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Protestas, represión y muerte

Cuando el 11 de marzo de 2013 publicamos nuestro primera columna en el diario TalCual, expresábamos nuestra intención de hacer un seguimiento a la conflictividad en Venezuela, visibilizar a los diferentes sectores que manifiestan reclamos por los derechos laborales, sociales y humanos, y hacer un análisis de las causas y posibles salidas. Acababa de fallecer el Presidente Chávez y decíamos que era de prever un incremento en la conflictividad una vez que el país recuperara la “normalidad”. Las cifras arrojadas por los posteriores informes del Observatorio Venezolano de Conflictividad Social nos dieron razón: la conflictividad social en Venezuela ha ido in crescendo.

El ingrediente político

Pero no preveíamos entonces que se iba a producir un aumento de la conflictividad por causas políticas.

Muchas han sido las aguas que han corrido desde entonces y muchos los cambios en quienes tratan de navegar en este convulsionado río. Sectores estudiantiles y de la oposición incluyeron “la calle” en sus agendas, cuestión que es perfectamente válida y que está enmarcada en el derecho a la protesta que garantiza nuestra Constitución. Pero como dice el dicho, “el otro equipo también juega” y lo ha hecho de una manera non santa, permitiendo la actuación de grupos paramilitares que han irrumpido con total impunidad, aplicando la criminalización de la protesta abriendo procesos judiciales y llevando a la cárcel a centenares de ciudadanos, usando una excesiva fuerza represiva a través de las fuerzas del orden, civiles y militares, y armando un entramado jurídico que cuando menos puede ser calificado de ilegal y violatorio a los DDHH.

El resultado salta a la vista. Múltiples focos de protesta, muertos y heridos y centenares de detenidos. A la par, la dirigencia política opositora no parece haber sabido conducir estas protestas. Estas han lucido, aunque numerosas por épocas, dispersas -solo en algunas ciudades y en la mayoría de ellas en puntos muy específicos- y con escasos resultados en cuanto a las reivindicaciones políticas que las mueven. Al contrario, han podido producir cansancio y miedo en una población que antes salía en masa a las convocatorias y hoy simplemente no lo hacen. Los últimos llamados a marchas parecen confirmar esta teoría.

Son otros tiempos

Aunque el derecho a la protesta hay que preservarlo y usarlo, quienes hoy hacen uso de él deben tener en cuenta que hoy por hoy el derecho a la vida no está garantizado en Venezuela y se imponen cambios en el modo de protestar. Quienes convocan tienen que tener esto muy en cuenta y deben buscar formas para evitar más muertos y heridos, que además, son jóvenes en su mayoría. No observamos en muchas de estas protestas organización ni seguridad interna. Simplemente se convoca a un punto como si “la calle”, por sí sola, hiciera el resto y eso ha facilitado la labor represora. De alguna forma, aunque se protesta, se ha perdido la cultura de la protesta. Muchas veces se conforma con tener algún tipo de repercusión en las redes sociales y en algún que otro medio de comunicación, sin medir la asistencia y los apoyos reales.

Cultura de protesta

Pero en el país hay sectores sociales que han protestado siempre y lo siguen haciendo. Y mal que bien, logran sentar a las autoridades en una mesa o consiguen que se cumplan -o que les prometan que se van a cumplir- parte de sus reivindicaciones y cuando tienen que volver a protestar lo vuelven a hacer.

Un ejemplo claro lo tenemos en las protestas que han organizado los trabajadores de las empresas básicas de Guayana, quienes a pesar de ser reprimidos, criminalizados, encarcelados y de que conviven diversas corrientes sindicales o del pensamiento, han mantenido a lo largo del tiempo las protestas en diferentes modalidades, desde asambleas en portones hasta trancar completamente la ciudad, pasando por marchas, concentraciones, etc. Ahí hay una cultura de protesta y en ese espejo deben de verse otros sectores.

TalCual

Otro ejemplo que queremos mencionar es el de TalCual: ante la adversidad, las múltiples presiones, la espada de Damocles que significa tener juicios abiertos y amenazas, decide transformarse y tratar de sobrevivir sin apelar a la política del micrófono y la quejadera. Obviamente, deciden seguir haciendo periodismo independiente y seguir siendo tribuna de opinión y análisis en momentos en que esto es tan necesario. Por eso es que nos sentimos orgullosos de haber formado parte de estas páginas que nos han acogido sin ningún tipo de censura, sugerencias o reproches durante este tiempo.

@MarcoAPonce @mlhccs

ConflictoVe Fuente: TalCual,  26 de Febrero de 2014, pág 14

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