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Putin: el pragmatismo y la nostalgia de la guerra fría

La fotografía de Vladimir Putin, hoy hombre fuerte elegido por el voto en Rusia, saludando a un anciano Fidel Castro, líder indiscutido de Cuba, debe haber provocado un deja vu en viejos dirigentes comunistas y de la izquierda latinoamericana. Pero a Putin no lo mueven razones ideológicas sino estímulos del más puro pragmatismo, que son los que construyen la política exterior de los países si los objetivos que se buscan están en sintonía con sus intereses nacionales. Esa visión cruda se pone de manifiesto en distintas etapas históricas de una relación entre Moscú y Buenos Aires que se ha mantenido en un buen nivel.

Durante la dictadura militar, expresamente anticomunista y alineada con Washington, la Argentina tuvo con la ex URSS una excelente relación económica y comercial. Llegó a su cénit con dos hechos: cuando la Junta Militar quebró el boicot norteamericano a las Olimpíadas de 1980 y además le siguió vendiendo granos a la Unión Soviética; y con la visita del jefe del Ejército Rojo a Buenos Aires, mientras continuaba aquí la cacería humana a los restos de la insurgencia y a cualquiera que hubiera tenido alguna militancia en los ’70. Como contrapartida, Moscú se abstuvo de condenar a la Argentina cuando se discutía, por impulso del gobierno de James Carter, en Naciones Unidas la violación de los derechos humanos por los militares argentinos.

Durante la guerra de Malvinas, Moscú no quiso vetar la resolución 502 de la ONU que ordenaba retirarse a las tropas argentinas. Luego cambió: dio información satelital y de inteligencia a las tropas de Galtieri y tuvo actividad diplomática a favor del reclamo argentino.

Putin es un líder cuestionado por condicionar y restringir a los medios opositores o simplemente críticos, al igual de lo que ocurre bajo el gobierno de Cristina Kirchner, y ha sido denunciado por violación de derechos humanos. El gobierno kirchnerista ha hecho una bandera de estos principios pero sobre Rusia se ha cuidado en decir algo. Con la anexión rusa de Crimea, Argentina tuvo una posición que se contradice con los argumentos que esgrime para defender la tradicional posición sobre las islas Malvinas. Putin le agradeció a Cristina por este apoyo.

Rusia ha dicho que Argentina es su socio estratégico en América latina y la Cancillería ha saludado esa afirmación.

Se entienden los intereses rusos (en Vaca Muerta, sobre todo) y se puede entender que Argentina quiera sacar provecho de esa relación. De allí a jugar con el renacimiento de una “guerra fría” para realinearse como si el mundo no hubiera cambiado parece un argumento extraído de esa formidable película “Good bye Lenin” sobre el derrumbe del régimen stalinista en Alemania del Este.

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