora Venezuela pasó a ser un “país petrolero”, sin gasolina. Amarga contradicción. Pero cruda realidad. Y peligrosa verdad.

El criterio del régimen de repartir migajas de combustible, se impuso como condición de sobrevivencia. Criterio éste que. a duras penas, le sirvió para negociar con países petroleros pertenecientes al escaso registro de naciones del bloque radical-fundamentalista con los que sigue manteniendo ciertos negocios. 

Bajo ese concepto, se categorizó el plantel de vehículos del país. El procedimiento formulado para surtir de gasolina, no evadió la necesidad de favorecer los vehículos de sus séquitos. Para esto, crearon la categoría de vehículos “priorizados”. Por tanto, con tan inconsistente justificativo, el régimen buscó beneficiar a sus acólitos por encima del resto de la población vehicular. O sea, le valió como excusa para eludir lo que la Constitución establece. Exactamente cuando refiere “(…) la libertad, la justicia, la igualdad, la solidaridad, la responsabilidad social y en general, la preeminencia de los derechos humanos, la ética y el pluralismo político” como valores superiores del ordenamiento jurídico y de la actuación del Estado democrático de Derecho. (Art. 2)

Todo ese enjambre de mandatos y dictámenes del régimen, sólo hace ver el desconocimiento de lo que cualquier diccionario define como “prioridad”. Por supuesto, las medidas adoptadas en el azore del pandemónium que es hoy Venezuela, la severidad de la disposición asumida respecto de otra, debió cumplirse “al pie del cañón”. Ahí se devela el problema que se plantea cuando no hay diferencia entre lo urgente y lo prioritario. 

El régimen actúa según la conveniencia e intereses que instituye frente a lo que califica de “urgente”. De esa forma determina apresurada y desbocadamente, sus prioridades. Sin atender ni entender la importancia y alcance de las complicadas realidades que resultan de todo ese enredo. Sin precedencia de razón ni de sentido. 

Lejos de evitar los revuelos que deriva el caos que sigue provocando cada decisión y situación, el régimen sólo hace que en medio de la desorganización que incita sus excesos y desatinos, se adviertan, resalten y finalmente se impongan: prioridades que asfixian…

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