Prosperidad y debacle
Isaías A. Márquez Díaz
De la otrora “Venezuela próspera” durante la época prerrevolucionaria, boyante gracias a la renta petrolera por los precios del crudo y la política forjada durante 1936-1945, se hablaba de un país que ostentaba oportunidades infinitas, cuyos habitantes eran clase media profesional; una nación que atraía un caudal relevante de inversión foránea, lo que contribuyó, también, al forjamiento de una gama muy variada de gente improductiva y parásita, amparadas por los conciliábulos que aprobaban cláusulas contractuales, leyes arbitrarias, la legitimación del nepotismo, la lealtad al partido, actitud según la cual se premiaba o no al aspirante a algún beneficio y/o prebenda. Ostentamos, hoy por hoy, la “peor crisis humanitaria que se haya visto” en Latinoamérica, algunos de cuyos habitantes deben hurgar la basura a fin de efectuar una sola ración de comida/día.
Se trata de un caso tan especial donde ya todo comentario y/o análisis huelga y es como llover sobre mojado porque se han realizado diagnósticos con sus indicaciones.
Tal prosperidad solo podía aprovecharla los “enchufados” de la época, gracias a su trabajo partidista, a su parentesco o a sus actitudes como “picos de plata” (aguajeros).
Hoy día, muchos se refieren con una cierta añoranza a aquellas épocas pasadas, de prosperidad ficticia, quizá, gracias al ingreso por la explotación de un solo producto, que motorizó la avidez de nacionales y extranjeros, mediante una miríada de vicios que forjaron como futuro el presente que, hoy por hoy, disfrutamos devorado a manos del socialismo, régimen en el que llegó a pensarse jamás llegaría, y se forjó gracias a los desaciertos y contradicciones durante la cuarentena (1958-1998), trascendiendo hacia la crisis inadmisinle de hoy día.